La oscuridad era profunda y serena, como un lienzo negro salpicado de destellos de luz brillantes de diferentes colores. En la quietud cósmica todo daba la sensación de ser estático y eterno, solo que aquella quietud de repente pareció diluirse, como si el universo entero se estirara y contuviera su aliento. Un instante más tarde el crucero de viaje interplanetario salió del híper-espacio.
Se trataba de una gigantesca nave de viaje Seleniana, podía reconocerse por su característica forma ovoide alargada y por el hecho de que utilizaba un motor de taquiones para reducir un año luz de viaje a solo 9 días. Muy diferente a los motores de teletransportaciones que utilizan los Elestialenses, desarrollados con su tecnología Aster.
Luego de que el cosmos regresara a la normalidad era posible distinguirse desde el crucero el planeta de aterrizaje, un mundo habitable de colores azul y verde, aunque un hemisferio tenía tonalidades más áridas y no parecía un buen lugar; por suerte allí no se encontraba su lugar de desembarque.
La estrella del sistema solar se encontraba muy lejos, pero aun así era tan enorme que daba la sensación de que podría devorar todos los planetas del sistema si quisiera. A la derecha de Elestial y más a la distancia podía apreciarse un punto de luz muy brillante, era otro de los planetas ubicados en la zona habitable del sistema. Un mundo 80% de agua llamado Yildizi-su.
En el sistema Elestialense también existía otro planeta, pero mucho más a la lejanía. Un gigante gaseoso rosado que ahora resplandecía como una estrella rosa muy a la izquierda. Desde la cabina de mando se informó a los pasajeros que prepararan sus cosas, que el aterrizaje seria pronto.
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Dentro del crucero dos extraterrestres hacían guardia en una puerta, sus pieles eran de un color gris y sus cabellos plateados estaban recogidos en moños para que no estorbaran tanto. Vestían uniformes azul y blanco, y cada una cargaba consigo una gran maleta de bordado celeste. Se trataba de una de las especies que habitan el mundo de Hibernia Minor, conocidos coloquialmente por los viajeros como Elfos Invernales, por sus orejas puntiagudas.
A pesar de lo hermoso que podía resultar la vista para quienes son primerizos viajando, ambas guardias se mantuvieron firmes en su tarea de vigilar cierta puerta. La habitación donde dormía el príncipe segundo y estaban otras dos de sus compañeras, por suerte el viaje había sido tranquilo y sin contratiempos.
Solo que ellas pensaban que poder reducir un año luz de viaje a solo 9 soplos les haría llegar muy rápido a su destino, y con este trayecto se dieron una idea de las verdaderas distancias que maneja la inmensidad del cosmos. Estuvieron muchos soplos viajando, tanto que podría haber pasado la mitad de una estación en su mundo natal. O esa era la sensación que tenían.
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Las puertas corredizas de la habitación se abrieron para darle paso a otras dos Elfas Invernales, ellas se mantuvieron en el marco de la puerta y no entraron de más en el cuarto. –Nuestra Alba Alteza, el crucero se aproxima al destino. Es momento de que despierte y se prepare. –Ambas dieron unos pasos más hacia adentro, iban a ir a los armarios a buscar la ropa para el príncipe.
Antes de que pudieran avanzar mucho este se levantó al instante de la cama. –Gracias, no se preocupen. Ya me aprendí las ubicaciones, puedo hacerlo yo.
Las dos guardias intercambiaron miradas, dudaban un poco de aquella declaración pero como se trataba de una orden de su superior aceptaron. –Como diga, regresaremos cuando sea el momento de salir. –Se dieron media vuelta para regresar a la sala de estar de primera clase de la nave. Las puertas se cerraron a sus espaldas.
El príncipe se quedó sentado un rato en la cama, era normal que pensaran que seguía durmiendo ya que sus parpados estaban cerrados. Pasa que tampoco tenía muchos motivos para abrirlos si de todas formas no podría ver nada. Tomó una bocanada de aire y se levantó de la cama.
Tenía puesto un pijama ligero, hecho de piel de yeti. Su cuarto y en si todo el camarote de primera clase se encontraba en una temperatura muy baja, pero los cuerpos de los Hiberianos estaban acostumbrados a eso. La temperatura “normal” para otras especies como los Selenianos resultaban en un calor insoportable y hasta peligroso para ellos. Uno de los motivos por los que su viaje fue tan tranquilo, con tanto frío, pocos son los pasajeros que decidían acercarse a esa zona.
Con los pies descalzos caminó por el suelo de madera blanca de su cuarto, conocía el color porque escuchó a sus guardias mencionarlo un soplo, cuando una comía en la sala de estar y se le cayó un poco al suelo. El príncipe dio lentos pasos hasta llegar al muro metálico y liso del cuarto, con su mano conectada al caminó hasta donde recordaba que debían estar los placares con su ropa. Ya sabía la cantidad de pasos que debía dar y la distancia de cada uno así que se movía confiado.
Como se esperaba, a los cinco pasos su mano pasó a perder contacto con la pared. Eso se debía a que empezaba una ventana ovalada que duraba unos 12 pasos <¿Qué se sentirá levantarse y tener una vista al basto universo del otro lado?> La única forma en la que podía imaginárselo era por cómo se lo contaban, una oscuridad que llegaba a dar miedo pero adornada con incontables puntos de luz brillantes.
Aquello era algo de lo que si podía darse una idea, los Hiberianos como él tenía la capacidad de sentir el calor. Y ahora en el espacio podía hacerlo con el que emanaba cada una de las estrellas, el que más sobresalía no podía ser otro que el de la estrella central del sistema. Un calor potente pero dador de vida, como el de todos los otros mundos habitados, que estén a la distancia correcta por supuesto.
Terminó de cruzar la ventana y regresó un muro metalico, caminó otros 15 pasos hasta llegar al placar en la pared. Buscó la cerradura y al encontrarla pudo abrirlo para sacar su ropa. En la parte de abajo estaban los pantalones y arriba las camisas, los demás accesorios y decoraciones ya se las colocarían sus guardias.
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Editado: 05.11.2025