Dicen que cuando uno está muriendo ve toda su vida por delante, pero también hay algunos que dicen que la persona se comienza a arrepentir de todos sus males.
Yo fui diferente.
Porque no sentí nada.
Y tampoco la bala había caído en mí.
Daniel cayó como si su peso fuera de pluma.
— Carajo.
Me di vuelta lentamente, si había un asesino serial ahí, estaba muerta desde ya.
Y si había un asesino delante de mí.
Dos, realmente.
Uno sonreía y el otro estaba serio.
Y como el comienzo de esta jodida historia, volvíamos a estar los tres idiotas.
Victor iba en los asientos traseros conmigo, con una botella de ron quiso curar mis heridas, me negué pateandole las piernas.
Soltó un grito de derrota.
— Sigues siendo una niña pija.
— ¿Qué hacen aquí?
— Te dije que me importabas más de lo que creías.
Entrecerré los ojos.
— También dijiste que follarme no era mala idea.
— Sigo en mi postura, niña pija.
Apoyé mi espalda a la puerta para mantenerme lejos del pervertido.
No sabía si estar enojada o agradecida con ellos.
— Ahora sí, dime la verdad, ¿qué coño hacen aquí?
— Sabíamos que te librarías de ellos, no pensé que tan pronto, pero bah.. eres una chica lista.
— ¿Gracias?
— De nada.
Guiñó el ojo.
Rodee mis ojos.
Lo seguía odiando, a todos.
Por una extraña razón Victor de nuevo me había rescatado, sin que se lo pidiese, pero lo había hecho.
Debía agradecerle como mis padres me habían enseñado, pero ni de coña, era mi jodido secuestrador.
No pensaba hacerlo.
— ¿A dónde vamos?
— De viaje.
Suspiré con pesadez.
Tenía hambre.
— Tengo hambre.
— Te aguantas — respondió Eros desde el frente.
— Podríamos pasar a comprar comida para el viaje.
— No.
Rasqué mi cabeza.
Que gran viaje tendríamos.
La nueva casa.
Más pequeña y con serios problemas de moda.
— Joder, es dónde siempre soñé morir.
— Pensé que los niños pijos querían morir en un lugar más bonito.
Suspiré.
— ¿Y dónde quieren morir los no pijos?
— ¿Yo? Dentro de una vagina.
— Asqueroso.
Mel apareció de repente por la puerta con el bebé, lo sujetaba con un brazo y con el otro nos saludaba.
Victor le devolvió el saludo.
En cambio mi dedo del medio fue el que lo saludó.
Era un maldito maniático, con una sonrisa en el rostro.
Caminamos hasta él a paso rápido, quería pasar por su lado, pero no conocía esa casa.
Agradecia a mi mente pensar antes de actuar, aunque a veces o mejor dicho siempre se equivoca.
— Ostia, si te ves viva, con un poco de sangre, pero viva. Mira Tom, tu tía Ruby.
Acaricié la mejilla del bebé con una sonrisa, y luego miré a Mel.
— ¿Tía Ruby? No jodas.
— Bueno — rió — Tienes razón, podrías ser su madre.
— Tengo diesiete años. Pero ese no es el punto ahora. ¿Qué mierda hacemos aquí? Ah, y tengo hambre.
— Aquí viviremos ahora.
— ¿Perdona? Quiero irme a mi casa.
— Aún no, cariño. Acabas de matar a los hermanos Alemanes, ahora se viene lo bueno.
— ¿Qué? ¿Vendrán a matarlos?
El ríe.
— No, preciosa, vendrán a premiarnos, pero para eso necesitamos a nuestro broche de oro colgando de nuestros cuellos. Si no lo ven, entonces no nos creerán.
— Puta mierda.
— Gracias — seguía riendo.
Y yo quería apuñalarle un ojo.
No tengo idea si a alguien le interesa, pero tengo mucha tarea y no creo poder escribir, eso, Akashi os manda las gracias.