Síntomas de mí

XIII - EL hombre de la mirada perdida y ella.

- ¡Vaya, me sorprendes! ¡Qué raro ese interés tuyo! Pues continuemos. Mientras te adentrabas en aquel misterioso antro, abriéndote paso entre quienes allí estaban, te fuiste sintiendo en un acogedor hogar al cual nunca antes habías pertenecido. Era como estar en casa, pero sin incomodar a nadie por tu notable diferencia, o representar amenaza alguna para los presentes. Esos que a simple vista no eran muy diferentes a ti, que encontraban en ese lugar un refugio de todo lo que representaba el exterior, donde podían ser quienes realmente querían, sin ningún tipo de censuras, sin la necesidad de esconder lo que eran de nadie que pudiera juzgarlos para una vez más cometer los mismos pecados que en un principio los habían arrastrado hasta ese punto en el que se encontraban. Y mientras te envolvías de tan grata sensación, notaste cómo lentamente esa perdida mirada que se encontraba a oscuras en una imponente esquina de aquel bar, se encontró con la tuya. Recostándose sin permiso alguno en ti, fue capaz de reconocer esa diferencia que te hacía sobresalir entre tantas personas defectuosas como tú. Mirada que acogiste como la más cordial de las invitaciones, la que te guió al trono en el cual se encontraba su portador. Aquel hombre que daba por sentado saber cuál era la razón por la cual te encontrabas allí, porque era inmensa tu similitud con los demás, esos que, sin mezclarse con él, fielmente lo acompañaban. Te acercaste con inmensa cautela y mientras lo hacías, solo podías observar lo parecido que iba siendo a ti. Cuando te diste cuenta, estabas dentro del territorio de una bestia que estaba siempre al acecho, una bestia muy parecida a ti por la que mostraste respeto y curiosidad como nunca antes en tu vida lo habías hecho. Creíste que serias el único, que no habría otros como tú… “Me bastó verte cruzar por esa puerta para saber que pertenecías aquí, para saber lo que buscabas” ...esas fueron las palabras que te dijo cuando estuviste a su lado, como dándote el permiso y la aceptación para estar ahí, en ese lugar, junto a él. ¡Vaya sorpresa para ti! ¡por fin después de tanto tiempo solo, alguien que te comprendiera y te aceptara, alguien como tú! …bueno, eso solo lo creía él. Como también creyó que buscabas lo mismo que habían estado buscando todos aquellos que los rodeaban y disimuladamente le hacían reverencia. Esos que, a diferencia de ti, no podrían tener y necesitaban de una persona que les mediara el acto. Esa persona era él, que también resultó ser el dueño de aquel bar perdido en medio de la nada. Estabas tan intrigado por saber qué era aquello que ese hombre les ofrecía a esas personas, que te negaste el placer de interrumpirlo haciéndole creer que era superior a ti, a nosotros. Te permitiste seguirle su juego porque algo era cierto: algún poder tenía sobre aquellas almas que allí se encontraban, que parecían regresar con frecuencia en busca de más de eso que él les ofrecía, y era a ti a quien se lo proponía ahora. ¡Qué hombre tan misterioso aquel! Más que parecerse a ti, se asemejaba a esa voz que una vez había cumplido tus deseos. Solo que él siempre ofrecía lo mismo, eso que hacía a esas personas regresar a buscar lo que ya habían tenido. Se levantó de su imponente asiento y prácticamente te ordenó que lo siguieras, no con palabras, sino con un brusco gesto que hizo al voltear su cabeza, que hizo que su mirada se encontrara perdida una vez más en medio de aquel bar. Lo seguiste hasta una puerta cubierta por rojas y gruesas cortinas, que se encontraba al final de un desolado pasillo. Tras correr unos cuantos cerrojos, nos abrimos paso por unas estrechas y chirriantes escaleras de madera que iban anunciando nuestra llegada con cada paso que dábamos. Una vez que terminamos de bajarla, nos encontramos en un extravagante lugar; por su ubicación sabía que era el sótano, que parecía más un cuarto de torturas, acondicionado para realizar hasta el más cruel y pervertido de todos los sueños. Fue entonces cuando comprendiste la razón por la cual esas personas estaban ahí y qué era eso que él les proporcionaba. Raros muebles, diversas cadenas, ajustados grilletes, objetos punzantes e innumerables velas encendidas, eran los adornos de ese lugar que parecía haber estado esperando durante un largo tiempo por ti. Pero nada comparado con aquello que era la principal atracción de tan exótico lugar: una atractiva, pero maltratada joven, para nada dispuesta a cumplir con lo que se le exigía, obligada a satisfacer todos los antojos de los que la poseían. Su piel, casi traslúcida, portaba rastros de un hecho que se repetía con rutinaria frecuencia, rastros de marcas que le habían causado los que sobre ella escribían, pero no solo su piel estaba marcada, también lo estaban su alma y su mente. No entendías cómo era posible que soportara tan terrible abuso y semejante maltrato, en contra de su voluntad, al ser tan usada sin consentimiento alguno. Entonces te contó. Fue antártica tu reacción, tan fría como hielo, al verla encerrada de ese modo, obligada a estar disponible para hacer lo que desearas tú o cualquiera que él dispusiera. Jamás la había visto en nadie más. Eso le inspiró la confianza necesaria para alardear de lo que con ella podía hacer y cómo lo había logrado. Ella era apenas una niña de unos doce años cuando sus padres la dejaron en su custodia, más que dejarla fue una transacción. Ellos no tardaron mucho en decidirse entre la vida que llevaban y alimentar a su pequeña, así que prefirieron entregársela a la persona en la que más confiaban para cuidarla, por tan solo una pequeña suma de dinero, para jamás volverla a ver. Esa persona era él, su amado tío, que una vez que la tuvo bajo su custodia, no la vio como una niña, sino como una prematura mujer por la cual, sin importar qué tipo de lazos los unían, decidió poseer en sus pensamientos. Se sentía con derecho ya que, aunque había sido poco, había pagado, y nadie vendría a reclamarle. Los únicos que lo podían hacer fueron esos mismos que la abandonaron a merced de él, quien se creía dueño de ella, y siempre que se encontraba a su alcance, su mirada no estaba perdida como de costumbre. Todo lo contrario, se dedicaba a seguirla con una escondida intención mientras se paseaba por la habitación en la que él estaba, y ella jugaba con la única muñeca que le permitía recordar que un día perteneció a una familia que la había abandonado, sí, pero que ella no dejaba de extrañar y querer. Poco a poco se fue sintiendo el peso de esa mirada perdida que la acompañaba en cada uno de sus pasos, la de su tío. Su amoroso tío. Mirada que ya no disimulaba aquellas intenciones que en un principio ocultó haciéndola jugar fuera de su alcance, lo que hizo avivar su interés por poseerla, pero ya no solo en pensamientos sino un poco más allá de lo que encerraba en su imaginación. Entonces decidió en un principio recrear en ese oscuro sótano, aquello que sería para ella el palacio de su apreciada muñeca, donde sin saberlo del todo, terminaría ella convirtiéndose en una con la cual él podría también jugar. Inicialmente ella se resistió, pero las reglas del tío eran implacables, sucias, despiadadas, injustas, muy desagradables e inmensamente dolorosas. Demasiado crueles para una indefensa niña. Y no tuvo más remedio que jugar en contra de toda su voluntad, convirtiéndose así en esa muñeca con la que su tío también jugó en aquel palacio que construyó supuestamente para que ella jugara con la suya y en el que permanecería encerrada a la espera de una nueva noche en la que a su amoroso tío se le antojara jugar con ella, su nueva y adorada muñeca. Un juego que ocurría frecuentemente, en el que más que participar los dos, lo hacía solo él, pero sin dejarla fuera. Así sucedió durante largas e interminables noches. Siempre el mismo juego, las mismas reglas y los mismos participantes: él y su muñeca. Muñeca que con el paso del tiempo fue creciendo, y sin poder acostumbrarse, se logró adaptar: cerraba sus tiernos ojitos y dejaba que su tío jugara con ella. Era solo eso que él pretendía que fuera, la muñeca en la que él la había convertido, sin fuerzas ni intenciones ya de rechazarlo, con la esperanza de que así se aburriera de ella, de que no le gustara más jugar con un juguete inanimado, sin reacción alguna a sus provocaciones. Solo eso hacía, ser una inanimada muñeca mientras él jugaba a su antojo. Cosa que para nada le gustó. El ya no quería continuar jugando así, no encontraba placer haciéndolo de este modo. Sin resistencia u oposición alguna. Y tras haberla usado durante años, simplemente decidió recuperar lo que pagó por ella para luego desecharla como se desechan los juguetes rotos y viejos, esos con los que los niños ya no quieren jugar. Y sin más, a la siguiente noche se la propuso a la única persona que se encontraba de paso por ese bar que casi siempre estaba desolado. Sí, se la ofreció como si fuera un trozo de carne inservible que se le tira a un perro callejero, hambriento de lo que sea que le puedan dar, y lo hizo con el fin de deleitarse al ver cómo la devoraba. Y justo como lo hizo contigo, se la propuso a aquel completo extraño, por la misma suma que él un día había pagado por ella. Propuesta que aquel sarnoso perro no se atrevió a rechazar dadas las condiciones. Fue así como por primera vez le permitiría a alguien más jugar con aquella que hasta la noche anterior, era su muñeca preferida.  
Una vez que bajaron al sótano donde se encontraba, su tío se arrepintió. Fue tan grande y espantoso el terror que notó en el rostro pasmado y pálido de ella al ver lo que él pretendía, que decidió conservarla para continuar siendo él su único propietario. La entregaba de igual manera a ese desconocido, con la única condición de que fuera solamente allí, en ese lugar, donde la pudiera poseer. Fue mucho más grande el placer y la adrenalina que sintió al ver cómo otra persona jugaba con su muñeca querida, que de ese modo regresaba a la vida, haciendo los mismos gestos que en un comienzo hacía con él. Ese fue solo el primer participante de esa, su nueva atracción. Era el mismo juego, solo que a partir de ese momento siempre alguien diferente desempeñaría su rol. Ya no esperaba a la noche para complacer sus antojos, no, lo hacía con la esperanza de que llegara un nuevo visitante al cual le pudiera proponer su papel en aquel juego que se había creado explícitamente para sí, donde ambos obtendrían un beneficio por igual. Cada uno a su manera, a costa de la misma persona. Todas esas personas que allí se encontraban la misma noche que yo, solo tenían algo en común, buscaban lo mismo. Eso que el hombre de mirada perdida les podía ofrecer: ver quién podría ser el elegido para lograr interpretarlo en otra de la que era su escena preferida. La escena donde se despojaba de su ropa a la muñeca y se le hacía reverencia entre sus cautivas piernas. En aquella escena le introducían al cuerpo de la muñeca todo tipo de males, hasta vaciar la última de las gotas que se acumulaban en los recipientes donde estos se encontraban. Una escena que, por mucho que ella quisiera, en su mente no era capaz de censurar. 
"¿Cómo negarte la oportunidad si por vez primera tienes la suerte de encontrarte aquí? ¿cómo negarte la oportunidad de que seas uno más? ¿Cómo negarte que seas precisamente tú quien me interprete hoy por primera vez en la que es, de todas, mi escena favorita?"  
Aun escuchando estas absurdas palabras del misterioso señor de mirada perdida, que te alentaban a saciar su perverso vicio, tu rostro permanecía sin rastros de expresión, expresiones que no iban de la mano con lo que tu mente podría ser capaz de estar procesando en ese justo instante acerca de toda esa información que te acababan de ofrecer gratuitamente. Y así, sin más, le tendiste un brazo por encima de su espalda, dejando levemente caer tu mano sobre su hombro al que hiciste un breve bojeo. Lucías una cordial sonrisa en tus labios, muy parecida a la que una vez alcanzaste a ver en un reflejo tuyo, la que, a diferencia de ahora, en aquel momento no te pertenecía. Sonreías como felicitándolo por tan gran hazaña, esa que él tranquilamente contaba, de la cual se sentía orgulloso, e incluso alardeaba. No podías apartar tu mirada de la de esa joven que imploraba tu ayuda, desgarrando su sufrida voz en silenciosos pero desesperados gritos de auxilio, los que con fe suplicaban que fueras diferente a todos los demás que ya habían estado. ¿Recuerdas? Lo firmaste sin vacilar con tu dedo, como si fuera un afilado pincel, en su desprevenido hombro, rasgando su piel por encima de la ropa. De la misma manera en que un desquiciado y atormentado pintor descarga toda su ira, rabia y frustración con los más caros y oscuros óleos sobre un inservible y sucio lienzo, para darle cuerpo a su imperfecta pintura, pero quizás la más expresiva, esa con la que todos reconocerían su inmensa grandeza e incomparable talento para desarrollarla, la que sería su más exponente obra artística. Con esto dejaste a aquel hombre aún más asustado que esa joven, que comenzaba a presenciar de lo que era capaz ese incoherente estilo del arte que practicabas. Mientras él se encontraba en un espasmo total, apartaste tu mirada de la joven para observarlo fijamente a sus ojos, con mirada que le penetró hasta donde su alma se encontraba escondida para dejarla en desamparo, mirada que por más que quiso, no pudo evitar, a pesar de que casi siempre se encontraba perdida. Y con firmes y precisas palabras, le dijiste: “Eres tú quien ahora me perteneces. Eres tú quien ahora sabrás lo que es pertenecer a alguien de verdad. Serás tú quien sabrá lo que es realmente ser poseído por otra persona sin ningún tipo de ataduras, más que aquellas que tú mismo ahora desearas tener, con el único e ilimitado fin de complacerme. Solo así sabrás de lo poco que es realmente capaz una persona tan ilusa como tú, al creer que puede complacer los simples caprichos de alguien como yo” … Luego le pediste sin más ir llamando a cada una de las sucias ratas que ocupaban su madriguera y que fueron entrando de una en una al ritmo de la dulce melodía de una flauta, camino a lo que creían que sería el festín más grande de sus miserables vidas, y mientras lo hacían, ahí estabas tú, al pie de aquella estrecha escalera que te las iban presentando con distinguido tono al chirriar, las fuiste recibiendo atentamente a la vez que las marcabas, y a ellas les parecía bien, no tenían ni idea. Estaban cegadas por el pensamiento de lo que allí podría pasar. Era como ir regalando autógrafos a fieles seguidores coordinados por ese hombre, dueño de aquel cochino bar. No dejaste pasar ni uno por alto. Los marcaste a todos, de la misma manera en que se marcan las reses que están listas para ser sacrificadas. Una vez que estuvieron todas juntas, ajustadas entre sí, te convertiste en su centro de atención bajo la petición de aquel que antes les había permitido su estancia en ese sitio. Te subiste a la cama en la que estaba aquella aún más desorientada joven, sus límites de comprensión no le permitían saber qué estaba pasando y lentamente te recostaste en su cálido y vibrante regazo, le acariciaste el rostro y le susurraste con reconfortante voz: “Calma, ten calma. Ya puedes estar tranquila. Pronto serás libre. Ya lo peor pasó”.  Dicho eso te volteaste a tu público; estabas en el lugar perfecto donde tendrías las mejores vistas de lo que seguidamente comenzaría a suceder. Las miraste a todas ellas, a todas, esas sucias y golosas ratas, a la vez inspirándoles la más grata confianza y les dijiste así: “Esta es su noche y por la misma razón se encuentran todos ustedes aquí, para darle un propósito a sus miserables vidas. Déjenme contarles que son todos y cada uno, los más afortunados de este repulsivo lugar. Esta noche será mucho mejor que todas esas que ya han pasado aquí a la vez. Tendrán algo más que eso por lo que continúan regresando una y otra y otra vez. Algo que siempre han deseado tener. Algo más allá de lo que les han ofrecido hasta ahora. Esta noche podrán ser los protagonistas de su propio espectáculo, donde revivirán su más gloriosa escena, donde me consentirán complaciéndose a ustedes mismos entre sí. Será en esta magnífica e inolvidable noche cuando cumplirán su más perversa fantasía, sin límite alguno, en la cual se devorarán incluso con más ferocidad de lo que alguna vez lo hicieron con ella. Por supuesto, otorgándome el placer de ver cómo comienzan con quien más se lo merece. Ese que siempre antes que yo fue quien se los proporcionó” ... Ni siquiera tú encontraste las palabras para describirlo en ese momento. Digamos que fue alucinante, espléndido, asombroso, bello, magnífico. Hasta yo pude sentir la forma en que se alimentaron unos de otros en perfecta sincronía, con la mayor de las elegancias, sin dejar notar su hambre voraz. Fue sencillamente perfecta la forma en que sus cuerpos se atraían, consumiéndose entre sí, encontrando nada más que refugio en el placer de su acto. Fue tan indescriptible que te olvidaste de ese vacío que no te abandonaba nunca por más que intentaras, de la búsqueda de aquellos falsos sentimientos a los cuales te habías hecho un adicto. Pero para más sorpresa tuya, no era debido a tan esplendorosa obra que presenciabas, sino a lo que sucedió mientras reinaba el mayor apogeo. Era esa tierna caricia que le daba aquella joven a tu cabello y parte de tu rostro, mientras se deleitaba de todo aquello junto a ti, disfrutándolo del mismo modo en que lo hacías tú. ¡Esa joven sí que me agrada! Sin duda estaba rota al igual que tú y compartían una atracción en común, no solo soportó lo que allí ocurrió, sino que al igual que tú, lo disfrutó. ¿Por qué? ¡Quiero que me expliques! ¿Por qué no la elegiste a ella en lugar de Ev?  
 




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