Skørdåt, la leyenda

Skørdåt, la leyenda

(Texto publicado en plataformas de lectura gratuita un poco antes de que se publicase el volumen IV en su versión original (catalán).)


Marte
Año 2673

Julius era consciente de que su nave espacial era modesta. Para empezar, era demasiado pequeña como carguero. Por otra parte, él y su tripulación eran pocos y, además, bastante jóvenes (por lo tanto, inexpertos). En todo caso, pronto aprendieron que, si querían hacerse un lugar en el mundo de los forajidos, los paramilitares, los contrabandistas y los asaltanaves (y, además, salir vivos) debían tener algo más que suerte. Tenían que ser más, tenían que ser más rápidos y tenían que ser más habilidosos. Y, a poder ser, tenían que ir mejor armados. Y es que, mientras fueran unos novatos y su nave pareciera una cagada de mosca, les sería harto difícil abrirse camino en el mundo marginal en el que estaban metidos.
Sin embargo, Julius no se amedrentaba fácilmente. Por de pronto, puso nombre a su nave. Por todas partes se decía que una nave sin nombre era como un fantasma errante, así que él decidió poner un apodo a su nave. Per es que, además, el nombre del vehículo ("el Guerrero") era toda una declaración de intenciones: hacía referencia a su padre, un bravo luchador. Luego estaba la forma de la nave, puntiaguda pero con contornos redondeados, que también transmitía osadía. Y, sobre todo, estaba aquel color rojo llamativo del fuselaje.
Gracias a aquel atrevimiento, junto con el talante de Julius (echado para adelante y decidido), él y su pandilla habían empezado a conseguir trabajillos (aunque muchos eran complicados o con un cierto riesgo). Ello los llevó a Marte, donde una banda de traficantes de medio pelo necesitaba transportar un material a Urano.
La nave de Julius estaba estacionada en un hangar pequeño de una zona de carga y descarga de Marte, y su tripulación acababa de apearse de la nave. Julius iba al frente, seguido del piloto (Klaus, el más gordo de la pandilla), el ingeniero (Geer, alto y delgado como el que más, reluciendo su piel negra), la mujer de armas (Martha, de pelo largo y con un par de ametralladoras colgando a sus espaldas en forma de X) y un fugitivo que aceptaron a bordo para que los ayudara a salir de los barullos en los que se metiesen, dado que tenía contactos y conocía muchas vías de escapatoria (Arnaw). Los cinco se plantaron ante tres chavales marcianos de piel negra y nariz chata, jóvenes como ellos, que también procuraban abrirse camino en el mundo del hampa. Mientras conversaban, varias plataformas robóticas provistas de progravitatorios, flotando, iban introduciendo cajas dentro de la navecita, que tenía la compuerta abierta.
Uno de los muchachos negros, que ejercía de jefe y que se hallaba plantado en medio de sus otros dos compañeros (y algo más avanzado), soltó a Julius:
—¿Y cómo superasteis los controles militares? Aquí fuera hay un bloqueo militar de cojón y medio. Buscan a unos asaltanaves que aterrizaron aquí en Marte hará ya un cron, para ver si los pillan cuando intenten salir.
Julius sonrió y respondió:
—Hómbrele, Theader, tenemos un piloto superbueno...
Y tras decir aquello señaló a Klaus. Theader miró a aquel piloto gordo y alto y preguntó:
—Se te ve muy joven para mearte fragatas del ejército. ¿Dónde aprendiste a esquivar un bloqueo militar sin que os agarren por la cola?
Klaus, que no pudo evitar sonreír, contestó:
—Me enseñó un pavo que sabía un huevo de esto.
Theader preguntó de nuevo:
—Acaso no te lo enseñó un militar renegado, ¿verdá'? Lo digo porque suelen ser más traidores que la madre que los parió...
A lo que Klaus respondió:
—¡No, ándale! Me lo enseñó el piloto de la Skørdåt.
Theader, un poco pasota, dijo:
—¿Quién? Nunca oí hablar de esos tipejos.
Pero uno de los que estaba detrás de Theader, algo más alto y delgado que sus otros dos compañeros, dijo:
—¿Un skørdåtiano, dices? ¡Anda ya!
Klaus, todavía sonriendo, asintió con la cabeza y añadió:
—Que sí, caramba. ¿Acaso no se lo cree usted?
Pero aquel chico alto insistió con aire de afrenta:
—¡Te lo acabas de inventar!
Entonces quién habló fue Martha:
—¡Que sí, pedazo de alcornoque...! Se llama Zuüb y es capaz de pasar por las narices de una flotilla sin que lo husmeen. Da igual si son piratas, militares u otra mierda: ¡él siempre se escabulle!
El muchacho alto replicó:
—¡Venga! ¡Es imposible que tuvierais tratos con un skørdåtiano!
Theader se volvió hacia el chico que hablaba y soltó:
—La leche, Lët·tay: ¿acaso conoces esos skørdå-no-sé-qué?
Lët·tay dijo:
—No, ¡qué va! ¡Qué voy a conocer a esa gente! ¡No existieron! Son una leyenda...
Aquello despertó la curiosidad de Theader y preguntó de nuevo a su compañero:
—¿Una leyenda? ¿Qué te enrollas, macho?
—Sí, hombre —le respondió Lët·tay—. Dicen que era un grupillo que recorría el Sistema Solar a bordo de una nave llamada Skørdåt. Según cuentan, repartieron estopa a un mogollón de pichafrías e hicieron un montón de cosas tope arriesgadas. Que si sabían esquivar misiles a la última milésima de segundo; que si podían atravesar campos de minas magnéticas sin que la nave sufriera ni un solo arañazo; que si se escabullían de un bloqueo militar dando trompos imposibles; que si podían navegar cerca der Sol sin aparatos de navegación; que si fueron de los primeros en ir a Eris; que si una vez machacaron sin inmutarse a un cojón de naves piratas que estaban acechándolos; que si llegaron a destruir destructores del ejército; que si dieron caña a un clan de Tritón; que si eran capaces de aplastar robohtrones mega como si fueran mantequilla; que si terminaron con una megamafia en Saturno y no dejaron títere con cabeza... —Lët·tay hizo una pausa pero a continuación retomó el tema— ¡Pero no puede ser, joder! ¡Nadie es capaz de hacer todo eso, caramba! Así que ese pardillo —dijo, señalando con la cabeza a Klaus— no puede haber aprendido nada de un fantasma. ¡Fijo quiere quedarse con nosotros, para deslumbrarnos!
En el grupo de Julius, Arnaw, que estaba un poco apartado, replicó algo molesto por la incredulidad de Lët·tay:
—¿Fantasma? ¡No digas gilipolleces! ¡En Titania cuentan mogollón de cosas, de esos skørdåtianos!
Pero Lët·tay replicó, con aire de pique:
—¡Pamplinas! ¿Es que no lo ves, pelele? ¡Eso es una leyenda que corre de boca en boca! Cualquier piloto de tres al cuarto, cuando se detiene en un bar y ya va pedo hasta la coronilla, siempre trata de ligar; y por eso, dándoselas de guays, larga historias de corredores del espacio a las chavalitas que hay por allá... ¡Los skørdåtianos son una leyenda! Jamás existieron.
Julius sonreía mientras oía aquella perorata y, sin decir nada y con calma, se sacó el incón del bolsillo pectoral. Le dio a tres botones, uno tras otro, y, al terminar, guardándose de nuevo el incón en el bolsillo pectoral, dijo:
—¡Lët·tay, pendejo! ¡Atienda usté'! Acabo de enviarle varios textos. Fueron escritos por un hombre que estuvo en aquella nave. Se llama Mikka. Sí, chicos, aunque no se lo crean, la Skørdåt es real. Ese Mikka se dedicó a escribir lo que vivió. Se lo transfiero... a ver si dejan ustedes de ser tan incrédulos y, de paso, aprenden algo.
Dicho aquello, Julius se volvió y empezó a ir hacia el Guerrero, porque las plataformas robóticas flotantes habían terminado de cargar el material y estaban quietas flotando a un lado. Los compañeros de Julius también se dieron la vuelta sin decir nada más y lo siguieron. Mientras Julius se encaminaba hacia la nave, medio girándose dijo a los tres muchachos marcianos, gritando:
—En seguida vamos a salir de Marte y vamos a dejar otra vez pasmados a los militares. Ustedes no van a tener tiempo de sentarse a cagar que el cargamento ya estará a Urano.
Theader, también gritando, le replicó:
—No metáis la pata, ¿eh? ¡Que aquí hay mucha guita en juego!
—¡No vamos a fallar, carajo! —gritó Julius, mientras ya estaba entrando a su nave, y, una vez dentro, se giró y miró a los marcianos; con una sonrisa en la cara, dijo confiado en sí mismo— ¡Palabra de skørdåtianos! —e hizo un guiño.
A continuación los compañeros de Julius se subieron al Guerrero, pasando cerca de su capitán, y la compuerta se cerró. Al cabo de poco, los motores se pusieron en marcha. Lentamente, Klaus, sentado en el asiento de pilotaje, hizo elevar la nave y, ya elevada, empezó a correr volando, primero suavemente pero después con más impulso, hasta que salió de aquel almacén por la puerta grande en busca de la apertura superior que conducía al exterior.
Los tres muchachos negros se quedaron solos. Theader dijo:
—Bueno, a ver si Julius y su peña saben moverse, allá fuera... Venga, subamos al carro y regresemos a casa.
Él y el tercer chico (que no abrió la boca en todo el rato) se fueron hacia el vehículo terrestre que había aparcado a unos metros a su izquierda; pero Lët·tay permanecía quieto consultando la pantalla de su incón, sosteniéndolo con la mano derecha. El chaval tenía la mirada enganchada a la pantalla, como si hubiera un magnetismo muy fuerte. Al verlo, Theader se detuvo y le dijo:
—Eh, Lët·tay, pisha, ¿qué coño haces? ¡Debemos largarnos!
Pero Lët·tay respondió:
—¡Espera, que estoy mirando los textos que acaba de pasarme el pringa'o de Julius!
Sin embargo, Theader no estaba por gaitas y reculó, asió fuerte por el brazo a Lët·tay y se lo llevó hacia el vehículo. Pese a aquello, Lët·tay no dejaba de mirar la pantalla mientras se dirigía hacia el coche, como si tuviera la mirada enganchada a la pantalla.
Ambos subieron al vehículo y la puerta se cerró tras ellos. El tercer muchacho, que ya estaba en el asiento del conductor, sin abrir boca lo puso en marcha y se puso a conducir, a la vez que Lët·tay y Theader estaban sentados en la parte posterior. Mientras el vehículo avanzaba, Lët·tay no dejaba de mirar la pantalla, superconcentrado. Theader, un poquito molesto por la actitud de su compañero, le recriminó:
—¡Pero bueno, pasa de esta mierda! ¡Que hay trabajo, leñe!
Sin embargo Lët·tay, poniendo mala cara, sin tan solo mirar a su compañero y levantando la mano izquierda poniéndola extendida, ordenó tajante:
—¡Chit!
Y siguió leyendo. Theader, aún más molesto, le reprochó:
—¿Pero a qué coño viene este "¡chit!"?
Entonces Lët·tay paró de leer, miró a Theader y dijo:
—¡Tío, estas historias son la hostia! ¡Esa gente existió de veras! ¡Hizo lo que no se pué' imaginar!
—¡Venga ya!
—¡Que sí, hombre! —replicó Lët·tay, intentando convencer a su compañero.
Theader empezó a dudar. Quizás sí que existieron unos forajidos capaces de hacer cosas increíbles. A Theader no le gustaba distraerse cuando estaba en un trabajo; pero el modo con el que su compañero estaba enganchado a la lectura lo intrigó. Entonces, algo curioso, preguntó:
—¿Y qué hicieron?
Let·tay volvió a mirar a la pantalla y, señalando con la mano izquierda, dijo:
—Mira: el primer texto cuenta cómo ese tal Mikka conoció a los skørdåtianos.
Theader dudaba entre pedirle más información sobre aquella historia o dejarlo. Pero finalmente el gusanillo pudo más, así que preguntó a Let·tay:
—¿Eran forajidos, los de la Skørdåt?
—Sí. Mira, había uno, a quien llamaban Kross, que era un gigante y era capaz de abollar el fuselaje de una nave solo dándole un puñetazo. ¡Tenía más fuerza que un agujero negro!
Theader no pudo contenerse y dijo:
—¡Venga ya, hombre! ¡Quien escribió esto está zumba'o!
—Pues, por lo que veo, él y el capitán de la Skørdåt (que se llamaba Denk) eran muy amigos. Se ve que se conocieron en una cárcel de Neptuno.
Theader solicitó:
—¿Y quién más había?
—Estaba el piloto, ese de quien nos hablaron antes, que sabía conducir la nave como un hurón. Y una exmilitar, llamada Athena, capaz de diseñar tácticas de combate superefectivas. Y también estaba la ingeniera de la nave, una tal Lylya, que era más vivaracha que una centella. Y una cazarrecompensas a quien llamaban Djènia. Y más gente...
Theader se acercó a su compañero, para poder ver la pantalla del incón, y dijo:
—Y, ese Mikka, ¿cómo conoció a una peña como esa?
Lët·tay miró a su compañero y aclaró:
—Se ve que Mikka era un chorizo de la Luna que malvivía como podía. Tuvo un encontronazo con una chica de la Skørdåt, una tal Rakkett, que era la hermana del capitán de la nave. ¡Gastaba una mala leche de cojones! Por lo que dice el texto, la chica, si hubiese podido, ¡habría zarandea'o a aquel Mikka!
Theader, riendo, dijo:
—¡Hale! Si esa chica fuera tan mala como cuentas, aquel mangui de la Luna hubiera terminado en cualquier rincón con más de un hueso roto.
Pero Lët·tay ya no respondió: siguió leyendo, atrapado por aquella historia. Al cabo de unos segundos dijo:
—¡Voy a rebotarlo a mi peña, pa que lo lean!
Y le dio a un botón de la pantalla para reenviarlo a sus amigos.
Theader no acababa de entender la actitud de su compañero. Pero, a medida que pasaban los segundos, le iba creciendo la duda: ¿y si realmente las peripecias de aquella gente eran tan sorprendentes como se desprendía del comportamiento de su colega? Entonces se acercó totalmente a Lët·tay y le pidió:
—¿Me lo dejas ver?
Lët·tay puso la pantalla del incón de modo que su compañero pudiera verlo bien, y el propio Lët·tay dijo, ya mirando a la pantalla, ya mirando a Theader y señalando a la pantalla con el dedo índice:
—Hay más de una historia. Una cuenta que entraron en la atmósfera de Venus para dar esquinazo a unos que los perseguían...
—¡Ea! —lo cortó Theader— ¡Eso sí que no se lo cree ni su puta madre! ¿Quién se mete dentro de Venus? Aquella atmósfera del demonio te puede aplastar como un martillo aplasta una almohada!
—No lo sé, pero mira —Lët·tay señaló de nuevo a la pantalla, mirándola—: Mikka escribió una nota introductoria que dice asín...
Y entonces Lët·tay leyó en voz alta:
"Lo que voy a contaros a continuación son las vivencias que viví a bordo de la astronave Skørdåt de jovencito, a mediados de siglo XXVII. A lo largo de mi vida he visto mundo y os aseguro que la tripulación de aquella nave era la gente más valiente que os podáis imaginar. No se echaba atrás ante nada ni ante nadie. Todos guienes tuvieron tratos con ellos acabaron considerándolos unos héroes. Ellos, claro está, no querían que les consideraran héroes: simplemente, iban a su bola en un Sistema Solar que se derrumbaba por todas partes. Pero, pese a todo, aquellas personas vivieron unos acontecimientos que habrían puesto a prueba cualquiera (y creedme si os digo que muy poca gente habría podido superar aquellos retos). Aquello los convirtió en héroes. No solo por los actos que hicieron, sino por las decisiones que debieron tomar, más de una vez en situaciones extremadamente complicadas y al límite de la resistencia mental. Y gracias a aquello hicieron cosas que no os podéis ni imaginar. De aquella gente aprendí tantas cosas que no sé si voy a lograr transmitirlo. Pero, en todo caso, espero enviar una brizna de esperanza a este mundo en descomposición en el que nos tocó vivir. Porque, allá donde estéis, debéis saber que hay personas que, a pesar de las adversidades de la vida, en vez de rendirse, levantaban a la cabeza, miraban fijamente al adversario y, por muy mal que pintaran las cosas, por temible que fuera aquel adversario, ellos empuñaban las armas y, provistos de todo el coraje con el que contaban, se enfrentaban a lo que hiciera falta. ¡A lo que hiciera falta! Esta es la historia de una gente que, cuando toda la Humanidad había caído en el desánimo, ellos decidieron seguir derechos."
Lët·tay se calló. Miró a su compañero y dijo:
—¿Lo ves, colega? Existieron de veras.
Theader también miró a Lët·tay y dijo:
—¡Pues esos skørdåtianos debían de ser tope molones!
Lët·tay sonrió al darse cuenta de que su compañero le daba la razón. Theader ya sentía una gran curiosidad por aquellas historias y, estando costado por costado con Lët·tay y abocándose sobre el incón de su compañero, preguntó:
—¿Y que más ocurrió? ¡Cuenta, cuenta!
Entonces Lët·tay respondió:
—Voy a empezar con la primera historia.
Y se puso a leer en voz alta:
"Año 2652. Calle mayor de Capsídia, ciudad de la Luna. En un rincón, medio escondida, una chica de piel blanca de unos 22 años veía pasar a la muchedumbre. La chica miraba sin cese a ambos lados: no quería ver aparecer a ningún militar ni mucho menos a los milicianos que controlaban el comercio de avío ilegal en la Luna. Si la descubrían los primeros, lo tenía jodido; si la descubrían los segundos, lo tenía peor. Finalmente se decidió. Empezó a avanzar entre la muchedumbre, cruzando la calle. Debía jugársela..."



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Editado: 09.08.2021

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