Siril Geaster

3° DÍA DE LA CELEBRACIÓN

Las voces habían regresado.

En el infinito silencio de la habitación, encontré un murmullo continuo y permanente que hacinaba mis pensamientos, más nada más me acompañaba en la alcoba; hacía horas que Belladona había marchadose. Impaciente y comenzando a desesperar por dicho sonido, levanté y busqué su fuente, encontrando el espejo de mano en el buró. Al mirar en él, allí estaba ella otra vez, contemplándome en silencio desde el otro extremo de la habitación, más, al girar, nadie estaba allí. Volví mi vista al espejo para comprobar mis visiones, y eran reales: la mujer de aspecto demacrado, ojos de zafiro y cabellos como el sol, me seguía y susurraba frases, palabras sin sentido...

 

—Siril —escuché decir a Bella—. Siril, ¿me escucha? ¿Se encuentra uste bien?

Alcé la vista, al precioso espejo del tocador para encontrarme con sus fríos ojos morenos.

—¿Quiere que le dé un mensaje al seño Coprinus? ¿Desea encotrarse co él?

La observé en silencio con mis cejas en una línea, meditando sus sentimientos expresados con esas palabras, si de verdad deseaba ayudarme o solo quería que confiase ciegamente en ella. Pero, sin depender de esa duda, era el miedo paralizante lo que me recorrían al pensar tan solo, en el encuentro con él, con el directivo, con Hyden.

—No —respondí finamente, abajando la quijada y dejando mis mechones sueltos volar hasta mi regazo—. Es mejor que no…

—Como guste —asintió ella—, pero creo que él no desistirá de vela, Siril. ¿Ha dormido mal, señora? Se ve pálida, como e prime día que la vi.

—No te preocupes por mi, Bella. Estoy de maravilla solo… Hazme el cabello que necesito salir.

—Irá al jardí otra ve.

—Así es. ¡Oh! Por cierto, olvidé comentarte que, ayer, cuando regresaba del jardín, encontré esto en la habitación de las tinajasdije, y saqué del primer cajón de la cómoda, el espejo de mano que, la noche anterior, con desesperación escondí para intentar acallar las voces.

Bella lo tomó y contempló con expresión nula su reflejó en él y, por su sorpresiva reacción al ser reflejada, supe que había visto algo más allí, además de ella misma. Se deshizo del espejo con rapidez, escondiéndolo de nuevo en el cajón y controló sus gestos con una avidez sorprendente, diciendo:

—Alguie debió olvidarlo allí. No se preocupe, e dueño seguro lo reclama. Mientra tanto, me lo llevaré e cuanto termine de arreglala, Siril.

—¡No! —exclamé de inmediato, sorprendiendo a Bella—. Dejálo, que si no lo reclaman, al menos podré usarlo. Es muy bonito —dije más calma, intentando no hacer sospechosas mis intenciones, pero en verdad, sentía que no debía ignorar esa mujer espectral en el espejo.

—Como guste, Siril. Ahora debemo pensa e lo que usará po la noche para el baile de bienvenida.

—Ese baile… —refunfuñé de mala gana, recordando esa y las otras actividades del itinerario—. No hay manera de evitarlo, ¿verdad?

—No, señorita. Pero le aseguro, será uste la mujer má hermosa en la velada.

—¿Y podré, por fin, conocer a su señor Laccaria?

—E probable, él suele hace presencia al terce día.

 —Eso espero…

Minutos más tarde, con el cabello hecho y cada prenda en su sitio, Bella marchóse como cada mañana lo hacía por un par de horas (aunque no sabía precisamente a qué se marchaba hacer), no sin antes dejarme como siempre, en la habitación del jardín.

Recorría el mismo pasaje y las mismas jardineras que el día anterior, con intenciones de explorar más y encontrar otra salida, a otro sitio de la mansión, cuando el crujir leve de ramas resquebrajándose bajo el peso humano causóme un estado de alerta instintivo, más continué avanzando con lentitud, escuchando y viendo el aleteo y juego inocente de las avecillas que volaban sin posibilidad de conocer el cielo real de nuevo.

«¿Cómo he de saber algo de mi pasado —pensaba al caminar— si no tengo acceso alguno a otro rincón de la mansión, a libros, retratos o… servidumbre? ¡Eso es!». Un rayo de iluminación cayó sobre mi mente y me dio la idea tan clara, la de interrogar a un lacayo para obtener información, ¿Quiénes podrían saber más que ellos, quienes ven y escuchan todo?

Otro crujido repentino, a mis espaldas, me llevó a girar rápidamente. Atrapada entre dos altas paredes de arbustos cuadrados, al centro del corredor, no había modo de ver más allá. El sonido se repitió con dos sombras rápidas que cruzaron por mis pies, debieron provenir de dos personas cruzando el pasillo a  mi espalda. Giré mi cuerpo hacia la dirección que inicialmente seguía, para buscar el origen de las sombras repentinas pero no encontré nada.

—¿Quién husmea por allí? ¿Oli, Theo? —llamé, esperando que fueran los dos pequeños.




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