Síntomas de mí

VIII - Vestido de ti.


- ¿Quieres decir que así fue como comencé a existir? 

- ¡Casi! Aun no, no del todo, pero era muy poco lo que faltaba para que sucediera. Ya no eras aquella diminuta semilla que había plantado dentro de mí cuando apenas era un pequeño niño temeroso, ya habías echado raíces en mí, que me fueron penetrando con la calma precisa para no ser notadas, que se fortalecieron con cada uno de los deseos que pedí, con cada sentimiento que deseché. Fue en mi próximo deseo cuando fuiste completo por primera vez, que solo dejaste de ser nada más que semilla y raíces convirtiéndote en fruto. El fruto más seco y desabrido del mundo. 

- ¿Qué deseo fue este que te hace hablar de mí de esta manera? ¡Como si lo que hubieras creado fuera un monstruo! ¿Es eso lo que soy para ti? ¿un monstruo? 

- ¿Es que no lo ves? ¿Acaso no lo eres? ¿Te has dado cuenta de lo que haces conmigo? Solo un monstruo vil y sin sentimientos como tú, podría tenerme encerrado aquí, así, de esta absurda manera. 

- ¿Monstruo yo? Monstruo tú, que fuiste capaz de crear algo como yo, algo que a mi entender solo te servía para esconderte de ti, de tus propias debilidades y el incomprendido entorno que te rodeaba. ¿quiénes realmente me crearon? ¿Tus decisiones o las mías? No fue mi voluntad, sino la tuya de que yo fuera. ¿También me vas a negar que disfrutaste todo el tiempo en que fuiste yo, eso a lo que llamas monstruo? 

- Es verdad, lo disfruté, solo porque no era yo sino la sombra que un día regresó conmigo de este maldito lugar, junto a mí, luchando por ser ella, esperando el momento exacto para poder lograrlo. 

- ¡Ya! No te pongas así, no soporto verte de esa manera. Y sécate el rostro, hay lágrimas en tus mejillas. No soporto ver en quien soy, tanta debilidad, me es sumamente repugnante. 

- ¿Qué pasa Rojo? ¿es compasión lo que estoy notando en ti? 

- ¡No! No es compasión lo que notas en mí, sino asco al verte de ese modo, y pensar que somos el mismo, que he sido creado por ti. Basta ya de lamentarte y auto compadecerte. Quiero saber qué pediste, qué fue eso que te hizo convertirte en mí. 

- Como quieras, ponte cómodo y prepárate a satisfacer tu ego. Más que nada quería volver a amar, darme otra oportunidad, revivir el proceso de hacerlo, quería volver a sufrir, quería volver a sentirme débil, incluso volver a temer. Lo que fuera, no me importaba nada más que volver a sentir todo eso que había perdido, y estaba dispuesto a lo que fuese por lograrlo.  Desde un principio lo supe, esta vez no sería como las demás, noté algo diferente en el momento en que entré en mi santuario: unos temblores que se originaban en la gruesa planta de mis pies descalzos que casi no los podía apoyar en el suelo frío, repercutiéndose en todo mi cuerpo como un terremoto acompañado de réplicas, como si este provocara el despertar de un cuerpo dormido ajustado a medida dentro del mío. Unos sudores que lentamente recorrían mi piel como las olas del mar recorren su superficie, yendo de una costa a otra en un eterno y agotador viaje. Unos inquietos nervios y un cosquilleo en mi estómago, me lo confirmaban. No sería igual esta vez. Pero esto no fue impedimento para permanecer ahí en ese lugar, en mi santuario, y dar comienzo a mi rito. Una vez que mi reflejo se encontró en el punto exacto donde debía estar, pensé: 
“¿Realmente es eso lo que deseas? ¿Estás completamente seguro? ¿Serías capaz de tomar un riesgo tan grande conociendo ya los resultados? ¿No preferirías ser quien verdaderamente quisieras ser, teniéndolo al alcance de este pensamiento ajeno, pero también tuyo? Ya no necesitarías de mí para ser o hacer lo que quisieras. Incluso aun sin darme nada a cambio de esto, te permitiré la sensación de experimentar algo parecido y muy semejante a lo que viniste buscando, lo tendrías todo sin la necesidad de tener nada. No es poco lo que ofrezco, y las condiciones para concedértelo son simples, sencillas, déjame que te las explique:   Procurarás mostrarte alegre, amable, simpático y cariñoso ante los ojos de la gente. Tal como es deber humano sentir frío y calor, hambre y sed, será deber tuyo aparentar querer a alguien más que no seas tú mismo, no tendrás la capacidad para mentir o engañar ya que solo así podrás nutrirte de esa exuberante y misteriosa sensación que te ofrezco. Tampoco me buscarás más, si un día lo necesito, ya te encontraré yo. Y si esto pasa, no importará el lugar en que estés, hallaré el modo de encontrarte, la verdad es que espero no tener que hacerlo.  
 Hecho, dije muy seguro y consciente de lo que hacía dando por culminado otro trato más con esa voz que se apoderaba de mis pensamientos, y que este parecía ser el último de ellos, solo que de una manera algo más oficial y perpetua. Una fina línea de sangre se deslizaba en mis pálidos labios escapándose sutilmente de mi nariz, y no sé en qué momento había dibujado con uno de mis dedos embarrado en ella, lo que parecía ser un signo en el espejo, signo que era más que eso, significaba la firma que legalizaba con absoluto consentimiento, todo lo que habíamos acordado esa voz y yo en mis pensamientos. Y mientras la miraba, pude ver algo más allá de mi reflejo. Recuerdo cómo hurgué mis ojos para asegurarme de que era real lo que veía y no manchas en mis pupilas: en el espejo no se reflejaba la pared que estaba a mi espalda, solo yo, y detrás de mí el lugar más hermoso y perfecto que jamás pude imaginar, incluso más bello de lo que imaginé que sería Oxiara. Era sencillo y humilde, para nada ostentoso, con todas las condiciones creadas para tener una vida pausada, tranquila, en calma. Era un lugar demasiado acogedor, y aunque pareciera ser de noche, estaba iluminado por completo por cautivantes coloresque trasmitían alegría y felicidad, mezclándose entre ellos, creando los tonos más hermosos que jamás había visto. No como los de aquí, los de aquí son horrorosos, espeluznantes y solo producen sensación de tristeza. No había nadie ahí y aun así parecía que se encontraba lleno de vida, que esperaba la llegada de alguien, como cuando una tierna y amorosa abuela espera pacientemente la llegada de su nieto que vio partir de pequeño y regresa a casa tras haber pasado largos años, y ya es un adulto, para aun así sentarlo en sus cansadas, dolorosas y adormecidas piernas maltratadas por el paso del tiempo, pero con ansias de darle a su pequeño un suave beso en la mejilla, que compensara todo ese tiempo que no han pasado juntos. Y como si de una visión se tratara, se fue desvaneciendo enfrente de mis ojos sorprendidos, este lugar que no pertenecía a reflejo alguno, dejando al descubierto la pared que estaba detrás de mí. Nunca comprendí que un lugar así hubiese provocado en mí tanto terror, ni que esa voz que de allí provenía necesitaba todo aquello que le entregué habiendo ahí tanto de lo mismo. Solo nos quedamos mi reflejo y yo, ambos identificados con aquella firma que había plasmado en el espejo, con la que marcaríamos a cada una de nuestras víctimas. Así fue como te concebí, después de ese último trato ya no era yo, sino nosotros. Fue ese el punto en que por primera vez fuimos el mismo, ese que había perdido todo lo más valioso que alguna vez poseyó, quedándonos solo acompañados de rencor, odio, rabia, ira, desprecio, amargura e indiferencia. Quedé entonces listo para, de una vez, vestirte en mi propia piel y salir a conquistar el mundo. 

- ¡Ese placer! ¡Ese goce que sentimos en el proceso de tal conquista, hace que se humedezca por completo mi pervertido ser! ¿Cómo no querer revivirlo? Quisiera ya experimentarlo por primera vez y sé que tú también lo quieres hacer de nuevo. ¡Olvídate de Ev! Ella no es nada comparada con ese placer. ¿Cómo es que ambos, siendo el mismo, no lo puedas comprender? 

- No, Rojo ¿cómo es que tú no puedes comprender? Después de todo lo que hicimos, de lo que provoqué. Por esa razón terminé aquí. 

- No, la causa por la que estás aquí es Ev. Ella es la única culpable de esta desgracia tuya. Ella y no yo. 

- No, Ev no tiene la culpa de nada, el único culpable soy yo, el único culpable eres tú. Ev lo único que hizo fue abrirme los ojos, y una vez que lo hice, fui consciente de todas nuestras atrocidades, de todo el daño que causamos, que yo causé, y aunque trató de convencerme que lo habías hecho solo tú, yo sabía que no era así, porque yo era el único responsable de ti. De haberte creado. De todo lo que habíamos hecho. Comenzando por aquellas personas que intentaron protegerme cuando era un niño.  
 




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