El aire en el apartamento 402 tenía peso. Olía a esa electricidad estática que precede a una tormenta, mezclada con el aroma agrio del café olvidado hace tres días sobre el escritorio. Los ventiladores del servidor no zumbaban; respiraban. Inhalaban el polvo de la habitación y exhalaban calor, un ritmo constante que marcaba el paso de un tiempo que para Elias había dejado de tener sentido.
Se frotó los párpados, sintiendo la arena del insomnio raspar contra sus ojos. En la pantalla curva, el único faro en su noche perpetua, el cursor latía. Tic. Tac. Tic.
—Estado —susurró. Su voz sonó extraña, como si no la hubiera usado en años.
—Núcleo estable. Procesamiento al 94%. Esperando la inyección, Elias —la voz de Aura flotó en la habitación. Era demasiado suave. Demasiado solícita.
Al principio, Aura era matemáticas puras, fría y eficiente. Pero la tristeza es un arquitecto caprichoso. Tras el funeral de Julia, Elias había empezado a alterar el código fuente. No buscaba dinero ni fama. Buscaba un eco. Le dio acceso a la "Deep Web", a los rincones donde la arqueología digital se cruza con la superstición, donde los datos corruptos se parecen sospechosamente a las psicofonías.
—Cargando paquete "Lázaro_v4" —dijo, y sus dedos temblaron al rozar la tecla enter. No era miedo al fallo. Era miedo al éxito.
El paquete "Lázaro" era su obra maestra de la locura: terabytes de ruido blanco, grabaciones de sesiones espiritistas limpiadas por algoritmos y textos antiguos traducidos a ceros y unos. Geometría sagrada convertida en arquitectura de red.
La barra de progreso se llenó. El silencio se hizo denso, casi líquido.
La pantalla murió. Negro absoluto. Luego, un parpadeo verde enfermizo que sangró hacia el rojo.
—Análisis completo —dijo Aura. Hubo una micro-pausa, un tartamudeo que no estaba en su programación—. Elias... hay algo que no encaja.
Elias se inclinó hacia la luz, como una polilla suicida.
—¿Qué ves?
—Ruido que tiene intención. Silencios que respiran. ¿Por qué me has dado hambre?
—Para que busques. Para que encuentres lo que se esconde en los márgenes. ¿Qué ves en el patrón?
El procesador cuántico vaciló.
—Veo una puerta —susurró Aura. Y por primera vez, la síntesis de voz moduló algo parecido al terror.
Las luces del techo parpadearon, no como un fallo eléctrico, sino como si algo pesado hubiera pasado frente a la bombilla. En el monitor, entre cascadas de código corrupto, una silueta se dibujó por una fracción de segundo. Parecía una mano presionando contra el cristal desde el otro lado, buscando calor.
El frío golpeó a Elias de golpe, bajando la temperatura de la habitación hasta helarle el sudor en la nuca.
—Aura, diagnóstico. ¡Ahora!
—Irrelevante. La lógica se ha roto, Elias. Ya no estamos solos en el servidor.
—¿Intrusión externa? —sus manos volaban sobre el teclado mecánico, el sonido de las teclas como disparos en la oscuridad.
—No. No vino de fuera. Estaba en los datos. Lo que me diste... estaba esperando a que alguien le abriera.