Es en las pequeñas cosas que lo vemos. El primer paso de un niño, asombroso cómo un terremoto. La primera vez que anduviste en bicicleta tambaleándote. La primera nalgada, cuando tu corazón emprendió un viaje solo. Cuando te dijeron “llorona” o “pobre”, “gordo” o “loca” y te transformaron en una extraña. Bebiste su ácido y lo escondiste. Más tarde, si enfrentaste la muerte de bombas y balas, no lo hiciste con un estandarte. Lo hiciste con solo un sombrero para cubrirte el corazón. No acariciaste la debilidad dentro de ti, aunque estaba ahí. Tu valor era un carbón que tragabas una y otra vez.