Síntomas de mí

XII - Recuerdas aquella historia que conté.


- ¿Es que no me escuchas? Te digo que te equivocas, Rojo, esa persona que tú dices que nunca me quiso, sí existió. Y no solo me quiso. ¡También me amó!  

- No me dirás que fue esa de la que ni siquiera recuerdas su nombre, a la que conociste cuando apenas eras un niño. Ella tampoco te quiso, quizás pudo haber sentido lástima de ti, y tú, tú solo te sentiste identificado porque ambos compartieron el conocimiento de algo que nadie más sabía. 

- No, Rojo, no te estoy hablando de ella. Te hablo de la persona que llegó a amarme y comprenderme con más intensidad de lo que llegué a quererme yo. Mucho más de lo que me puedas querer tú. Te hablo de la persona que me hizo querer y lograr deshacerme de ti. Esa persona es la que tanto odias y de la cual no quieres ni saber, esa persona es Ev.      

- ¡Maldita sea ella! ¿Cómo querría saber de semejante obstáculo para nuestra persona, esa que provocó el fin de quienes llegamos a ser? 

- No, Rojo. Ev no provocó nuestro fin, solo el tuyo. Ella solo me mostró que podía ser yo mismo sin la necesidad de ti, ese que solo se dedicó a alimentar un vacío que nunca pudo llenar, el que se conformaba con las sensaciones de sentimientos falsos y adornados de mentiras, que nunca llegaron a ser reales. Eran solo una ilusión de lo que yo realmente necesitaba y tú nunca quisiste aceptar. Te negabas por todos los medios a que alguien más tuviese control sobre mí, aunque este fuese yo mismo. Dices que notaste cómo brillaban mis ojos cuando te conté cómo terminó mi familia. ¿No es así?  

- ¡Sí! Y no fue esa la única. También lo pude notar en otra ocasión. Pude ver una vez más cómo tus ojos se avivaban, cómo lo disfrutabas mientras lo ibas contando, creyendo que nadie te podría estar viendo o escuchando, sin darte cuenta que a eso que se lo contabas, más tarde llegaría a ser en lo que me convertí, eso en lo que me convertiste tú. Fue justo mientras me contabas esa encantadora historia sobre el hombre aquel que creyó que serias igual a él. Encantadora incluso hasta para mí, que no soy capaz de emocionarme. Recuerdo verte con cierto tono de satisfacción, aun mayor que la vez anterior en la que hablabas de cómo hiciste que terminara tu familia. Esa última vez fue tan intenso para ti que ni precauciones tomaste. Fuiste más allá de los extremos.  

- ¿Y será que puedes recordar cada uno de los detalles de lo que conté? 

- ¿Cómo no hacerlo si fueron estas, tus vanagloriadas historias, las que dieron inicio a mi formación, el perfecto complemento de lo que soy?

“Era un tipo al cual podías notar en cualquier lugar que se encontrara, de pocas expresiones faciales y corpóreas, fácil de distinguir entre los demás, con una mirada algo perdida que lo hacía más atractivo a lo tenebroso, de un rostro para nada agradable a la vista de cualquiera que lo mirase, como arrugado por el vicio, incapaz de socializar con todo aquello que se encontraba a su alrededor, a pesar de estar en un lugar rodeado de personas algo raras también, aunque no tanto como él, de todas las clases sociales. Se hallaba cómodamente sentado en el rincón más oscuro y apartado de aquel perdido bar en lo que pareciese ser una especie de trono desde el cual podía estar pendiente de cada detalle que allí sucedía, como si fuera un monarca bajo el cual estaban los dominios de ese lugar de mala muerte, donde estabas de paso, haciendo una breve estancia para continuar en la búsqueda de nuestra siguiente presa. 

- ¡Por qué las llamas así!? No eran animales. Eran solo personas, futuras víctimas de mí lo que buscábamos. 

- ¡Víctimas!? Te alimentabas de ellas, de sus sufrimientos. Las acechabas para luego devorarlas consumiéndolas por completo. No sé tú, pero yo solo las puedo ver como presas, y a ti como un hambriento depredador. 

- Solo te pido un poco de respeto por ellas.  

- Sí, claro, como tú digas. Esta historia en particular, aunque es tuya, la estoy contando yo. Cuando fuiste tú quien lo hizo, no noté que sintieras ningún respeto por ellas, aunque quizás se lo merecían porque eran personas como tú dices, aunque yo las vea como simples recipientes. ¿Entonces puedo continuar? Esta es de mis favoritas, por no decir la que más, la que dio un comienzo a mí, tu creación. 

- ¡Adelante! No te detengas. Yo también la podría estar escuchando una y otra y otra y otra vez. 
 




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