Síndrome de Estocolmo

Daniel

Daniel Pastrana, un periodista mexicano, se encontraba una mañana realizando su labor a las afueras de la ciudad. Estaba en el lugar de la noticia ya que ese día a tempranas horas había ocurrido un aparatoso accidente dejando como resultado tres muertos y cinco heridos.

Al terminar, el periodista decidió dar un paseo en su motocicleta, cuentan los habitantes del lugar que Daniel tomó un descanso en un pequeño restaurante a pocos kilómetros del lugar del accidente y luego de comer, subió a su moto y siguió su camino de regreso a la ciudad.

Ignorando lo que pasaba, Daniel seguía y seguía sin detenerse. Una extraña camioneta de color gris lo seguía sin que el periodista lo notara. Daniel siempre se concentraba en la carretera y en las señales para evitar accidentes.

A pocos kilómetros, la moto de Daniel quedó sin combustible. En ese preciso instante los secuestradores, Frida y Alonso aprovecharon la oportunidad de tomarlo por la fuerza y llevarlo hasta su camioneta dejando la moto y las pertenencias de Daniel en medio de la nada.

Al ver que no aparecía, compañeros y familiares del periodista comenzaron a buscarlo. Preocupados, fueron con las autoridades para reportarlo como desaparecido.

Mientras en la ciudad lo buscaban sobremanera por los sitios que Daniel frecuentaba, el periodista se encontraba encerrado en un pequeño cuarto a la mitad de un enorme matorral muy alejado de la carretera. Consternado y muerto de miedo al no saber en dónde estaba, Daniel miraba en todas direcciones buscando una salida, pero su mirada se encontró con la de sus secuestradores quienes usaban capuchas.

—¿Qué quieren de mí? Por favor, libérenme —suplicaba Daniel mientras lloraba —Tengo familia, necesito ir con ellos.

—No nos interesa tu familia —respondió Alonso con la voz ronca —Nos pagarán harta lana por ti.

—Se los ruego, no me lastimen —suplicaba una vez más el periodista quien titiritaba de miedo.

Los secuestradores los dejaron solo en aquel cuarto mientras planeaban la cantidad exacta de dinero que pedirían por Daniel. En realidad, no habían planeado el secuestro, todo fue improvisado y estaban algo nerviosos, pues, era la primera vez que cometían el acto.

Daniel escuchaba los murmullos desde el interior del cuarto. En silencio, intentaba soltar el nudo, pero Alonso era experto atando sogas, cosa que le complicaba las cosas al reportero.

En las noticias locales se anunciaba la extraña desaparición de Daniel. Su familia enviaba mensajes a través de la televisión suplicando porque no lo lastimaran.

Una semana después del secuestro, Frida le llevó comida a Daniel. Ella era la encargada de hacerlo. El hombre no quería comer, tan solo quería ir al baño, pues, no lo había hecho durante varias horas.

Para garantizarse de que no escapara, Frida tomó un arma y lo llevó hasta un baño ubicado en medio de lo podría denominarse un jardín, pero en muy mal estado.

El baño tenía las paredes algo sucias en la parte baja y en el techo había muchas telarañas. Afortunadamente, el inodoro estaba limpio, solo que algo manchado por lo viejo.

—¡Date prisa! —habló la mujer.

—Haré lo posible —contestó Daniel algo sarcástico, pues no se es voluntario para controlar la velocidad en cuanto a las necesidades fisiológicas del cuerpo.

Mientras Frida custodiaba al periodista, Alonso la vigilaba desde la ventana. Algunas veces el sujeto no confiaba en su pareja cuando estaba cerca de otro hombre. Aun así, la encargó de preparar y entregarle la comida al cautivo, quería saber que tan leal le era su mujer.

Frida por supuesto que no tenía intenciones de enamorarse de Daniel, pero las cosas cambiarían una semana después. Daniel se encontraba solo en el cuarto en que sus captores lo apresaban, sintiéndose aburrido, esperó a que uno de ellos entrara para pedirle un favor.

En ese momento entró Alonso, y Daniel le pidió que le regalara una hoja y un bolígrafo para escribir poemas. Pastrana no solo tenía grandes habilidades periodísticas, sino que también, las tenía para escribir poemas.

Alonso se negó a darle lo que Daniel pedía y lo dejó solo una vez más. Dos horas después, Frida ingresó al lugar para darle agua y comida. En ese momento, el periodista aprovechó para pedirle una hoja y un bolígrafo.

—¿Para qué?

—Quisiera escribir un poco, estoy aburrido.

—Veré si encuentro hojas por ahí —dijo mientras le regalaba el bolígrafo que llevaba en el bolsillo derecho de su pantalón —Regreso en un minuto.

Daniel esperó por Frida quien regresó media hora más tarde con un cuadernillo —Con esto tendrás para que escribas por varios días.

El periodista agradeció y sin más preámbulos comenzó a escribir. Poema tras poema, Daniel le escribía al amor y a la vida, era como una forma de despedirse en caso de que no sobreviviera al secuestro.

Así; pasaban los días y las noches, en cautiverio, Daniel sentía como cada minuto se hacía eterno. Siempre viendo las mismas cuatro paredes y la pequeña ventanita en donde apenas pasaba un débil rayo de luz.

Una tarde, Frida entró al cuarto donde tenían a Daniel y le entregó la comida. Esta vez el periodista comió con ansias ya que adoraba el pollo frito. Mientras el cautivo comía de tal manera que parecía que no lo había hecho en semanas, Frida tomó atrevidamente el cuadernillo y leyó todos los poemas de Daniel.




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