El departamento no era muy grande aunque estaba en buenas condiciones, tenía un solo baño y tres habitaciones. Podría no ser mucho para quienes lo alquilaban pero si lo sería para cualquier otro que viviera en la zona, después de todo, los distritos que bordeaban los límites de la capital no eran los más limpios, ni los más seguros o siquiera los que tenían los edificios más grandes y cuidados.
Aunque que el presupuesto que manejaba el grupo les permitiría costearse algo mucho más lujoso, algún departamento en algún piso de dos o tres dígitos, que fuera enorme y cumpliera cada una de las necesidades que tenían. Pero el problema con esos lugares es que se llevan más la atención, y no solo de los civiles sino de organizaciones de las cuales ellos querían mantenerse ocultos. Como lo serían los Cancerberos Constelarios o los Centinelas Asterlegionis.
Así que tenían que conformarse con ese lugar. En específico al asistente no le gustaba, e inclusive le daba un poco de miedo salir, en comparación la científica a la que acompañaba parecía más cómoda, o al menos disimulaba mejor sus emociones. En efecto aquel distrito era muy inseguro, de hecho pandillas como los Fronterizos ponían sus propias leyes que debían respetarse y tenían más presencia y acción que otros grupos como deberían serlo los Rondadores.
Aun así, los miembros de ese grupo no eran tan estúpidos como para ir desprotegidos, habían traído consigo algunas decenas de robots que estaban colocados firmes como estatuas. En específico, en la pequeña sala de estar donde se encontraba el asistente había un robot en cada esquina. Inamovibles pero operativos.
Era su momento de descanso por lo que el asistente estaba sentado en el sillón viendo la televisión, había pocas ventanas y las paredes de un color verde muy grisáceo por lo que tenía que tener las luces encendidas aunque fuera de día. El hombre estaba viendo un canal de noticias en el cual pasaron un video: una persona enmascarada y encapuchada salía entre el humo de una gran explosión en una casa residencial.
–Está intacto –dijo para sí mismo y con asombro–. No tiene una sola quemadura en su ropa o la máscara. –Seguido el video grabado por un celular terminó, la pantalla regresó a mostrar las oficinas de un canal de televisión en el cual un par de reporteros discutían sobre la situación. Decían que ese vigilante de la noche se había vuelto un peligro, que era una amenaza suelta, que debía ser arrestado y juzgado, y más cosas.
El asistente ignoró todo eso, ya no captaban su atención. En su lugar buscó el control remoto y apagó el televisor, el reflejo de la pantalla mostraba a alguien moreno y de corto cabello negro vistiendo una remera naranja y bata blanca de laboratorio. Poniéndose de pie el hombre atravesó un pasillo algo angosto, la luz disminuyó casi en su totalidad por un momento aunque volvía a ser potente en la habitación del otro lado, escapándose entre la puerta semi abierta.
Se detuvo y tocó suavemente con sus nudillos, la última vez que entró sin avisar la científica le había disparado aunque su mala puntería le falló; ellos no estaban allí de forma legal así que debían mantener siempre la guardia en alto. Al final escuchó la voz de la científica del otro lado diciéndole que podía pasar y el asistente terminó de abrir la puerta, acompañada de un fuerte rechinar.
En el interior de la habitación no había rastro de luz natural ni de árboles Isigis ya que las ventanas estaban cerradas, toda luz provenía de distintas lámparas colocadas en el centro de varias mesas. Aunque también eran de un color azulado, como si intentaran imitar la naturaleza que sale de las hojas de los árboles en la oscuridad.
Una larga mesa rectangular estaba en el centro, otras cuatro se pusieron al lado de cada pared y se llenaron de papeles, piezas metálicas y distintas gemas. Al entrar los seis robots presentes levantaron sus brazos para apuntarle, y al detectar de quien se trataba los volvieron a bajar para regresar a sus posiciones inmóviles.
–Todavía no acabó tu descanso –soltó la mujer, humana como él. Su atención desbordaba en una placa de circuitos en medio de la mesa, utilizaba una lupa para poder ver con mayor precisión y una pinza con la que parecían colocar algo, aunque la pila de papeles no le dejaba ver al asistente.
Ella no estaba sola, alguien más la acompañaba aunque su rostro expresaba como trabajaba contra su voluntad, su rostro y el collar de electrochoques que tenía alrededor de su cuello. Su higiene era la peor de los tres a pesar de no oler mal, su piel anaranjada tenía manchas de aceite y polvo y su cabello rosa estaba grasoso, algo que las esferas de luz que se generaban alrededor delataban. El prisionero se limitó a levantar la mirada y ver con despreció al asistente un segundo antes de regresar a su trabajo corrigiendo unos planos.
El asistente no le dio importancia a eso y se concentró en la científica de rastas marrones. –Lo sé, pero imaginé que te gustaría saber esto.
–¿Qué? –fue directo al grano, sin desconcentrarse de su trabajo.
–La medida de auto-seguridad que programamos funciona más que bien. El usuario estuvo en el centro de una explosión y salió ileso. –Era imposible para el controlar la luz cada vez mayor que iluminaba sus palabras, cada vez estaban más satisfechos con el trabajo que hicieron. Esto podría cambiar el rumbo del mundo.
En efecto, aquella noticia fue lo suficiente como para que la científica dejara las pinzas a un lado y levantara la mirada. –¿En serio? Eso quiero verlo. –En lo que ella rodeaba la mesa para acercarse a él, el asistente sacó su celular para buscar algún video, no fue difícil porque Estrellanet estaba lleno, era la noticia y furor del momento.
El brillo en los ojos de la mujer aumentaba con cada segundo que presenciaba, de entre el humo salía una cadena dorada que iba acortándose y sacaba a alguien volando, intacto. –Fascinante, los códigos de predicción y preservación del usuario funcionan más que bien entonces.
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Editado: 11.10.2025