Síntomas de mí

X - Una de tantas...

- Fueron muchas, numerosas nuestras víctimas. Una que llamó mucho mi atención fue tu segunda mujer, otra de tantas que estaban por venir. Tardaste en encontrarla, pero la espera dio resultados. Lo hiciste, la encontraste, era asombroso su parecido, los mismos ojos, el mismo rostro, el mismo cuerpo, e incluso la misma forma de andar. Dos gotas de agua carecerían de tanta semejanza. Era idéntica a la chica de la que te enamoraste una vez, la que dejaste libre porque no encontraba la felicidad a tu lado, por no ser capaz de amarte por más que lo intentaras. La acechaste como un depredador salvaje acecha su presa, escondiéndote delante de sus narices, esperando a que bajara su guardia para atacar. Encontraste el modo de acercarte a ella cuando estaban solos en medio de la multitud, y de una manera muy sutil la marcaste, del mismo modo en que un animal marca su territorio haciendo que nadie más pudiese acercarse a él. La marcaste al igual que marcaste a tu familia, sin remordimiento alguno. Y con crudas y frías palabras le dijiste:  “Jamás te podré amar, jamás te podré querer, jamás te haré feliz, jamás volverás a ser libre completamente de nuevo, siempre estarás atada a mí, no eres la primera y tampoco serás la última, buscarás todo el tiempo el modo de complacerme, de cumplir mis caprichos, cualquiera que estos sean, hablarás de mí con orgullo y no permitirás difamación o sabotaje en mi contra, y de ser así, tomarás acción sobre quien se atreva, sin importar cualquier tipo de riesgos o consecuencias. Y será para ti el más grande de los honores servirme”. Todo eso le dijiste en dulce tono, pareciera que le prometías el mundo cuando realmente la privabas de él. Aquel tono hizo entrar esas palabras en su mente, tatuándolas en su subconsciente, manchando de una oscura y viscosa tinta todos sus pensamientos, que no eran más que para servirte a ti, exactamente en la forma en que se lo habías pedido. El primero en reconocer nuestra presencia en ella fue su marido, ese que la acompañaba desde la adolescencia habiendo tenido tiempo suficiente para construir un hogar en el cual formarían una familia, que durante todo ese tiempo la había protegido y amado desmedidamente. Los segundos en notarlo fueron sus padres, que lloraban desconsolados por el cambio tan radical en la personalidad de su amada hija, que justo como le habías pedido, no permitió siquiera el consejo de esos padres que ella tanto quería y respetaba, de alejarse de ti. Ni siquiera respondió a las preguntas de por qué lo hacía. ¿Qué había pasado para este cambio tan brusco? le preguntaron una y otra vez. Y sin dudarlo siquiera, se marchó con nosotros dejando atrás a su marido, a sus padres. Y lo hizo dejándoles un tono interminable, provocado a causa de cortar la llamada con la que se despidió de ellos sin decirles siquiera adiós, no necesitó hacerlo en persona, los dejó sin que comprendieran nada de lo sucedido. ¡Qué gran emoción!, ni siquiera es mi recuerdo, mírame completamente empapado en emociones, al contarlo, siento cómo recorre por mí ese placer que debiste sentir en ese momento cuando supiste que de verdad todo y todos podían estar a tu alcance y disposición, que ella daría o haría cualquier cosa por ti, por nosotros. ¿y simplemente todo esto a cambio de qué? ¡A cambio de nada! ¿Quién podría tener tanta suerte como tú? La suerte de convertirte en mí.- Fueron muchas, numerosas nuestras víctimas. Una que llamó mucho mi atención fue tu segunda mujer, otra de tantas que estaban por venir. Tardaste en encontrarla, pero la espera dio resultados. Lo hiciste, la encontraste, era asombroso su parecido, los mismos ojos, el mismo rostro, el mismo cuerpo, e incluso la misma forma de andar. Dos gotas de agua carecerían de tanta semejanza. Era idéntica a la chica de la que te enamoraste una vez, la que dejaste libre porque no encontraba la felicidad a tu lado, por no ser capaz de amarte por más que lo intentaras. La acechaste como un depredador salvaje acecha su presa, escondiéndote delante de sus narices, esperando a que bajara su guardia para atacar. Encontraste el modo de acercarte a ella cuando estaban solos en medio de la multitud, y de una manera muy sutil la marcaste, del mismo modo en que un animal marca su territorio haciendo que nadie más pudiese acercarse a él. La marcaste al igual que marcaste a tu familia, sin remordimiento alguno. Y con crudas y frías palabras le dijiste:  “Jamás te podré amar, jamás te podré querer, jamás te haré feliz, jamás volverás a ser libre completamente de nuevo, siempre estarás atada a mí, no eres la primera y tampoco serás la última, buscarás todo el tiempo el modo de complacerme, de cumplir mis caprichos, cualquiera que estos sean, hablarás de mí con orgullo y no permitirás difamación o sabotaje en mi contra, y de ser así, tomarás acción sobre quien se atreva, sin importar cualquier tipo de riesgos o consecuencias. Y será para ti el más grande de los honores servirme”. Todo eso le dijiste en dulce tono, pareciera que le prometías el mundo cuando realmente la privabas de él. Aquel tono hizo entrar esas palabras en su mente, tatuándolas en su subconsciente, manchando de una oscura y viscosa tinta todos sus pensamientos, que no eran más que para servirte a ti, exactamente en la forma en que se lo habías pedido. El primero en reconocer nuestra presencia en ella fue su marido, ese que la acompañaba desde la adolescencia habiendo tenido tiempo suficiente para construir un hogar en el cual formarían una familia, que durante todo ese tiempo la había protegido y amado desmedidamente. Los segundos en notarlo fueron sus padres, que lloraban desconsolados por el cambio tan radical en la personalidad de su amada hija, que justo como le habías pedido, no permitió siquiera el consejo de esos padres que ella tanto quería y respetaba, de alejarse de ti. Ni siquiera respondió a las preguntas de por qué lo hacía. ¿Qué había pasado para este cambio tan brusco? le preguntaron una y otra vez. Y sin dudarlo siquiera, se marchó con nosotros dejando atrás a su marido, a sus padres. Y lo hizo dejándoles un tono interminable, provocado a causa de cortar la llamada con la que se despidió de ellos sin decirles siquiera adiós, no necesitó hacerlo en persona, los dejó sin que comprendieran nada de lo sucedido. ¡Qué gran emoción!, ni siquiera es mi recuerdo, mírame completamente empapado en emociones, al contarlo, siento cómo recorre por mí ese placer que debiste sentir en ese momento cuando supiste que de verdad todo y todos podían estar a tu alcance y disposición, que ella daría o haría cualquier cosa por ti, por nosotros. ¿y simplemente todo esto a cambio de qué? ¡A cambio de nada! ¿Quién podría tener tanta suerte como tú? La suerte de convertirte en mí.




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