La larga cadena dorada comenzó a acortarse, tirando de su usuario y elevándolo 6 metros de alto hasta la cima de un muro. Se aseguró de hacerlo rápido para que no fuera visto por las cámaras de seguridad y tampoco por los robots guardias. Una vez en la cima la extensión de terreno debajo se dividía en dos partes muy marcadas:
Por fuera del muro había un pequeño bosque de árboles blancos, sus hojas azules irradiaban tal luz que le daban a uno la sensación de estar en una estrella, a la distancia los edificios se alzaban hasta no poder más y quedando a nada de tocar las estrellas.
Del otro lado solo había oscuridad, la luz parecía más un recurso por el que se desatarían guerras. Tenía sentido ya que los árboles Isigis no podía crecer en un ambiente contaminado, y no había mayor lugar contaminado que el basurero de la ciudad.
<¿Realmente habrá venido? Me pregunto cómo esquivará la seguridad para entrar> reflexionó el vigilante de la noche, perdiendo su vista en la oscuridad distante. Este era el lugar que aquella joven indicó para su reunión la otra noche <El basurero es muy extenso ¿Cómo voy a encontrarla? Dijo que me daría una señal, pero no veo nada. Tal vez todavía no llegó>. La Estrella Soberana se aferró a esa última idea y procedió a sentarse sobre el muro, intentó ponerse cómodo, tanto como estar sobre ladrillos de piedra se lo permitían.
El aire estaba impregnado con un olor acre y penetrante de la basura, mezclado con el aroma fresco de la noche resultado del viento pasar entre los árboles. Entre la quietud se asomaba el sonido de las ratas correteando y chillando entre los desechos. Su máscara de porcelana blanca ayudaba un poco a evitar que el mal olor entrada por su nariz, pero este último era muy potente así que el vigilante nocturno levantó su vista al cielo como si eso pudiera ayudarle.
<Más vale que ella si venga, sino sentiré que estuve perdiendo el tiempo en vez de poder a ayudar a las personas> Él no era alguien muy idealista, no se proponía grandes cosas como lograr acabar con el conflicto religioso en el hemisferio boreal, con evitar que alguien salga lastimado o sea robado le parecía suficiente. Esa era la forma en la que decidió utilizar el regalo de las estrellas que se encontró, levantó una mano para tocar la lujosa corona dorada sobre su cabeza encapuchada, a veces se olvidaba de que la llevaba puesta.
Con su otra mano sacó de un bolsillo un par de pastillas marrones (se recomendaba comer solo una pero tenía cinco en su mano), deberían darle las vitaminas y energías suficientes para seguir despierto y en movimiento toda la noche, le hubiera gustado comprarse una bebida energizante también, tal vez dos y mezclarlas. Pero en su viaje hasta aquí se agitarían demasiado y perderían el sabor por lo que no lo hizo.
Los agujeros de los ojos en la máscara le permitían ver con claridad el brillante cielo de la noche, se quedó apreciándolo a la par que tragaba las pastillas para que pasaran por su garganta con dificultad.
Se concentró en apreciar las constelaciones que formaban las estrellas brillantes, en la línea zodiacal se encontraban aquellas que formaban a las distintas Doncellas que eran los pilares de la religión de este lado del planeta. Podía reconocer a todas y su mente incluso agregaba las líneas de unión entre estrellas para darles la forma adecuada, a la primera que encontró que fue a Althea, Doncella del Confort, después ubicó a Refah, Doncella de la Prosperidad.
Las constelaciones ubicadas en cada hemisferio del planeta otorgaban poderes, formaban Siderales en sus lados respectivos del planeta. En cambio, la línea zodiacal tenía su propia peculiaridad, no había constelaciones fijas que concedieran habilidades mágicas. Pero las estrellas individuales si lo hacían, aquellas eran quienes iluminaban a personas de cualquier parte del mundo para regalarles un talento.
Intentó buscar una en especificó, la cual le había…
La mirada le cayó de vuelta a la superficie, su vista periférica le permitió percatarse de algo. En lo profundo del basurero una luz artificial y cálida titilaba, se encendía y apagaba de una forma que no parecía muy natural. Tampoco podía tratarse de un fallo eléctrico porque directamente las demás luces también harían lo mismo. <Será la señal> concluyó preparándose para ir ahí.
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Era difícil ver las montañas de basura porque la luz de las estrellas no era tan potente y las artificiales tampoco, aun así mientras más se acercaba las luces artificiales le ayudaban a orientarse. Entonces fue que llegó, la zona era un pequeño campo cuasi circular de tierra seca rodeado por pilas de basura, y en medio de todo estaba ella. La muchacha de cabello negro tan profundo como la noche y rostro ovalado, un resplandor de tranquilidad apareció en el corazón del vigilante de la noche, le pareció muy bueno que hubiera venido.
Alrededor del campo, colocados en cada montaña se encontraban óvalos de cristal, lámparas las llamaban si no se equivocaba. Cada una estaba conectada entre sí mediante cables, la versión artificial de las raíces, herramientas muy usadas en los países del oeste. Aquí no eran vistos como más que imitaciones baratas del poder de la naturaleza, de todas formas, le sorprendió que pudiera conseguir tantas y supiera instalarlas <Ella hace café, no sabía que también sería buena electricista>.
La Estrella Soberana quiso asustarla, sorprenderla por la espalda aunque Bora sintió llegar su presencia y se volteó en su dirección mucho antes de que pudiera aterrizar. Apenas lo vio le dijo. –Que sorpresa que sí llegaras, comenzaba a pensar que te asustaste y cambiaste de idea. –Ella tenía en una mano un rectángulo metalizado del cual salía un cable que se conectaba a todas las lámparas, era el dispositivo con el que las controlaba, aunque le sorprendió que tenía más botones de los que les parecía necesarios.
–Lo mismo digo –contestó el vigilante de la noche acercándose a ella, pero con cautela–. Igual pareces demasiado confiada en que si vendría, que hubiera sido de ti si arruinaba eso.
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Editado: 11.10.2025