SIRE2123 nadó en el espacio y la nave espacial se acercó lentamente hacia ella. Javier respiró profundo, intentando procesar lo que había hecho. Levantó la mirada y vio por la proa de la nave a Piscis saludándolo con una mano. No. No se arrepentía de nada. Estaba convencido de que, si no le hubiera puesto un punto final a la estación de Xian, la Piscis que conocía habría sido violentada hasta morir. Su pecho latió fuerte por la expectativa, y, sin hacer esperar más a su chica acuática, abandonó la sala de pilotaje. Atravesó muchos pasillos y bajó cientos de escaleras para llegar a la compuerta del exterior. Se puso un traje de astronauta y abrió la puerta con acceso al espacio sideral. Conectado a la nave con una cuerda atada a la cintura, se arrojó al espacio y sostuvo en sus brazos a la criatura de quien se había enamorado.
Piscis resplandeció en el espacio con un brillo dorado. Javier la soltó y contempló a la pececita desprendiéndose de sus escamas y dientes de sierra, para ver a una humana completa y desnuda con la inmortalidad. Ella lo tomó de la mano y nadó en el espacio hasta la nave espacial. Ya cómodos en una habitación, Piscis le regaló la eterna juventud al hacer el amor.
Veinticuatro horas después, la nave espacial penetró la tropósfera del planeta de Piscis, y ella lloró lágrimas amarillas. Su mundo no había cambiado absolutamente nada: las mismas aguas de diferentes propiedades y colores, las mismas plantas… La nave espacial aterrizó en el agua y flotó gracias a un sistema de antigravedad. La compuerta se abrió y Piscis se paró en su borde. Inhaló el aire de su mundo, el cual olía igual a lo que recordaba: a sal, a óxido y cloro. Sin pensarlo ni un segundo, se lanzó al agua abrazando sus rodillas y cayó como una bomba. No pasó ni un minuto cuando sus peces súbditos la rodearon para darle un afectuoso saludo de bienvenida. Javier se quedó sobre la rampa de la compuerta y contempló la alegría de Piscis, la reina que había sido raptada por fines egoístas a manos de la humanidad terrestre. El hombre miró el sol de ese mundo queriendo atardecer.
Piscis se enteró de que sus peces habían tenido guerras por cuatro siglos, pero cuando solo quedaron dos parejas de diferentes sexos con vida, cesaron la guerra. Lamentablemente, luego de muchas generaciones no nació ningún pez con las propiedades de reina como ella, así que recordaron las leyes de Piscis que habían olvidado. Aun sin ella, fueron capaces de restablecer su civilización, aunque en muchas ocasiones se desataron anarquías que casi terminaron en más conflictos bélicos.
Javier se quedó en ese planeta y compartió sus conocimientos y tecnología con los seres acuáticos. Desde ese día, los peces convivieron con una nueva raza de humanos, humanos nativos, humanos milenarios e inmortales; y nunca permitieron que ninguna nave alienígena penetrara su exósfera.
FIN
Espero que te haya gustado este cuento y lo compartas con tus allegados.
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Un saludo desde Colombia.
© María Paula Rodríguez Gómez
Escrito en Julio del 2023
Primero edición: Julio 2023
Segunda edición: Febrero 2025
Corrección de estilo y edición María Paula Rodríguez Gómez
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Editado: 15.04.2024