Síndrome de Estocolmo

Alejandro

Alejandro Zapatero, un joven español a punto de culminar sus estudios en medicina, fue secuestrado saliendo de la universidad. Carlos su captor quería sacarle algo de dinero al padre de Alejandro quien se desempeñaba como senador del país ibérico. 

Carlos llevó al muchacho a su casa y en una habitación remota en el segundo piso, lo mantuvo cautivo por varias semanas. 

—Van a pagarme unos buenos pavazos por ti. 

Alejandro, a pesar de las circunstancias estuvo calmado todo el tiempo. Permanecía en completo silencio, pues increíblemente su secuestrador no lo intimidaba. 

El primer día en cautiverio, pensaba en que pronto lo rescatarían, así que no se preocupaba por el tiempo que pasaría secuestrado y menos por la forma en que Carlos se comportaba. 

—Vaya que tienes huevos en secuestrarme y traerme a tu casa ¿Sabes que si me pasa algo tú estarás en serios problemas? No tienes ni idea de la que te has liao’ no solo conmigo, sino que también con mi padre. 

—¡Cállate! ¿Crees que no lo sé? 

—Otra cosa ¿Por qué actúas como un retrasado? —cuestionó Alejandro. 

—¿Cómo me dijiste? 

—¡Digo! Hace un rato que llevo observándote y tu comportamiento no es el de un tío normal ¿Eh? Si tienes algún problema médico solo dime y si está en mis manos ayudarte con gusto lo hago, pero no es necesario todo este teatro que tienes aquí montado ¿Vale? 

—No tengo ningún problema médico ¡Joder! —gritó Carlos.

—Vale, vale, pero no te alteres, hombre que eso es malo para vuestra salud, ya te lo digo yo. 

Carlos se acercó y de manera amenazante le habló fuertemente a Alejando diciendo —He dicho que te calles ¡Coño!

El estudiante guardó silencio ante la reacción de Carlos. Finalmente había sentido algo de miedo por su vida. “Este tío va a matarme, es obvio que está loco. Es como si padeciese algún trastorno mental o algo así” pensó. 

Después de varios minutos, Carlos salió a comprar algo de comida. El sujeto siempre estaba alerta por si la policía pasaba por la calle en que vivía, pensaba en que tal vez no era buena idea tener al joven Alejandro secuestrado en su casa. Pero, ¿En donde más lo iba a tener si no contaba con dinero para arrendar una bodega o sacar a Zapatero de la ciudad? No tenía otra alternativa más que actuar natural para no levantar sospechas.

Al caer la noche, Carlos preparaba de comer sándwich de atún y jugo de fresas, le brindó uno al joven y después salió a la sala para ver la televisión. Para asegurarse de que no se sabía nada del paradero de Alejandro, sintonizó en canal de las noticias en donde, efectivamente, pasaban la nota de la desaparición del hijo del senador Zapatero.

Carlos sentía placer al ver que las noticias hablaban de su hazaña a pesar de no dar su nombre.  El solo hecho de que los periodistas y las autoridades dijesen que se trató de un secuestro, para el captor era satisfactorio, pues sentía que tenía el poder sobre las cosas.

Carlos se burlaba de las autoridades cuando pasaban por su casa sin saber que en su interior estaba cautivo el joven estudiante que buscaban con desesperación. 

—Eso es, sigan así —decía mientras se reía a carcajadas de los uniformados. Misma carcajada que dejaba salir al ver al senador implorando por la liberación de su hijo con lágrimas en los ojos. 

Mientras tanto, al interior de la habitación en la que permanecía privado de libertad, Alejandro buscaba la forma de soltar la cuerda y escapar. Lo que no sabía el estudiante, era que se encontraba dentro de una casa de dos pisos y que, además, estaba enrejada por todos los extremos. Carlos no fue ningún tonto a pesar de todo, solo que no se había percatado de ello.  

Un día, Carlos regresó de su trabajo y encendió la televisión para ver nuevamente las noticias. Cuando volvieron a pasar la nota del secuestro de Alejandro, rápidamente se levantó del sillón y subió para ver si el cautivo aún seguía en el interior de aquel cuarto remoto.

—Me he atrasado varias semanas de universidad ¿Hasta cuando vas a tenerme aquí? —manifestó Alejandro en cuanto vio que Carlos abría la puerta.

—Pronto saldrás de aquí, pero no me hago responsable si lo harás con vida —fue lo que dijo el secuestrador. 

—¿Entonces quién?

Carlos dejó solo nuevamente a Alejandro. En el pasillo, el secuestrador caminaba de ida y vuelta con las manos en la cabeza pensando en lo que haría después. En realidad, el hombre no tenía ni la remota idea de lo que estaba haciendo, así que la única solución que se le ocurrió en ese preciso instante, fue echarse en el suelo y ponerse a llorar.

En medio de su crisis, Carlos sufrió de un ataque respiratorio y como pudo, llegó a la habitación en donde liberó a Alejandro mientras le pedía auxilio. Para el estudiante de medicina, ese fue un momento crítico, la vida de su secuestrador estaba en peligro, pero debía hacer algo para salvarlo. 

Alejandro recorrió la casa entera en busca de herramientas que lo ayudaran con Carlos. El joven hizo todo lo que estuvo a su disposición, finalmente Carlos, logró salvarse. 

Al ver lo que Alejandro hizo por él, el hombre se sintió conmovido y muy agradecido. Pensó que no valía la pena pedir dinero por él si le había salvado la vida.




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