Siril Geaster

8° DÍA DE LA CELEBRACIÓN

Todo él era una mentira, toda su amabilidad un teatro y sus pretensiones una ilusión que se desvaneció tan pronto nueva carne, joven y bella, se cruzó frente a sus ojos; aunque quien sabe, quizá ni siquiera fuera lo que le importara. Por el momento, todo lo que yo deseaba era alejarme de su presencia y mantenerle lo mejor alejado posible, para no tener que mentir, para no fingir más. Estaba ya cansada de eso.

—No, por favor, no deseo ir más a esos almuerzos. Que la comida me sea traída aquí, te lo ruego, Bella —imploré, sin poder soportar las imágenes de mi cabeza; los sueños espantosos, las voces gritando y… ellos en la cama.

—No puedo…

—Tendrás que poder.

—No puedo, Siril. Vamo, mientra más rápido, será mejo para uste.

—Pero… —chillé con la vista llorosa.

La morena me silenció con sus manos sujetando mis mejillas; sus felinos ojos me llenaron de una sensación de vacío y calma muerta, como si no sintiese nada.

—Shh… Calmada, todo estará bie. Será rápido.

—No quiero seguir haciendo esto, será la última vez —dije, apartándome y buscando el abrigo para cubrirme del frío: volvía a sonar el eco de la lluvia exterior y el frío se colaba entre las paredes y cimientos de la mansión.

 

Las sonrisas iban y volvían en un flujo armonioso, roto al hacer contacto con mi silencio y apatía, retraída en mis pensamientos, en todas las delicadas sensaciones y pensamientos que provenían de cada persona rodeándome. La tarde me abrumaba y mi… don, me había sensibilizado desde la noche anterior.

Allí estaban otra vez en esa cama, sus cuerpos en una danza que no cesaba y luego, sonrisas gentiles de un extremo de la mesa a otro. Los murciélagos aleteaban hasta consumir la luz, el aire del comedor… «Sigue el olor de la muerte», susurróme Oli al oído, como si allí estuviese. Giré mi cuello a mi izquierda, donde Hyden me observaba desde otra mesa más retirada de la multitud. Se puso en pie y se alejó del salón, hice lo mismo en instantes, sin tomar importancia a los demás invitados que cuestionaban mis acciones. Le seguí un par de metros por el pasillo, sabiendo que ambos necesitábamos hablar, hasta que le vi desaparecer tras una esquina al tiempo que era interceptada por el señor Hotchsetteri.

—Señorita Siril, ¿se encuentra bien? ¿Por qué se marchó de esa manera? Supongo que se ha perdido.

Su sonrisa sagaz me fastidiaba, su voz cantora y palabras acertadas abrumaban mis pensamientos y agitaban las voces en mi cabeza que gritaban que se largara, que me dejara sola y en silencio.

—Yo… No tengo apetito. Discúlpeme —dije, intentado ocultar mi mirada y cruzar a su lado con rapidez, pero sus reflejos fueron más rápidos que los mío al impedir su paso.

—Perdóneme, espere un segundo. Deseaba hablar con usted de un tema muy importante, le ruego me escuche.

—No deseo quedarme a charlar, disculpe —intenté escapar de su agarré, pero su cuerpo alto funcionó como barrera y me llevó a chocar con su pecho. Con un movimiento silencioso sus manos tomaron mi cintura y me mantuvieron adherida a sí—. Soltadme, por favor, esto es inapropiado.

—Por favor, señorita, no puedo más ocultar lo que usted causa en mi…

—No, quiero escuchar, no me interesa…

—…y por más que intente continuar disimulando yo…

—¡Basta, basta! No quiero escuchar, por favor, suélteme.

—¿Es que es usted tan egoísta como luce?

—No soy egoísta, solo que no deseo…

Su boca se apoderó de mis labios en silencio, evitando que siguiera protestando. La estupefacción duró lo que su lengua tardó en ingresar en mi garganta, y mis dientes la mordieron con fuerza hasta sentir el sabor de su sangre, siendo liberada ante el grito de dolor que la herida le causó. Corrí lejos, escuchando sus lamentos y maldiciones, rogándome no marcharme y otorgarle mi perdón por tal ofensa, pero mi orgullo y confianza estaban ya destruidos: no podía confiar en Hotchsetteri, en nadie más.




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