Singledolls: la pareja perfecta

31. En compañía de un amigo

De pie frente al espejo del baño, intento encontrar en el reflejo algo de la antigua Vanessa, tal vez en mis ojos o mis labios, ¿será que mis orejas son igual de pequeñas?... No, no hay nada de quien realmente soy. Me veo en el espejo y siento como si estuviera viendo a otra persona, aquella rubia de perfecto perfil no soy yo. Mis cejas no eran así, yo tenía una más gruesa que otra y siempre tenía que estar emparejándolas… Bueno, por lo menos me libro de ese fastidio.

«Debería cambiar ese tono rubio del cabello, tal vez así Darío se sienta más cómodo cuando esté conmigo».

De repente, se escucha que alguien está tocando la puerta de la habitación, podría ser una de las mucamas que trabajan en el hotel. Pongo mis ojos en blanco y gruño por la incomodidad y molestia que me causa tales golpes repetitivos sobre la puerta, luego salgo cojeando del baño, así hasta la puerta principal de la habitación.

Giro la perilla de la puerta y al abrirla me encuentro frente a una expresión llena de incertidumbre, Chris se ve muy sorprendido, bien puedo adivinar que pensamientos pasan por su mente.

—Verónica… ¿qué haces aquí?

Antes de responderle, extiendo una mano invitándole a pasar.

—Pasa, Ernesto.

Pasa tranquilo como si llamarle por su antiguo nombre fuese algo cotidiano entre nosotros dos. Luego de avanzar unos cinco pasos voltea a ver con un signo de interrogación flotando sobre su cabeza.

—¿Por qué me llamas Ernesto?

Intento ir hacia él, doy dos saltos cojeando y eso pone en alerta a Chris… o Ernesto, quien ahora tiene toda su atención en la herida de mi pie.

—¡Pero ¿qué te pasó?! —pregunta y corre hacia mí. Me agarra bajo los brazos y espera a que le responda mientras me ayuda a caminar hacia la cama.

Chris me sienta en el borde de la cama y él se sienta a un lado mío.

—Durante la mañana estuve en la playa y de casualidad me encontré con Darío. Cuando estaba conversando con él tuve un accidente, pisé el vidrio de una botella y me corté. Darío no dudó en traerme aquí para ayudarme a sanar.

—Ya veo —dice sin apartar la mirada de mi herida.

No puedo decirle que ayer recordé todo mi pasado mientras lo espiaba en el mirador de la playa, no quiero quedar como una fisgona, así que opto por decirle una mentirita.

—Tenía que aprovechar la oportunidad para exigirle explicaciones, ¿cómo era posible que yo le conociera de antes? Le insistí tanto a Darío que hasta logré sacarle toda la verdad.

—¿Toda la verdad?

—Lo sé todo, Ernesto.

—Vuelves a llamarme «Ernesto».

—¿Acaso ese no es tu verdadero nombre?

Chris agacha la cabeza y se queda en silencio, parece que le resulta difícil hablar de este tema… ¿Y es que para quién no?, hasta para mí es difícil traer mi pasado hacia el presente, pero hay que hacerlo.

—Ernesto Escobar ya murió y no hay motivos para regresarle la vida, para él el destino no ha dejado nada—dice con suma seriedad, sin levantar la mirada—. Ahora soy Christopher Escobar, ese es mi nuevo yo.

—Tus recuerdos, tus amores, tus metas… ¿Todo lo vas a dejar atrás?

—No puedo hacer nada con los recuerdo, ellos siempre van a estar ahí; no puedo ir con mis seres amados y torturarme viéndole desde lejos; y sobre las metas de Ernesto…, bueno, esas fueron sepultadas junto con él. Ahora solo estoy buscándole un nuevo sentido para la vida.

Aún con su rostro depresivo, Chris se levanta del borde de la cama y camina hacia donde está una mesita que sostiene un balde de hielo lleno de botellas de agua, agarra una y, mientras le veo regresar hacia mí, le cuestiono en un tono un poco agobiante:

—¿Cómo buscarle sentido a la vida? Si ahora no tienes a nadie por quién luchar... Si ahora estás solo y en una página en blanco…

Chris vuelve a sentarse sobre la cama, me ofrece la botella de agua, y como niego con la cabeza es él quien termina bebiendo de ella. Luego posa su mano sobre la mía y responde sin desprender su mirada de ambas manos.

—Todos estamos solos, Verónica, no hay nadie que vaya a quedarse ahí para siempre; por eso, creer que la vida de alguien nos pertenece es una estupidez, porque un día dejaremos de estar para las personas que amamos y ellos deberán continuar sin nosotros.

Me molesta que se sienta tan solo, que no piense en sus amigos, en mí… Pero lo que más molesta es cuánta razón hay en esas palabras

—Deja de decir tantas estupideces, ¿acaso yo estoy pintada en la pared? —Suelto un respiro como si pesara en mis pulmones, posiciono mi mano sobre la de él, valiente y sonrojada, agrego— … No estás solo.

—Estoy más solo que nunca.

—Que no lo estás —recalco bajo mi vergüenza.

—Ahora que has recordado quien es Darío en tu vida, lo estoy.

Aprieto con firmeza sobre su mano e insisto diciéndole:

—No pienso dejarte solo.

El repentino silencio entre nosotros me hace buscarle con la mirada. Chris, aun con su mirada abatida, muestra una sonrisa torcida y llena de burla.

—Una Verónica diciendo cosas tiernas, no me lo esperaba.

¡Hijo de la gran…!

¡¿Cómo es que siempre encuentra oportunidad para hacerme enojar?!

—Estoy intentando darte ánimo y… ¡¿y a ti solo se te ocurre burlarte de la escasa bondad que puedo ofrecer?! —Doy media vuelta sobre la cama y me acuesto dándole la espalda—... Desgraciado.

Chris cruza un brazo por delante de mi rostro apoyándose sobre el colchón, hace que le busque con la mirada, pero es él quien encuentra la mía, me sorprende, me tiene atrapada bajo la intensidad de su mirada, bajo la tristeza grisácea que abunda como bruma en sus ojos.

—Déjame sentirme solo, la soledad es más conveniente para mí que tener que sacrificar mis sentimientos.

Cada cosa que dice parece sacado de un guion de teatro. Está claro que hasta eso ha llegado a recordar de su vida pasada… ¿o será que realmente le nace decir todas esas cosas?




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