Síntomas de mí

IX - Verdades que me invento.


- ¿Qué pasa con ellos? Sirvieron solo para una cosa: comenzar a descubrir quiénes éramos y cuál era nuestro limite.   

- ¿Cómo puedes hablar así de ellos, con tanta frialdad? 

- ¿Yo? Fuiste tú quien tomó esa decisión ¡lo merecían! Eran una espina que llevabas clavada dentro, siempre les guardaste rencor por no comprenderte, por no ayudarte a comprender lo que te pasaba, por no ser capaces de protegerte de tus miedos, de tus temores, y, sobre todo, por querer encerrarte en ese lugar al que tanto le temías. 

- Es que ya no sabían qué hacer, no entendían lo que me pasaba, y si decidieron eso, fue pensando en ayudarme. 

- ¡Basta! Para ya de justificarlos, no lo hagas más, no lo vuelvas a hacer. 

- No creo justo el modo en que terminaron. 

- ¡Oooohhh! ¡sí que lo fue! No pudo haber mejor castigo para ellos que el mismo que querían para ti, recuerdo cómo te brillaban tus pequeños ojitos cuando creyendo que nadie escuchaba, contaste tus grandes hazañas, comenzando por esa en la que meticulosamente describías lo que les habíamos hecho. Comenzó con un abrazo, que para ellos fue la forma de decirles “los perdono por lo que me quisieron hacer, los quiero”, abrazo que duró el tiempo suficiente para decirles “los extrañé”, en el cual encontramos la oportunidad de dibujarles en sus espaldas, a modo de caricias, ese signo que nos identificaba y nos daba poder sobre aquellas personas que estuvieran marcadas por él. Y sin remordimiento alguno, comenzaste a operar quirúrgicamente sobre ellos o más bien, dentro de ellos. La forma en que les devoraste sus mentes fue despiadada. Algo dentro de ti debió romperse mucho antes de que me crearas, yo solo fui la herramienta que utilizaste para llevar a cabo todo eso que no te atreviste a hacer antes de mí. 

- ¡Noooo! ¡para! ¡para ya! ¡no sigas! Detente, por favor.  

-Eras como el gusano que devora los sesos de un cadáver en descomposición. Solo que ellos no eran cadáveres, estaban vivos y eso lo hacía aún más atractivo para ti. Fue hermoso verlos vestir esas raras e incómodas camisas blancas que los hacían abrazarse a sí mismos sin ellos querer, todo el tiempo que las llevaran puesta, abrazos que sofocaban todas y cada una de sus esperanzas. Y en las noches, en las noches sus gritos eran música clásica para tus refinados oídos, a pesar de que la letra de estas auténticas canciones siempre se repetía, no te cansabas de oírlas, las mismas canciones que un día pudiste haber estado cantando tú: “No estamos locos, piedad, porque nadie nos comprende, por favor, que alguien nos saque de aquí, esto es un error, ayúdenos por favor, no deberíamos estar aquí”. ¡Pobres almas en pena!, no tuvieron la misma suerte que tú, no tuvieron quién les cumpliera un deseo, y los que no lo pudieron soportar, no tuvieron quién los regresara de la muerte. Y a aquellos que no tuvieron el valor de enfrentarse a ella, hoy son solo cuerpos tristes que aún se les ve deambular por los pasillos de esa hermosa y lujosa casa, donde de vez en cuando se les puede observar abrasándose a sí mismos. Solo hicimos de ellos personas especiales. Tú los convertiste en personas especiales desde ese momento en que los marcabas con tu abrazo. No olvides cómo sé esto. No olvides que quien me lo contó, fuiste tú. 


- ¡Ordeno que te detengas! No quiero que sigas. ¡no digas más! Solo intentas confundirme, ¿por qué me torturas de ese modo? Como puedes hacerme esto. 

- No, no intento confundirte, y de mentir no soy capaz ¿por qué lo haría? Quizás solo sean verdades que me invento. Quizás solo sean verdades que te inventaste tú para hacerte lucir en el lugar incorrecto. 


- ¿Entiendes Rojo, por qué no podemos volver a ser? Solo causamos penas y desgracias a las personas que decidimos cruzar en nuestro camino. A personas que yo quería e hicieron cosas buenas por mí. 

- ¿Querer? Nunca quisiste a nadie más que a ti mismo, eres como yo, eres yo. De haber querido a una de esas personas, hoy no fueran nuestras víctimas, no les hubieras hecho todo lo que les hiciste, no las hubieras usado de la manera tan vil en que lo hiciste. 

- No tuve opción, era el único modo de llenar mi vacío, nuestro vacío. No existía otra forma posible, y dejar que este vacío se expandiera, era agonizante.  
 




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