Cada musculo de mi cuerpo se siente agotado y atraído por las sabanas que me envuelven. Quiero seguir durmiendo, vivir en el mundo de los sueños donde las frazadas, almohadas y colchones reinan clamando que me quede junto a ellas, regalándome kilos de helado sabor sabayón.
Vuelvo a la realidad, apenas logro abrir los ojos y ver el reloj digital de mi mesita de luz. Las 6:20 am. Me juro que en diez minutos me voy a levantar y otra vez me enredo en las sabanas y su reino.
Giro mi cuerpo para mirar el reloj abriendo un solo ojo: 6:50 am. ¡Cuando fue que el tiempo paso tan rápido! Intento despegarme de la cama pero un extremo de la sabana violeta se engancha en mi pie haciéndome pisar el suelo con el izquierdo y finalmente con el cachete en la fría baldosa color crema. Por suerte mis manos frenaron un poco mi caída pero quedaron rojas y ardientes.
Me paró adolorida y empiezo a desenredar mi pie cuando alguien toca la puerta de mi habitación.
-¡Camila! ¿Estás bien? -Grita desesperado con su típico tono gentil.
-¡Si, pa! -Respondo sin ser libre de las sabanas aún.
-Ya es tarde.
-Si, si. Me estoy preparando.
-Okey. Apurate.
-¡Siii! -Grito mientras lanzo las sabanas, que al fin logre sacarme del pie, encima de la cama y corro hacia el placar de madera.
Una chica no tan alta de pelo castaño largo y ojos verdes se refleja en mi espejo. Lo único que parece desencajar es el espantoso uniforme bordo del colegio. Vuelvo a mirar la hora: 6:56 am. Agradecí estar a dos cuadras del colegio. Llegaría para las 7 am, justo antes de que cerraran las puertas.
Camine por un corto pasillo hasta la cocina con rapidez. Mi papa con su rostro amable, su cabeza reluciente y sus ojos verdes detrás de unos anteojos negros, está sentado en una de las dos sillas frente a la mesa. Apoyada en una de ellas hay un bastón de madera y arriba de la mesa un termo con agua caliente y un vaso sin manija con yerba mate y una bombilla.
En el momento que se está llevando el mate a su boca en forma de círculo, se lo arrebato y sorbo.
-Gracias, pa. -Digo con una sonrisa mientras se lo devuelvo, él también me sonríe con una pequeña risa. -Me tengo que ir. Más tarde nos vemos.
-Mucha suerte. -Le doy un beso en su cabeza calva y me dirijo hacia la puerta pensando que necesitare esa suerte.
Después de haber caminado con pasos largos dos cuadras, llegue al inmenso colegio antes de que cerraran las puertas.
-Siempre a tiempo. -Me dijo el portero arrugado, calvo y amargo que estaba sentado detrás de un vidrio. Pablo quiere llevarse bien con todos pero su carácter bipolar se lo hace imposible.
-Obvio. -Digo riendo mientras me alejo de a poco. -Llegue antes de que toque el timbre, no? -Me encojo de hombros y salgo corriendo hacia el patio justo cuando suena la campana que nos indica que formemos.
Los alumnos se van formando en hileras en medio del patio según el curso. Yo soy la última de mi fila, pues llegue cuando ya todos estaban ubicados. Me asomo para observar la fila y, aunque no encontré a quien buscaba, veo a mi mejor amiga siendo la primera, ella es más puntual que yo. Solo espero que no me mate por haberla dejado sola antes de la formación.
Una canción suena por todo el patio. Estoy segura que todas las mañana los vecinos se despiertan con esta melodía familiar. La cantante empieza y todos cantamos desafinados con ella mientras observamos con respeto nuestra bandera celeste y blanca con un gigantesco sol en medio.
Al finalizar nuestro director con cabello blanco, ojos celestes y rostro tan dulce como el de mi padre dice unas palabras que nos hacen dormirnos a todos pero nadie se queja. Es el mejor director que una escuela pudiera pedir. Me siento algo triste por saber que el año que viene ya no estará en esta escuela para iluminarla con su sonrisa. Y entonces, estaremos perdidos o... los alumnos estarán perdidos. La vicedirectora con su pelo colorado teñido parece un diablo salido de un cuento de terror.
-...tener un gran día. ¡Suerte! -El director grita la última palabra y me despierta como a casi todos los alumnos que se estaban quedando dormidos. Él lo sabía y se aleja con una sonrisa pícara en los labios.
Las filas se rompen provocando una estampida de alumnos que van hacia las escaleras. Mi mejor amiga y yo siempre esperamos a que suban todos, no queremos ser arrasadas o aplastada por ese terremoto andante. Sin embargo sé que si me quedo acá es más probable que me mate. En cambio, dentro del aula, también me matara pero alguien seguro la frenara. Así que camino rápido hacia la escalera.
Algo me agarra del brazo y me da la vuelta. Su pelo castaño oscuro hasta los hombros con rulos -aunque en realidad su pelo es liso-, se mueve violentamente, sus ojos marrones me fulminan y sus orejas parecen sacar humo.