Skyfall

Capítulo 1

Las horas en el reloj pasaban tan lentas que casi parecía que el tiempo se había detenido y, con él, el mundo había dejado de girar y los corazones habían dejado de latir. Pero sabía bien que eso era tan sólo una nube de falsedad creada por mi imaginación de infinitos finales y principios. Tantos, que se podría decir que ni siquiera había principio ni final. Eran pensamientos sin fin que nacían unos a partir de otros, entrelazándose así en una interminable cadena de irrealidad, mezclada con intrascendencia y locura. Me gustaba la idea de saber que tenía una capacidad diferente a la del resto de los niños, pero a veces me aterrorizaba. Mientras que el resto de chicos de mi edad pensaban en cosas tan simples y sin valor alguno, como era aquel famoso pensamiento sobre qué querían ser de mayores, yo pensaba en otro tipo de cosas que hacían que surgieran dudas en mi interior, que me ponían los pelos de punta y me daban escalofríos cada vez que me encontraba con alguno de ellos.

Como muchas otras veces, estaba pensando en la muerte. ¿Qué podría haber detrás de ella? ¿Qué era realmente la muerte? ¿Acaso morimos del todo o nuestras almas perduran hasta la infinidad entre las partículas del aire? Quería saber qué ocurría después de perder la vida, quería descubrirlo yo mismo, aunque no sabía que eso pronto se haría realidad, y que pronto descubriría lo que muchas noches en vela me había intrigado.

Miré fijamente al viejo reloj que colgaba de la pared paralela a la de mi cama, aunque apenas lo veía por la cantidad de oscuridad que reinaba en la habitación. Podía escuchar el ligero TIC TAC que producía la casi invisible manecilla de los segundos, ruido que confirmaba la vida duradera del reloj. De no haber sido por ese ruido, habría pensado inmediatamente que el tiempo había desaparecido, se había parado; pero ese ruido nunca dejaba de hacer eco entre las paredes. Seguía sin poder ver qué hora marcaba, ya que la única luz que se colaba a través de las oscuras cortinas que colgaban delante de la venta, rompiendo así esa perfecta y negra neblina que cubría la habitación, era la de la luna creciente. Iluminaba lo suficiente como para ver las siluetas de los objetos que decoraban la sala, pero nada más.

Ya acostado en la cama, refugiado en mi búnker de sabanas, suspiré. Era otra noche más, igual que muchas otras; o al menos eso pensaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sentí el viento feroz golpeando contra la casa, creando cientos de ruidos que se asemejaban a risas siniestras, a voces que susurraban mil palabras a mis oídos; a un silbido suave que viajaba a través del aire, a través de las finas ramas de los árboles, los cuales movían sus esbeltos cuerpos sensualmente, dibujando así siluetas grises que bailaban en la pared blanca de mi habitación. Parecía la típica escena de una película de terror, justo la parte en la que el protagonista se aterroriza y se obsesiona por los ruidos de la noche y de repente es llevada al silencio entre los estruendos de una tormenta descontrolada.

Me reí, sabiendo—o más bien, pensando que sabía—que eso no me ocurriría a mí. Pero después de esa noche no me reiría por ese pensamiento, más bien, me reiría por lo ingenuo que era de pequeño al no saber que esa noche pronto se convertiría en mi propia película de terror. Dejando de lado aquellos pensamientos, comencé a pensar en algo que realmente me importaba en ese momento y me estaba comiendo vivo poco a poco desde que había ocurrido.

Mi padre había huido de casa hacía horas, después de haber tenido una gran pelea con mi madre. Como de costumbre, había escuchado toda la conversación, solo que no había comprendido del todo sobre qué hablaban. Había sido una de las peores peleas que habían tenido en mucho tiempo y esa sola idea causaba que el miedo que ya circulaba por mi cuerpo aumentase. ¿Qué podría pasar después de todo esto? Realmente no quería pensar en ello porque sabía que mi mente me iba a jugar sucios trucos, creando cientos de teorías diferentes, ninguna con un final feliz, cosa que tan sólo empeoraría mi situación. Pero aunque quisiese, no podía eliminar aquella imagen de mi padre saliendo de casa, con la ira inyectada en su intensa mirada; mirada que veía tan sólo a mi madre.

Estaba preocupado. Había marchado de casa a las once de la mañana y era casi medianoche, y aún no había habido señales de vida por su parte. ¿Acaso volvería? Eran pocas las veces—por no decir inexistentes—las que se iba pronto por la mañana y se quedaba tantas horas fuera, y eso era de todo menos buena señal.

Había estado preguntándole todo el día a mamá a ver que se suponía que había pasado y si papá estaba bien, pero todas las veces evadía mis preguntas con preguntas o con un mero y perturbador silencio. Pero en ningún momento me rendí, porque sabía bien que tarde o temprano me lo tendrían que contar, y siempre era mejor saberlo temprano antes que tarde. Lo único malo de no haberme rendido fue que la mala suerte había decidido acompañarme en ese momento en el que realicé esas preguntas por última vez, consiguiendo que mamá me enviase a la cama a una hora temprana. Me parecía injusto que me quisieran apartar del tema, ya que había estado en cada pelea y había oído cada palabra que se había escapado de boca de ambos. Pero la vida es así, cuando eres un niño tienes que preocuparte de cosas de niño y cuando eres mayor te preocupas de cosas de mayor. Y aunque fuese así, no me hacia ni pizca de gracia, ya que siempre me había decantado más hacia los temas de adultos, temas con importancia, antes que por los temas intrascendentes de los que hablaban los compañeros de mi clase. Era estresante, pero no había nada que yo le pudiese hacer.




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