Síndrome de estocolmo

Capítulo 12.

El olor a quemado me hizo abrir los ojos, el sol me pegó justo a los ojos.

Los tuve que cerrar para acostumbrarme a la luz de la ventana, me senté con delicadeza en el ¿sofá?

¿Cómo acabé ahí?

A mi mente los recuerdos vinieron como una cachetada.

Iba a entrar al desespero cuando escuché las risas, y me di cuenta que el olor era pan quemado.

— ¡Joder! ¡Sal de la cocina!

Distinguí la voz de Diany entre las risas masculinas.

Puse a un lado la manta que me cubría, me levanté.

¿Y ahora qué mierda?

¿Acaso había soñado?

Pero no.

Lo supe cuando Mel apareció a mi lado, por donde estaba su oficina, detrás suyo venía Eros.

Me miró por un segundo para seguir su camino, iba serio, pero Mel se dejó caer a mi lado con una enorme sonrisa.

Me senté mirándolo con duda.

Quería quebrarle el cuello de una cachetada.

Y borrarle su estúpida sonrisa.

— ¿Eres un robot? — levante un ceja en duda.

— ¿Por qué?

— Eres una experta arrancando.

— Yo sigo viéndome aquí.

Rió con ganas.

— Eres una chica inteligente, rubia, pero inteligente — suspiré con cansancio — Ah y gracias por cuidar a Tom.

— ¿Quién es Tom?

Lo miré extrañada.

— El hijo de Diany.

Asentí, se llamaba Tom.

— ¿Y puedo ir a casa? — la sonrisa de Mel bajó un poco — La verdad, es que no entiendo un carajo todo esto. ¿Quién era ese imbécil del que arranqué? ¿Quién coño me desmayó? ¡¿Por qué mierda estoy aquí?! — mi paciencia se había ido de viaje. Me levanté con lágrimas en los ojos — ¡¿Cuándo me vas a cambiar por tu mierda de vida?! ¡¿Cuándo me vas a llevar para que me violen, me maten y hagan lo que quieran conmigo?! ¿Tan mala fui antes? — terminé susurrando.

Ya no quería vivir.

Nunca pensé que viviría eso, nunca quise vivir eso, nunca imaginé cuánto dolía.

Y ahí estaba queriendo acabar con mi vida por culpa de unos hijos de puta.

— ¿Les hice algo? — murmuré mirándolo directo a los ojos.

Ya no sonreía, hasta se había levantado.

Todo estaba en silencio.

— Ruby — dijo con la voz ronca.

Por un momento las caras de mis padres y la de mi hermano llenaron mi cabeza, los veía ahí, en la mesa desayunando, como cada mañana hacíamos. Recordé el día que mi hermano cumplió dieciocho, mis padres hicieron una gran fiesta en la casa, tal vez todos creían que estaba llena de niños pijos con sus padres, pero lo cierto es que estabamos los cuatro, todos tuvieron el día libre en la casa, puede que sea muy tonto, pero a veces la familia puede ser lo mejor de tu vida sin importar nada, no en todas las familias adineradas deben haber problemas.

Entonces era verdad.

No soportaba estar fuera de mi burbuja.

Pero ya se había rebentado, nunca volvería a ella

— Será mejor que vayas a la habitación y descanses.

Odiaba que me trataran como enferma.

— ¿Dónde casi abusan de mí? — sequé mis lágrimas con rabia, asentí y gire para subir las escaleras.

Cerré de un portazo esa estúpida habitación.

El enojo me hizo tirar lo primero que encontré, la lámpara.

Sus manos sujetaron mi cuerpo cuando iba a agarrar otra cosa para tirar.

Me tiró contra su cuerpo y me abrazó, ni siquiera lloraba con pena, las lágrimas caían mientras mordía mi labio.

— Ya. Destrozar las cosas no te sacará de acá.

Lo empujé con todas mis fuerzas.

— Metete tus frases por el culo.

Me quedó mirando a los ojos, el ojiazul sí que sabía cómo hacerme perder la cabeza.

— Vete de aquí Victor.

— No — fruncí más mi ceño — Me quedaré aquí y haré que te olvides de esta mierda por un momento.

— Como si te importara.

— Lo hace.

Sonrió.

— Me importas más de lo crees.

— ¿Qué quieres? ¿Follarme? — me crucé de brazos.

— Te iba a dejar hablar diez segundos con alguien de tu familia, pero esa idea tampoco está mal.

Abrí mis ojos a más no poder, me acerqué a él unos pasos.

— ¿Me vas a dejar hablar con mi familia?

El ojiazul comenzó a mirarse las uñas como si lo pensara.

Cabrón.

— Tal vez.

La ilusión se fue un momento al pensar en algo.

— Si haces esto, traicionarias a Mel ¿no?

— No, él mismo me pidió que lo hiciera.

Claro.

Suspiré con cansancio, eran unos imbéciles.

La rabia anterior había vuelto y de nuevo tenía ganas de tirar cualquier cosa que tuviera cerca.

— Ahora, ¿lo harás o no?

Quedé mirando el celular en su mano, con una pequeña sonrisa cansada asentí.

Victor me hizo dictar un número, lamentablemente solo me sabía el de Yeison, así que esperaba que mi familia estuviera cerca.

El tono comenzó a sonar, uno, dos, tres.

Le arrebaté el celular de la mano al ojiazul, estaba con voz alta, sin embargo, me importó un carajo.

— ¿Aló?

— ¡Yeison! ¡Soy Ruby! 

— ¡¿Ruby?! ¡¿Dónde estás?!

— Estoy en una casa en medio de árboles, necesito que me vengas a salvar, por favor.

— ¡Ruby! ¡Nena! ¡Dame más detalles!

— Solo tengo diez segun-

La llamada se cortó.

Quedé mirando el celular con la esperanza de ver los segundo aún correr, pero no.

La mano del ojiazul sacó el celular de entre mis dedos.

Me había quedado en blanco.

Solo que estando ahí nada podía pasar demasiado lento.

La puerta fue abierta y una oración inundó la habitación.

— Los alemanes han venido por la cría.

 

 

 

 

 

 




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