Sire2123

Capítulo 1 - La pececita

A Javier Alcides le fue puesto en sus manos la observación del primer espécimen que no había salido defectuoso: la mutación entre un pez y una mujer terrestre. La criatura no era un ser mitológico, era un pez con brazos y piernas y con tejido de aleta y escamas. Además, su femineidad se reflejaba en los aparentes suaves senos y glúteos y en el rostro que miraba con la inocencia de una niña que descubre un nuevo mundo.

Javier había sido el primero de cien en graduarse de la facultad de biología extraterrestre de la mejor universidad de la Vía Láctea, abarcando el estudio de dos millones de especies —entre planetas y lunas— para obtener su especialización de Xenobiólogo.

La criatura nadaba en un contenedor del tamaño de un acuario, sin plantas ni peces con las cuales interactuar. Sentado frente al cristal del contenedor, con las piernas y los brazos cruzados, Javier miraba a la criatura, quien daba piruetas en el agua y reía con un sonido muy parecido al de una ballena beluga. El cabello anaranjado de la pececita se movía como si las corrientes del océano zarandearan aglomeraciones de algas. Omitiendo las extremidades de pez, la criatura era bellísima, incluso más que una humana.

«Es muy linda la criatura —pensaba Javier siempre que la observaba y tomaba apuntes en una tableta digital».

Luego de un mes de observación, Javier se aburrió de llamarla en su mente «criatura», así que decidió ponerle un nombre, aunque jamás fuera a salir de sus labios. Se acordó de una película infantil que había visto de niño, la primera vez que conoció a las sirenas, a la famosa sirenita Ariel; pero Ariel se escuchaba demasiado usado y el diseño de esa caricatura no tenía la altura ni la majestuosidad del pez humano que nadaba en el contenedor. Javier observó el cabello anaranjado de la pececita, y, detallando mejor, se percató que eran algas. Ella tenía aletas doradas que, al ser iluminadas por los reflectores del acuario, alumbraba cada rincón del lugar con un brillo dorado, como si fuera el poder de un dios nórdico.

—El sol, la luz, la fuerza de un resplandor —murmuró Javier, luego de tragar un bocado del almuerzo.

Javier ya no disfrutaba conversar con el equipo de la Estación Alrisha en la cafetería. Alrisha era la estrella principal de la constelación de Piscis. Hace dos días, había llegado nuevo personal desde la Tierra, pero Javier ya no gustaba de hembra humana y las conversaciones triviales ya no le incitaban a buscar compañía en la gente. Las veces que interactuó con el nuevo equipo, abandonó la conversación, ya que no toleró que el tema fuera de quiénes lo habían hecho con más decanos, profesores o jefes para apalancarse en el mundo laboral.

* * *

Desde la sala de cámaras, una vigilante llamada Siara observaba por un monitor como SIRE2123 se aproximaba hacia el cristal del acuario y ponía su aleta derecha sobre el vidrio frente a Javier. La mujer le hizo un gesto a su superiora con la mano para que apreciara lo mismo por el monitor.

La mujer requerida —la capitán Xian— vio a Javier dándole toda su atención al espécimen y le hirvió la sangre. Si aquel fuera otro hombre o alguien feo, para Xian sería tolerable, pero que fuera Javier Alcides, era inconcebible. Ella se había fijado en Javier por su atractivo y discreción. Mientras él no hablara, su belleza sobrepasaba el umbral que todo ser vivo podía tolerar. Cuando Xian tuvo las agallas de confesarle sus sentimientos a Javier, el tipo nunca le dirigió la palabra. La mujer quiso invitarlo a un bar lujoso en un asteroide capricorniano y llevárselo a la cama, pero, sin mirarla a los ojos, Javier le rechazó la invitación. Xian rugió en su cama y volvió un desastre su habitación. La desquiciada mujer también sacrificó especímenes deformes que no se desarrollaron adecuadamente. Los despojos, chillando de dolor, fueron mutilados, electrocutados, jugaron con sus temperaturas corporales en un horno y congelador… Cuando Xian estuvo satisfecha, los sacrificó en una prensa, cubriendo de sangre, huesos y órganos la habitación y muchas gotas de carmín mancharon su ropa.

Xian guardó silencio, ya que aún no quería actuar sin meditar qué hacer con SIRE2123, porque desarrollar a una criatura de ese calibre tardaba tres generaciones humanas.

«La prudencia que hace verdaderos sabios —pensó Xian con algo de ironía, pues el mensaje era importante, pero la procedencia de la frase le revolvió el estómago».

* * *

La pececita miró a Javier que se levantaba de la silla y ponía su mano en el cristal frente a ella. Javier se asombró al notar que los brazos de la criatura eran aletas que rodeaban unas manos de humano, y estaba convencido de que era el mismo caso en las piernas.

—¡Qué bella eres! —dijo Javier, sin saber que ella le entendía.

La sirenita le sonrió y, aunque sus dientes eran sierras, aún seguía siendo muy linda. Ella puso expresión de preocupación; cerró los ojos y le envió unas ondas telepáticas:

“¡Javier, ayúdame, si sigo aquí dentro, pronto moriré!”.

—¡¿Cómo?! —gritó Javier.

Ella apretó los ojos y lo regañó en su conversación mental:

“¡No grites! ¡Qué no se te olvide que te están vigilando!”.

“Está bien, pero no sé cómo sacarte de aquí —dijo Javier, por fin adaptado al sistema de comunicación mental—. ¿Cómo te llamas?”.




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