Siril Geaster

EPÍLOGO

Han pasado diez años ya, y aún no me acostumbro.

Revivo una vez y otra vez, en mis sueños, esa noche, esas semanas que viví cerca de ella, y sin poder creer ahora que todo fue real, que eso en verdad ocurrió; los médicos y los investigadores insisten que sufro de un trauma, que los recuerdos de la guerra en mi infancia y el ambiente aislado de esas dos semanas fueron suficiente para llevarme a imaginar cosas que nunca ocurrieron, que no es posible derretir en manera tan instantánea la piel humana, que no existe ni un rastro en toda la ciénaga del este de tal mansión, de tales proporciones, que la existente no concuerda con mis descripciones ni con las de los otros sobrevivientes. En pocas palabras, que estamos locos.

Odio esa palabra, y mi esposa insiste en usarla muy a menudo, y más a menudo aun debo tomar mis píldoras. En el cajón donde las guardo, con llave para que los niños no las encuentren, allí también tengo guardado en una caja de madera, esos objetos que ella me entregó. El collar no ha perdido brillo ni forma, y, aunque el libro se encuentra desgastado y muy poco legible a causa de todo a lo que fue sometido, aún me ayuda a recordar, a continuar creyendo que ella fue real, que no lo imaginé…

 

Apenas escapamos, logramos encontrar la aldea siguiendo las indicaciones que ella me dio y, al ser recibidos, también fuimos protegidos, alimentados y vestidos. La tribu nos brindó refugio y, para nuestra propia protección, dijeron, nos sometieron a un pequeño procedimiento en el que marcaron una pequeña cola de pez en nuestros cuellos. Con unas balsas fabricadas de sus propias manos nos guiaron fuera de las tierras de la ciénaga y, tras un par de días más de camino, llegamos a los límites de la ciudad más cercana donde de inmediato localizamos a las autoridades y obtuvimos ayuda. Trece de nosotros, el lunes treinta y uno de octubre de 2826, logramos volver al mundo con vida, todo para observar con ojos llorosos media Estromonio destruida y en llamas. «Un nueva guerra inició», fue toda la explicación del médico que trataba las llagas en mis pies y las cortadas profundas en mis manos.

 

Sí, leí el diario. Tenía que comprender de alguna manera la causa de esa pesadilla, tenía que descubrir la razón de todo lo que vivimos en esa mansión. Ella estaba destinada a cosas horribles, a llevar actos inimaginables a la realidad y a poseer un poder sobre el mundo de las sombras y el de los humanos; ella y su madre habían sido elegidas, marcadas y entregadas al poder de la oscuridad por su padre y su abuelo.

A veces creo que fue lo mejor que pudo ocurrirle a ella, a un espíritu como el suyo, tan apasionado e incomprendido. Ella murió, intentando con fervor salir al mundo exterior, soportando fatales y horribles agonías; pero murió al final, porque el mundo al cual intentaba llegar no era para ella. No había un mundo al cual perteneciera, sino, el de la oscuridad.




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