Siril Geaster

11° DÍA DE LA CELEBRACIÓN

No supe qué ocurrió.

Recuerdo, vagamente, retazos de conversaciones a mi alrededor, protagonizadas por personas conocidas en diferentes momentos. Una de ellas, debió ser la misma noche en que colocáronme el suero ya que escuché al doctor Diorca decir lo siguiente, en un tono de voz suave y gentil:

—Ella estará bien, pero, no debemos comentarle nada de esto, señor Coprinus. Usted sabe muy bien que…

—Sí, sí, sé que… Que no podemos comentarle a todos pero… Solo quiero protegerla.

—Entonces permítame mantenerla sedada el tiempo necesario para encontrar una salida.

No. De inmediato intenté elevar mis parpados y protestar en negativa a la opción brindada por el doctor, en absoluto debía permanecer dormida ya que, al contrario de lo que ellos pensaban y aunque no conociera los secretos o propósitos de la fecha y el lugar, sí conocía la salida, y era la única que podía llevarles. Pero la esperanza se diluyó; mis parpados eran demasiado pesados al igual que cada una de mis extremidades y cuerpo entero, el más mínimo esfuerzo consumía mis energías.

—Está bien, pero prométame que la protegerá, doctor, prométamelo.

—Con mi vida, lo prometo.

El doctor debió colar el sedante dentro de la bolsa de suero, ya que, segundos después, volví a ese oscuro lugar donde no hay memorias, sueños ni pesadilla alguna, solo, oscuridad.

 

A intervalos, recobraba el oído y era capaz de recuperar más trozos de conversaciones que, no estoy segura, si existieron.

—Sí, asistirá —decía Hyden, bastante lejos de la cama, quizá, al portal de la puerta—, envíe a los lacayos a la hora indicada, señor Hotchsetteri, ella estará lista.

Luego, silencio, pero supuse que recibió contestación, una que no alcanzaba mis oídos.

—De acuerdo, está bien, acepto, pero el doctor Diorca será quien se quede con ella mientras llegan.

»No ahora, está descansando.

»Sí, tiene marcas en su cuello, ella intentó asfixiarla, no sé qué más pruebas necesitas.

» ¡Me calmaré cuando tengan esa loca encerrada y lejos de aquí! ¡O mejor aún! ¡Cuando todos estemos lejos de este maldito lugar!

Se percibió el temblor de la puerta al retumbar contra el marco, también la ira en la voz de Hyden, así como su respiración bufando y sus pasos andando de un sitio al otro dentro de la habitación. En ese momento más que nunca desee poder despertar.

 

—Hola, ya es tiempo de otra dosis —surgió la voz del doctor dentro de la alcoba.

—Claro, doctor, adelante. Ella ha estado tranquila, aunque ha estado murmurando cosas. No sé si…

—¿Qué ha murmurado? —preguntó el doctor, interrumpiéndole, Hyden odia que le interrumpan, y que hablen demasiado, lo sé, lo sabía.

—Mi nombre.

Un sonrisa, a mi lado, se escuchó. Luego el doctor dijo: —No me extraña. Pero no será posible mantenerla así mucho tiempo. ¿Los hombres no han regresado?

—No aún, y no hay más noticias de ellos. ¿Cómo demonios puede ser este lugar tan enorme?

—No lo sé —respondió el doctor, su peso acomodándose a mi lado en la cama—. Pero no creo que sea como usted me lo ha descrito, no del todo.

—¿No? Debería preguntar a las señoritas Elouan en ese caso, ellas han tenido participación y se espera lo mismo de nosotros. Ese tal Hotch es una farsa, lo supe desde el momento en que me entregó la invitación en persona. Doctor, ¿sigue sin creer? Le he contado que mis padres murieron en el único edificio que fue bombardeado, que ellos me confesaron que en este lugar se efectuaban atrocidades…

—Pero usted era solo un niño, puede que haya malinterpretado esas conversaciones adultas.

—No hay lugar a dudas para eso, doctor. Estoy seguro que mis padres no murieron a causa de la guerra, no, fue intencionado.

—Lo que usted diga, señor Coprinus. Ya verá que saldremos todos de aquí, regresaré con mi amada esposa y usted, con ella.

—Eso espero.

—Ahora, en cuanto a la señora, debo decir que su estómago luce sin inflamación ya y su garganta está recuperada, la fiebre se ha ido y la sudoración igual. Hora de ponerle a dormir, señora Geaster, si me escucha, le ruego que no se alarme, el señor Coprinus está solo asustado.

—Doctor, no debería…

Y todo se desvaneció de nuevo, pero, el pobre doctor… Solo sé que ahora está junto a su esposa, mejor de lo que yo.




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