[Viana]
Comenzamos a ir al parque a mediados de la primavera.
Lily había oído cosas interesantes sobre él, pero cuando quise darme cuenta de a qué se refería, ya era demasiado tarde. Llevaba la cesta de picnic colgada del brazo con una botella de vino rosa escondida dentro de ella porque mi amiga había insistido, yo no me negué porque me gustaba mucho ese vino y porque legítimamente creí que iríamos a pasar un buen rato. Aunque claro, no pude quejarme demasiado cuando tomé consciencia de que estábamos allí para ver a los chicos que patinaban en el agujero de cemento.
Los había de todo tipo: altos, bajos, delgados, musculosos y rellenitos. Cabellos largos y cortos descansaban sobre sus hombros cubiertos con camisetas demasiado grandes incluso para los más fornidos; había al menos dos docenas de ellos haciendo turnos para utilizar las rampas mientras sus amigos los filmaban con sus teléfonos y lanzaban carcajadas sin piedad cuando sus rodillas se arrastraban por el suelo. De hecho, fue una de esas risotadas lo que me hizo notarla: una chica se burlaba de la caída de uno de ellos, aunque ella y el chico que la acompañaba estaban separados del grupo. Al parecer eso no interesaba, porque la oí reír con tantas ganas que resultaba obvio que el pudor no tenía lugar en la ecuación.
—Qué desagradable —comentó Lily.
—Mmm.
Supuse que sí, que tenía razón, pero no por eso pude dejar de mirarla. Era pequeña y lo parecía aún más con su ropa decididamente enorme, tenía el cabello corto y los ojos más azules que había visto en mi vida. Un parche le tapaba una herida en la mejilla, que se tensaba en una sonrisa cada vez que su amigo le decía algo. Se reían mucho y pude notar como Lily tampoco les quitaba la mirada de encima, a él, mejor dicho. No tuvo que convencerme para que fuéramos una segunda vez ni una tercera; pronto habíamos generado un sexto sentido que nos permitía adivinar cuándo estarían allí casi con perfecta exactitud. Llevábamos vino y algunos pasteles que mayoritariamente sólo comía yo, mientras Lily masticaba chicle tras chicle mirando al muchacho que acompañaba a la chica de ojos azules.
—Esto es estúpido —dijo uno de esos días. Hacía calor y el vino se había acabado demasiado rápido, nuestras ideas no eran lo suficientemente claras—. No podemos quedarnos viéndolos como idiotas sin hablarles.
No le había mencionado a mi mejor amiga que me sentía atraída por la patinadora, pero ella tampoco había mencionado al chico de melena negra y piel morena y ambas habíamos adivinado quién había acaparado la atención de la otra. Un par de veces él o ella miraban en nuestra dirección, jamás al mismo tiempo, y él, que parecía más afable, le lanzó una sonrisa a Lily en una oportunidad.
—¿Qué pretendes hacer? —pregunté, más acobardada de lo que me habría gustado admitir.
—Pues hablarle —dijo poniéndose de pie—. Y tú también, vamos.
—Ni hablar —apuré, no tenía intención de acercarme a esa chica. Es cierto que no podía dejar de mirarla, pero lo cierto es que me intimidaba bastante—. Yo me quedo aquí, cuidando la cesta.
—La cesta no está en peligro —se rio—. Ven, vamos, no seas gallina.
Gallina si era, pero imité a Lily y tomé un último sorbo de vino antes de seguirla hacia la pista. Mis zapatos no eran los más indicados para caminar sobre el cemento sucio, pero el repiqueteo que provocaron sobre el suelo llamó la atención de ambos, quienes dirigieron la mirada hacia nosotras antes de cuchichear un poco entre ellos. Él parecía sacado de una revista de modelaje, con el cabello húmedo por el sudor pegado al cuello y los abdominales marcados que salieron a relucir cuando utilizó su camisa para secarse la cara. Ella, por el contrario, parecía más real: tenía polvo en la mejilla y las piernas llenas de raspones y cortes. El azul de sus ojos hacía un fuerte contraste con sus mejillas rojas quemadas por el sol, pero insistía en usar la gorra hacía atrás de todas maneras. Me tropecé con una de sus mochilas por estarla mirando, pero ella fue más rápida que la gravedad y a pesar de su corta estatura, me agarró del brazo con firmeza y me ayudó a reponerme.
—¿Estás bien?
—S-sí.
—Deberías tener más cuidado —Su sonrisa era burlesca y algo malintencionada, pero eso sólo la volvía más encantadora—. La próxima vez quizás no tengas tanta suerte.
—¿Suerte?
—De que esté allí para atraparte —ofreció. Solo entonces me di cuenta de que todavía estaba sujetándome y me aparté pretendiendo alisar mi vestido. No era necesario, pero su tacto me ponía nerviosa.
—Soy Bo —se presentó—. Y este es Eli.
—Elián —lo corrigió él—. ¿Y ustedes? Las hemos visto por aquí un par de veces.
Así que nos habían notado. Más de un par de veces, pensé, pero si Lily no lo mencionaba no sería yo quien lo hiciera.
—Lily —se adelantó mi mejor amiga—. Y ella es Viana.
—Un gusto —sonrió él. Tenía la sonrisa más amable que había visto y casi pude oír las rodillas de Lily derretirse ante la visión.
—¿Y qué hacen dos chicas como ustedes por aquí? —preguntó ella. Su cabello corto salía desordenado de debajo de la gorra, dándole un aspecto travieso. Aunque por la forma en la que me miraba, quizás no era un simple asunto de apariencias.
—Nos gustan los picnics —dije yo.
—Buscamos algo de diversión —soltó Lily al mismo tiempo.
Ambos amigos se echaron a reír al oírnos. Quizás deberíamos haber practicado nuestras respuestas antes de intentar acercarnos.
—Pues si nos esperan un rato, podemos ir por unos tragos —ofreció él—. Bo todavía está intentando dominar el Nollie.
Ella lo golpeó en el hombro, con fuerza. No lucía enfadada, pero sí algo avergonzada de que la hubiera puesto en evidencia de ese modo.
—Nada de 'intentando' —se defendió y luego procedió a impulsarse escaleras abajo sin ofrecerle una sola palabra más.