Siril Geaster

PRELUDIO

La primera vez que vi un fantasma tenía trece años. El miedo a lo desconocido me atormentaba con el primer dolor de mujer, con la primera sangre de vida, y para cuando la media noche llegó, yacía cual nudo entre las sábanas de mi lecho, convencida que moriría a causa del dolor en mi vientre bajo; pero las doce marcaba el reloj, y yo aún respiraba. La lámpara de aceite hacía muchas horas se había extinguido, en ese tiempo apenas teníamos suficiente dinero para mantenerlas encendidas, solo un par de horas por la noche, así que cuando escuché el primer sonido desee con toda mi fuerza que la luz se encendiese, y lo hizo.

 

La tenue luz, cual palpitaciones en un pecho, alargó sus dedos por sobre las sábanas desde mi espalda para rozar mi rostro e iluminar apenas mis lágrimas; pero, no era la luz de la lámpara. Tuve frío de pronto, el dolor se hizo invisible en mis entrañas a causa del miedo repentino. Algo en el fondo de mi mente gritábame por girar y encarar la luz, pero mi instinto me dictaba todo lo contrario. Pensé que quizá si deseaba que la luz se apagase lo haría, pero mi deseo no fue suficiente. La luz pareció moverse de sitio, corriéndose con silencio hacia mis pies, mientras, yo deseaba que saliese por la puerta en la misma dirección que al entrar, pero no lo hizo así.

La indecisión persistía, y mi curiosidad y mi temor se enfrentaban en una lucha campal por predominar, pero ya que entre cada palpitación y pensamiento, entre cada temblor y sollozo, no supe predecir el sentimiento que la luz me transmitía, hasta que saltó sobre mí y halóme del brazo para obligarme a encararle.

—¡Ayúdame! —chilló—. ¡Ayúdame!

Su brillo espectral, cuya aura era un hálito desesperanzador y delirante, recayó en mis ojos adormecidos por la oscuridad y cegó mi visión, pero recuerdo muy bien lo que vi; estoy muy segura que sus ojos una vez fueron esmeralda y venía desde una época en que las mujeres eran colgadas en atrios públicos por actos considerados inmorales, donde morían en la morbosidad escandalosa de la prole, desnudas y solo luego de recibir doscientos azotes. Ella viajó todo ese tiempo y espacio para pedirme ayuda, y yo todo lo que hice fue gritar y sacudirme su presencia hasta que mi madre acercóse corriendo desde la otra pieza y tranquilizóme con un algodón empapado en cloroformo.

Esa fue la primera vez que vi un fantasma, pero no la última. 




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