Síntomas de mí

XI - Mi trastornada conciencia.


- De seguro ella no, Rojo. Ella no tuvo esa suerte, ni esa ni ninguna después de cruzarse conmigo. Nosotros le arrebatamos el derecho de hacerlo. 

- ¡Sí que la tuvo! Tuvo la suerte de que nos cruzáramos en su camino. Tuvo la suerte de conocernos y formar parte de nuestra vida. 

- ¿Pero a qué costo, Rojo? Fue muy elevado el precio que tuvo que pagar. 

- ¿De qué precio hablas? No recuerdo que me contaras nada de eso. 

- ¿Cómo hacerlo? Ni siquiera tendría el coraje de contárselo a la rara sombra que eras en ese entonces, ni a una sombra, ni a una roca, ni al mismísimo silencio, sabiendo que este jamás diría nada. No pretendía contárselo a nada ni a nadie. Solo podría sospecharlo algún familiar de nuestras víctimas. Pero quienes realmente sabíamos eran Ev y mi conciencia. Esa que un día dejó de servirme como almohada a la hora de dormir, que me lo recordaba con intenso rigor, el mismo rigor con el que un verdugo racista azotaría de manera desgarradora con su látigo, la desnuda espalda de un negro esclavo, culpable de lo que se le acusa, para que siempre recordara su castigo al ver las heridas que en ella quedaron, que aunque el tiempo se encargara de cicatrizar, no le dejarían de doler. Me avergonzaba de mí. Vergüenza comparada a la que siente un hijo por la madre que lo abandona sin motivo o explicación alguna. Vergüenza como la mía. ¡Pobre muchacha! Sin tener quien le cumpliera sus sueños, había logrado realizar gran parte de ellos, sin la necesidad de valerse por nadie más que ella misma, ella y su familia, acompañada de su esposo, los que tanto la amaban. Sueños que sin razón alguna les destruí, solo por el hecho de parecerse a alguien que un día perteneció a mi pasado, alguien a quien había amado, solo por el hecho de pensar que con ella recuperaría los sentimientos que había perdido. Solo por eso. La forma en que abandonó a su familia fue como arrancarle a una madre su bebé de los brazos, esos que fuertemente se aferran a él sin que ella pueda hacer nada para evitarlo.  
Tuvieron que pasar varios días junto a ella para darme cuenta de que mi vacío solo ella lo llenaba, aunque no del todo, únicamente tomaba cortas siestas, y mientras dormía, una fresca brisa acariciaba mi rostro, mientras por dentro de mí corrieran lo que parecían ser mis sentimientos, con una falsa autenticidad, pero no me importaba, y como a la más fuerte de las drogas, me enganché a ellos hasta sumergirme en total adicción. No solo me di cuenta de eso, también descubrí que cuanto más la hacía sufrir, más tiempo permanecía dormido, y mi vacío alargaba las dosis, efecto y duración de mi adictiva droga. Mi forma de tratarla se volvió inhumana, la veía como una escoria que solo me era útil para suministrarme pequeñas dosis de calma. Y ella no paraba de llorar, lloraba todo el tiempo y lloraba porque no lograba hacerme feliz, y no soporté su llanto y le conté la verdad que precavidamente le ocultaba. No me haces feliz porque ya tu sufrimiento no es suficiente para mí, ¡quiero más! ¡necesito más! ¿acaso tú puedes darme más? ¿conoces la forma de hacerlo?... y como siempre me complació, su mayor temor era perderme, eso sería lo que más la haría sufrir, pero le era imposible porque yo no la quería soltar. Era más grande su necesidad de complacerme que la mía de hacerla sufrir, por eso, en su imaginación, descubrió cómo lograrlo. Descubrió cómo volar, buscó la cima más alta y no tuvo miedo de abrir sus enormes alas blancas, como la más pura de las nieves. Y puso su vuelo a merced del viento que acarició en su viaje las hermosas y brillantes plumas de sus alas, sus enormes alas que aún no sabían volar.   

- ¿Murió? 

- Logró su propósito, logró complacerme, a mí y a mi gran vacío. Por primera vez nos sentamos juntos a la mesa para alimentarnos de toda esa energía que nos proporcionó la partida de ese iluminado ser. Energía aderezada con un sabor extremadamente amargo, pero fue el más dulce y exquisito de todos los sabores catados por nuestro refinado paladar, y que sació nuestra sed de placer. Al finalizar con nuestra cena, no quedó ni rastro de alguna vez haber existido. Mi vacío tomó la más larga de todas las siestas que yo recuerde, duró el mismo tiempo que pude permanecer extasiado por tan exquisito sabor.  

- ¿Qué era eso tan amargo y dulce a la vez? ¿Qué fue eso que les causó tan grato placer? 

- Cuando emprendió su fallido vuelo, no decidió hacerlo sola, y mientras lo hacía, solo podía observar la majestuosidad del viento que acariciaba las plumas blancas que brotaban de sus enormes alas. Aquellas alas no solo le sirvieron para decidirse a emprender su vuelo, sino también para cubrirle exitosamente su vientre, en el cual cuidadosamente estuvo guardando un pequeño secreto que había concebido junto a aquel que era su esposo, ese que tanto la amaba y había construido junto a ella un hogar. Secreto que aun sin tener la capacidad de poder imaginar igual que ella, decidió intentarlo para así emprender el vuelo junto a quien allí lo resguardaba, para convertirse en el perfecto aderezo de nuestra exquisita cena. Y solo eso fue para mí: una cena. Quizás sea verdad lo que dices y se había quebrado algo en mí incluso entes de convertirme en ti. Quizás pude contar lo de mi familia porque sí, es cierto que les guardaba rencor debido a lo que me hicieron, a lo que quisieron hacerme. Pero el resto de los que consumimos, no tuvieron culpa alguna, solo eran parte de una sociedad predispuesta contra mí, no estaban preparados para aceptarme, regidos por comportamientos y formas de pensar diferentes a las mías. No hay día que no me arrepienta de lo que les hicimos a cada uno de ellos. Una y otra vez revivía la experiencia, a pesar de que se fuera volviendo aburrido el hecho de hacerlo. Las palabras que me escucharon decir todos esos que fueron marcados por mí, siempre eran las mismas, palabras que se convirtieron en un himno que por obligación debía ser cantado antes de realizar un acto simbólico, el de consumirlos. Y aquellos que escucharon ese himno, lo convirtieron en su causa, aunque esa causa solo les provocara sufrimiento y dolor, dolor físico y psicológico, no solo a esas personas, sino también a quienes a ellas les importaban. Causa que en más de una ocasión terminó en muerte, pero que ya no llenaba mi vacío que se encontraba en constante desvelo, impidiendo mi reencuentro con la brisa que satisfacía nuestras adicciones. Nos convertimos en un cáncer con la capacidad de reproducirse rápidamente hasta en el más sano y fuerte de los cuerpos que enfermaba, invadiendo y desgarrando cada una de las células que lo conformaban, sin excepción ninguna. Se apoderaba de él desde sus entrañas y vísceras. Era su punto de partida a un rápido asentamiento. Lo convertía poco a poco en un cadáver capaz de permanecer con una vida a merced de quien la consumía, y una vez que lo hacía por completo, solo buscaba otro cuerpo al que habitar. Entonces repetía una y otra vez el mismo proceso, sin ningún tipo de escrúpulos. En eso nos convertimos, en un asqueroso cáncer sin escrúpulos. De esos que no tendrán cura jamás, esos que solo te dejan saber de manera expuesta que se acerca tu fecha de caducidad en la que serás un alimento podrido del cual ya nadie más se podrá alimentar. ¿Quién se querría alimentar de algo con tan mal olor? Desagradable al olfato, a la vista, al tacto, desagradable porque sabes que está podrido, caducado y ya es imposible consumir.  

- ¿Fue así con todas? 

- Sí, Rojo, ese es el precio del que te hablaba, el que no podías comprender, de eso que solo sé reprimir dentro de mí. Eso que tuvieron que sufrir esas personas por mí para complacerme. Esa es mi pesada cruz, la que tendré que cargar durante mi miserable existencia. Estoy consciente de todo lo que hice siendo tú, la culpa de lo que hicimos y que nadie más me pudiese comprender, razón por la cual decidí salir en busca de aquel lugar que una vez pude ver a través del espejo. No tanto por lo que habíamos hecho, sino por las personas que decían atestiguar nuestros actos, o al menos alguno de ellos. 

- Sigo sin sentir pena por ti, ni por ti ni por todas tus presas, sin excepción. No siento nada por nadie, absolutamente nada. Solo el deseo de someter a quien yo quiera a mi antojo, de poder experimentar por mí lo mismo que experimentaste tú al hacerlo. No quiero ser ese que soportó sentir miedo incluso antes de nacer: abandono, incomprensión, desamparo, la sensación de estar desprotegido, la muerte, la incapacidad de conservar su vida, traición, rechazo, la pérdida de su único y gran amor, la capacidad de poder padecer este sentimiento una vez más, el ser usado, alimentar un vacío insaciable, y eso a lo que defines como el más grande de tus males: convertirte en mí.  Cada cual tiene lo que le toca y eso fue lo que a ti te tocó. Nada ni nadie te dio la opción de escoger, de cambiar las cosas, esas personas a las que llamas victimas tuvieron más suerte que tú, conocieron la libertad, y aunque no les duró lo que hubiesen querido, la pudieron tener. En cambio, tú siempre fuiste privado de ella. Fue gracias a mí que la pudiste alcanzar. Por eso me creaste, para poder ser libre, y una vez que lo fuiste, mírate dónde estás: preso de ti una vez más al querer liberarte de ella, tu libertad. 

- No todo es como dices, no todo es así, por más que creas ser perfecto, no lo eres. Solo lo crees porque en las historias que escuchaste de mí cuando era tú, lo eras, o eso quise hacer entender dejándome llevar por la emoción de poder contarlas.  

- Imposible estar equivocado, ¿acaso no es cierto todo lo que he dicho? Nunca has sido querido por nadie, excepto por mí. Yo sí te he querido y siempre te querré. Te quiero tanto que te doy la oportunidad de volver los dos a ser el mismo. Ese que una vez solíamos ser. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.