Siril Geaster

4° DÍA DE LA CELEBRACIÓN

Pulidas piezas de cerámica plateada cubrían el suelo y paredes del magnífico baño de mi alcoba, delicadas cortinas níveas y piezas marmoleadas exquisitamente como mobiliario, al centro y exaltando, la amplia tina de baño con una profundidad considerable y anchura suficiente para cuatro personas. Belladona mostróme cómo hacer uso de las perillas para que el agua brotara a la temperatura deseada, pero, por alguna razón, el agua no parecía correr esa mañana. Abrí y cerré incontables veces las llaves, descargué el váter e hice uso del lavabo en mi tocador, más nada parecía funcionar.

Cubierta por la suave bata de baño regresé a la alcoba para comprobar la hora: ocho de la mañana y minutos, la hora establecida del desayuno pasaría pronto. Noté de inmediato que la temperatura se había tornado más fría dentro de la habitación y las luces que la mantenían iluminada ante la ausencia de ventanales, parecían volverse menos potentes. Algo no estaba bien con el sistema eléctrico de la mansión, que, cabe notar, era escaso, poco eficiente y limitado a ciertos espacios vitales.

Acerquéme al portal de mi puerta principal, la que conectaba con el pasillo central, para buscar por uno de los lacayos que ocasionalmente pasaba con alguna querencia de los invitados. Una vez fuera, noté como la temperatura era más baja y la oscuridad era mayor de la regular, ni un sonido, ni una persona cerca en ningún extremo. Sopesé la idea de acercarme a uno de mis vecinos y solicitar compañía o ayuda para contactar a mi, desaparecida desde hacía una noche atrás, adlátere. Busqué por la primera puerta a mi derecha y toqué la madera por varios minutos, sin obtener respuesta, intenté de nuevo con la siguiente pero ocurrió lo mismo: nada. Asimilé que todos estaban ya tomando el desayuno.

Recordaba cuál era su puerta, claro que lo hacía. La puerta de Heyden se encontraba en el extremo opuesto del pasillo, dos habitaciones detrás. En mi intento de contactar a mis vecinos terminé plantada frente a ella, pero mi mano se detuvo en el aire ante el vaivén irregular de las luces en el corredor, que centellaban como luciérnagas moribundas, oscureciendo e iluminando el corredor de la mansión y la temperatura descendiendo aún más.

Temerosa y confundida decidí regresar a mi alcoba y esperar allí el tiempo necesario para que mi adlátere me auxiliara con instrucciones o información nueva. Andaba de prisa y con los pies descalzos rozando el alfombrado del suelo y mis manos tocando siempre la tapizada pared para no caer ante la ausencia de luz y encontrar el pomo de la habitación.

Las luces no volvieron a encender.

Dejé que todo mi cuerpo se petrificara en ese lugar, al medio del pasillo oscuro y frívolo, recordando mi modo de vida de hace solo unas semanas atrás. La oscuridad era la de una cueva solitaria y el silencio tan inquebrantable y seco cual desierto, las palpitaciones en mi pechó eran como martillazos en mis oídos y mi respiración cual vientos huracanados. No podía mantenerme así, y allí, debía moverme e ingresar a la alcoba y cubrirme del frío, al menos.

Erguí mi cuerpo para continuar avanzando y tanteando la pared con mis dedos temblorosos, alcancé a dar solo un par de pasos cuando la iluminación pareció volver parcialmente a la mitad del pasadizo ubicado a mi espalda. Un suspiro de alivio escapó de mis labios y dióme fortaleza para enderezar mi columna y divisar la puerta a varios metros de distancia. Curioso me pareció que la energía solo fluyera en la mitad última del corredor y que la luz proveniente que se reflejaba en mis pies y la alfombra, fuera blancuzca en lugar de amarillenta.

El pensamiento conectó un recuerdo antiguo en mi mente, trayendo a mi memoria esa primera noche, hacía tantos años ya, cuando solo era yo una niña y mi mayor miedo era el morir desangrada en mi cama, cuando, esa noche, vi uno por primera vez: un fantasma, antecedido por un brillo de iluminación con las mismas características que esa extraña luz renacida al centro del pasillo.

Una incomodidad curiosa se estableció en mi nuca y otra tanta en mi cabeza, diciéndome que debía girar y encarar la luz del pasillo, más mis pensamientos racionales insistían en ir directo a la habitación mientras tuviera oportunidad. Por fin mi curiosidad se interpuso y, contra el escalofrío en mi espalda baja y los vellos erizados en mi cuerpo, giré de un impulso para encarar la fuente de la luz.

De mi garganta escapó un chillido y las pulsaciones de mi pecho aumentaron por la sorpresa de encontrar a Belladona avanzando hacia mí con un juego de candelabro con cinco velas de cera en él, emitiendo, sí, una luz, pero su tono ya amarillento, no blancuzco, como minutos antes.

—¡Señorita Siril! ¿Está uste bie? ¿Qué hace al medio del pasillo a oscura?

—¡Bella, pero que susto me diste! ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me dijiste que eras vos en el pasillo?

—Perdone, señorita, pero recié alcanzo  eta parte de la mansió y la encuentro aquí, al medio de toda esta oscurida y el frío.

—Pero yo vi una luz hace varios minutos, venía de donde vos estás ahora en pie…




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