Síndrome de estocolmo

Capítulo 11.

La ventana abierta y el zorro moderno dentro de la habitación con una chica idiota y un bebé indefenso.

Era el título de uno de los capítulos del libro que escribiría luego de que todo pasara.

Solo que sentía el tiempo pasar tan lento.

Él revisaba todo sin apuro alguno, como si supiera que nadie iría a detenerlo y obviamente a mi no me interesaba, no tenía idea ni de qué estaba buscando. Tal vez solo quería revisar por si encontraba algo.

Mis manos estaban detrás de mi espalda apretando los barrotes de la cuna, como si con eso pudiera mantenerlo a salvo.

No sabía cómo se llamaba, lo conocía de hace unas horas, pero era un bebé, no quería que le pasara nada.

Los minutos pasaban y ya estaba entrando en estado de desesperación.

Eran tan estúpidos que nadie iba a verme.

— ¿Cómo te llamas?

Tragué saliva, mi voz debía salir normal.

— Wilde — eso sonaba a nombre de hombre, pero estaba consumida por los nervios.

— Wilde — dijo lentamente, se sentó en la cama quedando frente a frente conmigo — Te daré cien dólares si me haces una mamada.

Parpadeé repetidas veces.

¿Qué?

Tenía que pensar algo rápido, se supone que era una puta, entonces solo debía responder que ¿sí?

— No soy buena en eso.

— Se la chupabas a Victor, ¿no?

Asentí apretando más mis manos a los barrotes de la cuna.

— Sí, pero-

— Doscientos dólares.

Cómo le decía que me importaba su dinero tanto como chuparle la polla.

— Creo que podríamos hacer otras cosas.

Mis ojos comenzaron a ver la habitación, con una sonrisa en el rostro, me fui soltando de a poco acercándome a él.

Mojé mis labios lo más sensual que pude.

Sus ojos bajaron por todo mi cuerpo.

Y lo recordé.

Tenía otra ropa, no creí que eso afectara en algo.

— ¿Qué cosas quieres hacer?

— No sé, ¿qué quieres hacer tú? — llegué frente a él, pude verlo mejor, llamó mi atención la forma de su máscara, no era de plástico, pero tampoco de tela.

Quise acercar mi mano a su rostro, su mano me detuvo de la muñeca, no midió su fuerza, pero me retuve el dolor mordiendo el labio.

— Te gusta que te agarre con fuerza.

Que cabrón, joder.

— Me pone cachonda.

Agarró con fuerza mi otra muñeca y terminó recostando mi cuerpo en la cama, solté un grito ahogado que sonó más como un gemido.

Su cuerpo quedó tapando el mío, mantuve mis piernas cerradas, aunque él quería abrirlas con las suyas.

— ¿No me vas a abrir las piernas?

Tenía que pensar rápido, pero no podía.

Los nervios invadieron aún más mi cuerpo cuando sus labios comenzaron a tocar mi cuello, e hice lo que estaba tratando de hacer desde que me secuestraron.

Siguiente plan.

Cargando… 

Mi rodilla impactó sobre su bulto entre las piernas, no una vez, ni dos, tres sí.

Él no aguantó el dolor y cayó a un lado como un conejo que recién había eyaculado.

Me levanté con rapidez y agarré al bebé, si se había colado en la ventana, es porque se podía bajar.

Me asomé a ver.

El techo.

Un basurero.

El suelo.

— Aquí voy.

Pasé mi cuerpo al otro lado, caminé con cuidado manteniendo al bebé pegado a mi cuerpo.

El techo era de pirámide, así que parecía trapesista intentando bajar sin caerme de cara con el bebé en brazos.

— ¡Hija de perra! 

Su grito hizo que caminara más rápido hasta llegar a la orilla, ya no estaba tan lejos del suelo, pero cómo carajos iba a bajar ahora al basurero.

La tapa de metal me haría romper unos cuantos huesos.

Me di vuelta a verlo pasar la venta, estaba adolorido el cabrón y aún así quería venir.

Me armé de valor y de alguna forma tipo película me tiré, claro, eso hubiera querido.

Sostuve con un brazo al bebé y con el que dejé libre lo ocupé para sentarme en la orilla, bajé mis piernas hasta que las puntas de mis pies pudieron tocar el metal, salté e intenté caer flexionando las piernas para no romperme el tobillo, muy rubia podía ser, pero no tonta, o eso esperaba.

No me di cuenta que había cerrado los ojos hasta que los tuve que abrir por el grito del imbécil con las bolas doloridas que venía hacia nosotros.

Ahora debía bajar el basurero, pero fue mucho más fácil tocar tierra firme.

Cuando ya estaba en el suelo solo pude pensar:

¡A correr, mierda!

Corrí por donde recordaba que habíamos pasado con Mel, esperaba ver a alguien que nos ayudara.

El bebé hace unos minutos había comenzado a soltar algunos sollozos, pero en ese entonces ya lloraba.

Llegué a la puerta principal, la fui abrir, pero no pude.

— ¡Cabrones! ¡¿Dónde coño están?!

Estaba como una puta cabra.

Odiando todo y a todos.

Hasta que sentí algo en mi boca, grité y me moví lo más que pude, mi cuerpo cedió ante la fuerza y presión del sujeto en mi espalda con ese paño en mi boca y nariz.

Y aunque mi cuerpo se desvanecía, ocupe todas las fuerzas que me quedaban por sujetar al pequeño entre mis brazos.

 

 

 

¡)




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