Síndrome de estocolmo

Capítulo 6.

Lo único que conseguí esa noche fue terminar en la cama fornicada con un idiota a mi lado, el otro se acostó en el sofa que había frente a la cama.

Le di la espalda, veía mis uñas con la pintura saliéndose, mi pelo debía estar sucio, en la mañana los obligaría a dejarme dar una ducha.

Al menos me habían dejado ir al baño a hacer mis cosas, pero seguía con ganas de llorar sola, extrañaba a mi familia y a mi novio, ya quería estar en casa comiendo mis barras nutritivas y estudiando matemáticas o tal vez leyendo un libro.

Cerré los ojos hasta que sentí una mano colándose en mi blusa.

— Saca tu mano, pervertido — murmuré, el ojiazul se pegó a mí.

— Te he rescatado esta mañana, deberías agradecerme.

— Y según tú, ¿cómo? — llevó su boca a mi oído.

— Tal vez con unos besitos.

— No pienso tocar tu horrible boca.

— No estaba hablando de besos en la boca.

Me di vuelta para empujarlo, acabé auto empujándome y en la orilla de la cama.

Al menos ya no tenía su cuerpo pegado al mío.

— No me toques — él sonrió y se dio vuelta, estaba sin polera, con la luz que entraba por la falta de cortinas en la ventana pude ver sus cicatrices, tal vez habían sido tan profundas que aun ya con el tiempo seguian viéndose.

Suspiré, cerré los ojos y esperé a que el día siguiente llegara pronto para poder despertar en mi cama.

Abrí mis ojos de un susto por el fuerte sonido, no fui la única, mis secuestradores se levantaron y vieron por la ventana, de inmediato ojos marrones se tiró al suelo y alcanzó su arma del sofá, el ojiazul me miró con una seña de que no hablara y se quedó a un lado de la ventana.

También sacó un arma de su espalda, se miraron.

— Tu puta culpa — dijo Eros.

Victor puso los ojos en blanco.

— Entonces yo lo mato. Tú cuida a la cría.

El ojiazul salió de la habitación furioso, Eros se levantó y me hizo levantar mi trasero de la cama, nos metimos en el baño, no cerró la puerta con llave, en cambio si sacó de su bolsillo una goma de pelo, me la pasó.

— Recojete el pelo — lo hice sin más.

Estaba nerviosa, lo mejor era estar callada si quería llegar al siguiente día y obedecerle.

Debía obedecerle.

Dejé mi pelo tomado en una cola de caballo, me miré sin querer al espejo, note mis ojos decaídos y tenía bolsas bajo ellos, nunca había estado así, y eso que llevaba un día.

Y yo pensando que despertaría en mi cama con mi gato.

— ¿Qué haremos ahora? — solté.

Eros no despegaba su vista del celular.

— Bajaremos.

Asentí.

Lo esperé un momento más y salimos, ojos marrones se puso una camisa, tomó una para su compañero y me la pasó.

Bajamos en completo silencio, apreté con fuerza la tela entre mis dedos.

Al llegar abajo, Eros nos detuvo.

— ¡Cabrón! ¡Si estás ahí! … ven.

La voz de Victor decayó, ambos salimos a verlo, estaba apoyado contra la pared, sangrando de su abdomen y apuntando a las personas para que no se le acercaran.

— Hasta en un momento como este eres gilipollas — le dije al llegar a su lado.

Quite su mano de la herida y apreté la tela que traía en la mano contra él, se quejó un poco, pero no corrió mi mano.

Bajó el arma, estaba débil.

— ¡Llama una ambulancia! — le grité a Eros.

Se cruzó de brazos.

— No. Vamos — como un maniático agarró mi brazo y me tiró hacia fuera.

— ¡Eros! ¡Tú compañero se va a morir! — lo detuve como pude.

— Se lo merece.

— ¡Los dos os merecéis una patada en el culo! ¡Pero tengo consciencia!

Me solté de su agarre. Pase mi brazo por su espalda.

— Llame una ambulancia, por favor — le pedí a una señora.

— Estas loca — murmuró Victor mientras subiamos las escaleras, agradecí que se pudiera las piernas. 

Llegamos como dos borrachos a la habitación, le tiré a la cama y le ví la herida.

— Eso no es un disparo — subí mi vista a él.

— No me di cuenta cuando sacó la navaja.

— Te pondrán unos puntos y ya.

Busqué algún botiquín por el cuarto, pero no había, así que aguantando la respiración abrí la botella de tequila, se la tiré encima de la herida, pensé que soltaria un grito, pero tragué saliva por la fuerza que ejercía al morderse el labio.

Sentí la ambulancia, así que tomé una pequeña manta que había y la envolví en su torso, donde estaba la herida.

— Niña lista — se sentó, quitó mis manos de su cuerpo — Cuando quieras irte o pedir ayuda, Eros ya te habrá asesinado.

Reí falsamente.

— Solo los estúpidos como tú pueden hablar de alguien que los abandonó.

— Él no me abandonó, ni siquiera es mi amigo.

— No soy tu amiga, ni compañera, ni nada y te odio de todo corazón, aún así volví.

Tiró sus labios hacia arriba en una sonrisa pequeña, típicas de él.

— Nunca lo entenderías.

Negué con la cabeza.

Alguien abrió la puerta, me di vuelta esperando que fueran los paramédicos, pero me encontré con Eros apuntando a la cabeza a un paramédico, este tragaba saliva repetidas veces, traía una caja de primeros auxilios. Me corrí del lado de Victor.

— Revisalo. 

Ojos marrones empujó la cabeza del paramédico con el arma, el pobre se acercó a Victor con temor, el chico tiritaba, no podría coser eso, bueno, sí podría, solo que le quedaría como zig zag.

El cabrón bajó el brazo y cerró la puerta, se quedó apoyada en ella.

No sabía qué hacer, me hice crujir los huesos de mis manos.

— Ne- necesito que te… te recuestes.

El pobre chico estaba aterrado, lo bueno fue que Victor hizo lo que le pidió.

— Que no me duela — le dijo al chico.

Solo comprobé algo.

Era una gilipollas profesional.

El chico no podía enhebrar la aguja, tiritaba como nunca antes había visto a una persona. Con el corazón a mil me acerqué a él.

— Yo te ayudo — me quedó mirando fijamente.

— ¿Ruby Harrison? — susurró

¡Joder!




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