Síndrome de estocolmo

Capítulo 9.

Sonreí inconscientemente y tuve la libertad de reirme.

Me encantaban los animales.

El perro me soltaba ladridos de querer jugar y daba lamidas en mi cara.

Le hice cariño en su gigante cabeza, era un perro muy grande, debía ser el cuidador del lugar, sus orejas se levantaron al silbido de alguien.

Miré el cielo, sonreí más grande sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas, el dolor en mi culo no era lo peor del momento.

— Chica mala — llegó canturreando Mel — Lo que tienes de virgen lo tienes de estúpida y eres una gran estúpida, puedo suponer.

Le mostré el dedo del medio.

— No me provoques… rrrr… — se carcajeó desde arriba — Ahora, arriba ese culo flácido, tengo un montón de cosas por explicarte — no borró su sonrisa.

Hice una mueca de asco cuando se dio vuelta y le vi la nuca sangrando.

Solo él podía reír mientras sangraba.

Cabrón.

Primero me senté y procedí a levantarme, me di vuelta viendo a los otros cuatro, dos idiotas que conocía y otros dos que hasta ese momento sabía que ninguno tenía paciencia.

Creo que la dignidad me había pedido el divorcio, porque ya no tenía nada de ella, menos caminando con el trasero adolorido hacia el interior de la casa.

Mel me esperaba en las escaleras, lo seguí, llegamos a la habitación donde había despertado, había una bandeja con comida en la mesita de noche, cuando salí de ahí no la ví.

— Ven, siéntate — me senté donde la mano de Mel apuntó.

Justo a su lado.

— Come. No has comido en unos dos días más o menos — me seguía sonriendo.

Entre morir desnutrida o comer un pan con jamón y queso, prefería morir, pero vamos, quería tener una vida y ver cómo todos estos cabrones caían a la cárcel, así que tomé una mitad del emparedado para comerlo.

— Hay tres grupos — comenzó Mel mientras comía — Están los Franceses, los Alemanes y nosotros, los Africanos.

— ¿Africanos? — cuestioné.

— Ya sabes, son los que tienen la polla más grande.

No me reí de su estupidez.

— Bueno, como te decía, Victor mató al jefe de los Alemanes, quedaron sus dos hijos, uno que no le importa y otro que nos quiere cortar la cabeza.

Suspiré.

Vaya mierda en la que me habían metido.

— ¿Y qué se supone que soy en todo esto?

— Eres la que nos salvará.

— Esto no es una estúpida película — solté con enojo, me moví para verlo de frente.

— No — pegó sus ojos a los míos — Es la realidad y la realidad es así. Haces lo que seas por salvarte a tí y a los tuyos.

— Vete al carajo.

Se rió.

— Termina de comer y date una ducha, puedes ocupar la ropa de Diany — se levantó yéndose como si lo que me hubiera dicho fuera normal.

Claro, para ellos iba a ser su salvavidas, pero para mí, el final de la mía.

No comí más, pero si tomé ropa de Diany para darme una ducha y poder sacarme mi ropa que con unos buenos lavados igual se recuperaria.

Lo que me incomodó fue tomar de su ropa interior, pensaba que por ser madre tendría los pechos más grandes.

Me bañé en su ducha por un buen rato, me refregué con mis propias manos por todo mi cuerpo, era primera vez que veía el agua salir negra, mi pobre pelo cortó el shampoo, así que tuve que colocarme más para que quedara limpio.

Solía ocupar dos toallas, pero a mi disposición solo tenía una, la envolví en mi pelo, abrí la cortina arrepintiéndome de inmediato, la persona que tenía un pedazo de mi corazón con completo odio estaba ahí.

Sonrió un poco y paseó su vista por donde alcanzó, cerré con fuerza la cortina.

— ¿Qué carajos haces aquí?

Silbó — Pero si la niña pija tiene lo suyo.

— Victor, sal, por favor.

— ¿No quieres compañía? 

— ¡Vete! 

El ojiazul me sacaba de mis casillas.

— Uy… pero no te enojes si solo traía algo para tí — sentí el sonido de una bolsa de plástico — Por si los necesitas — y luego se fue.

Abrí un poco la cortina para comprobar.

Toallas higiénicas, decía el paquete.

Suspiré.

Me terminé de vestir con las calzas negras y la camisa azul que me llegaba a la mitad del trasero.

Esta chica era más delgada que yo y eso que cuidaba cada cosa que comía, mantenía mi abdomen plano, mis piernas y brazos sin grasa, y si, sentía mi trasero muy grande dejaba de comer algunos alimentos.

Busqué por el baño si había algún cepillo de pelo para peinar mi cabello, me quedaría con ondas si no lo peinaba, pero no encontré ninguno.

Decidí salir de ahí para estar en la habitación.

Me acomode de nuevo los pechos en el pequeño sujetador que había tomado prestado, esperaría a que el mio se secara para poder volver a ocuparlo.

No pude tener demasiado tiempo pensando en mi próximo plan de escape, por la puerta se asomó la chica y me pidió que bajara, la seguí.

Estaba para allá y para acá, como un perro.

Odiaba mi vida.

Nadie enseña qué hacer en caso de secuestro.

Solo escriben historias de secuestros como si fueran bonitos y no tuvieran nada más que hacer.

De repente apareció otro sujeto que nunca había visto, era pelirrojo y su cara combinó con su cabello al momento que nos vio, o mejor dicho, vio a Diany, no despegaba su vista de ella y ella pasó de largo cuando caminamos a su lado.

Afuera de la casa se encontraba Mel con el pequeño bebé dentro de un coche, le hacia caras graciosas haciéndole reir.

— Oh, pero si había una chica abajo de ese traje — volvió a carcajearse de mí.

Rodee los ojos.

Me hizo caminar a su lado, junto al bebé alrededor de la casa, lo único que se podía ver eran árboles.

¿Por qué tenía que estar media desmayada cuando llegamos ahí?

No tenía idea de cómo iba a hacer para escapar.

 

 

 

 




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