Si alguien mirara al cielo desde la calle o la vereda se encontraría con una pintura negra, una a la que le salpicaron gotas de pinturas de distintos colores y tamaños. Formaba un paisaje atrayente en lo alto, sostenido por el metal y vidrio de los edificios. Solo que en esa noche las estrellas no fueron lo único brillante que se apreciaba cuando alguien levantaba la cabeza.
Una línea de luz surcaba el espacio de la capital, su distancia del cielo era la misma que los techos de los edificios. Desde abajo tal vez la percepción pudiera ser engañosa y parecer una simple línea brillante y dorada, pero en realidad era mucho más, un sendero entero por el cual podría caminar una persona sin problemas.
Cualquiera pensaría que sería una agrupación de estrellas aunque no era el caso, era nieve, nieve mágica de un mundo distante. Y no se trataba de solo una línea sino de 4, desapareciendo por detrás para reaparecer por delante y así mantenerse siempre en movimiento. Por encima de los senderos de hielo amarillo cada una de las cuatro guardias patinaban con velocidad.
–Esto es mucho mejor que estar atrapada en el transito –dijo una de las Elfas Invernales, quien iba a la derecha. A pesar de que su mundo de origen y este estaban a muchos años luz de distancia aunque mantenían similitudes (por culpa de los Selenianos dirían algunos), en Hibernia Minor también hay calles que se congestionan por vehículos, pero no se puede utilizar este método para viajar, está muy regulado.
Este planeta también tiene sus propias regulaciones respecto a la magia, pero vagamente abarca la magia de ellas y además la situación crítica en la que están se los podía justificar.
–Mejor concentrémonos en la tarea, no puedo creer que haya pasado –contestó la líder, a la cabeza del grupo. Al principio sonaba enervante aunque al final fue más un sollozo. El movimiento de sus pies era guiado por los vientos, precisos y rápidos; gracias a eso podía concentrarse en el dispositivo en su mano.
Tenía forma rectangular y es del tamaño de una palma, se trataba de una pantalla táctil con el mapa de la ciudad y un punto de luz titilante a la distancia, la ubicación de su Alba Alteza Senhet-gaus. O del rastreador que tenía mejor dicho.
–Admito que no estaba muy conforme con esta idea del rastreador, y por los cuatro vientos que fue la mejor –confesó otra.
La líder se giró para mirarla. –Las Ventiscas Doradas saben lo que hacen. Por eso agregaron este protocolo de recuperación para viajes interplanetarios, solo esperemos que esto no fuera una treta del gobierno o algo así.
–Lo que estas sugiriendo es demasiado feo capitana.
–Tengo pocos hechos para trabajar, los uno con lo que puedo.
Delante de ambas se levantaba un imponente edificio, daba la impresión de ser una muralla de la que ningún Jotun podría escapar jamás y que en su cima desgarraba el cielo. Coordinadas el grupo de las cuatro guardias desviaron sus senderos de hielo mágico a la derecha para rodear el edificio, presumiendo una hizo que el camino formara un círculo para permanecer de cabeza un segundo y seguir.
La líder chasqueó la lengua, por un segundo se volteó atrás para poder apreciar esa megaconstruccion una vez más. –Que construcciones exageradamente grandes, me pregunto que querrán compensar –se mofó. No le parecía mal el planeta, o no hasta que unos imbéciles secuestraron al Príncipe segundo.
Una de sus compañeras estaba a punto de acotar algo más pero la líder levantó una mano, todas sabían lo que eso significaba, guardaron silencio. Dejaron que el único sonido fueran los susurros del viento, que transmitían el corte de las hojas de sus patines sobre la superficie helada y dorada. Sin embargo, el viento no les comunicaba solo eso, había un sonido más, titilante y distante pero que no dejaba de seguirlas.
La líder volvió a voltearse para atrás y no vio nada llamativo, solo decenas de gigantescos y altos edificios, incluso más altos que los de hace rato por lo que le daba la vibra de que entraron a otra zona de la ciudad. –Cadenas –masculló otra de las mujeres.
Entrecerrando los ojos la Elfa Invernal que iba al frente les hizo otros gestos con las manos a sus compañeras, ellas asintieron y coordinadamente las cuatro bajaron la altura para poder meterse más entre los edificios y giraron a la derecha. En uno que era particularmente grande.
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La cadena hecha de polvo estelar aparecía y desaparecía, le permitía al enmascarado columpiarse y moverse de un edificio a otro. Aunque cada tanto debía empujarse con mayor fuerza para llegar al techo de algún edificio y poder observar a sus objetivos a la distancia, por suerte eran muy llamativos. Cuatro senderos de hielo apareciendo y desapareciendo en lo alto, no conocía ninguna constelación que diera un poder así o al menos no en este hemisferio.
Claro que para una labor como esta uno debía tener un cuerpo bien entrenado, el vigilante de la noche lo tenía, pero aún seguía siendo un ser vivo y podía llegar a cansarse. Cuando sintió que los bíceps y tríceps de sus brazos empezaban a arder fue que tomó un pequeño descanso, estaba confiado de que no le sería difícil encontrarlas de vuelta.
La Estrella Soberana se detuvo en la azotea de un edificio pequeño, una aguja perdida entre un pajar de otras decenas de edificios cinco veces más grandes. Y aun así la forma en la que destacaba ahora se volvió peligrosa, hace algunas rotaciones se hubiera sentado en el borde de la azotea para descansar un rato y ver si ocurriría un crimen por esa zona. Ahora ya no podía hacerlo más.
Es tarde por la noche y se asomó al borde para ver si había muchos civiles en la calle, no era el caso pero otras personas los reemplazaban, trabajadores. Un grupo de ellos estaban levantando pilares metálicos de unos cinco o siete metros de altos, farolas de luz improvisadas para cuando todas las hojas terminaran de caerse de los árboles.
De esa forma podrían evitar que la ciudad no quedara a oscuras cuando estuvieran por completo en la siguiente estación. –Como se nota que estamos en Sonbaharan –dijo para sí mismo. Levantó su rostro enmascarado a toda la ciudad–. Deben estar colocando esas farolas por todos lados ahora, debo tener cuidado. Si los trabajadores me ven llamaran a los Rondadores para que me arresten. –Ya no podía confiar en nadie ahora. Por su culpa.
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Editado: 26.11.2025