Soberano de Constelaciones

Estrella Nova 21

Hubo algo que opacó la luz de los árboles y las lámparas colocadas en el Distrito Seleniano, algo que brillaba con una intensidad decenas de veces superior y que no se limitaba solo a eso, irradiaba mucho calor también. A pesar de la oscuridad de la noche el fuego que se había encendido se hacía notar levantando en lo alto una densa nube de humo toxico.

Las llamas ardientes del gran fuego consumían con un abrazo el metal del auto abandonado, algo más que reclamaba al objeto además del óxido. Se trataba de un vehículo abandonado junto al almacén, a su vez era el auto más alejado de todo el grupo de vehículos dejados ahí cuando su vida útil terminó.

Ocultos en el techo del almacén, en los borden donde la superficie era de cemento y no un cristal transparente, se encontraban las Elfas Invernales junto a la Estrella Soberana. Todas asomaban sus cabezas curiosas para apreciar el fuego con ojos brillosos como si fuera una especie de deidad. –Deberíamos actuar, sino el fuego se expandirá a los otros autos cercanos y causará una reacción en cadena de explosiones –comentó la líder del grupo casi sonando como una orden. Sería muy catastrófico que eso ocurriera y muchos civiles podrían salir lastimados, y eso no pareció importarle a su compañero.

–No te preocupes, los desordenados de adentro saldrán a apagar el fuego antes de que ocurra –contestaba con suma confianza. Más concentrado en tocar las gemas de su elegante corona con los dedos enguantados que en las posibles vidas de civiles. Al observar a la líder de reojo la Estrella Soberana notó que eso no la tranquilizaba–. Están ocupando ese almacén de forma ilegal, se encargarán del problema antes de que lleguen los Rondadores a apagar el fuego. Además, la reacción en cadena también los afectaría mucho.

La líder de los guardias no parecía confiar en eso, y al vigilante de la noche empezaba a cansarle esa actitud. Ya le había demostrado en varias ocasiones que debería confiar en él, o al menos no dudar tanto de esa forma <Es peor que una estrella apagada> se dijo a sí mismo, por un instante en frente de los ojos de su máscara pasó el recuerdo de aquella explosión en ese distrito residencial. Lo que sí podría considerarse su culpa.

Sus pulmones comenzaron a inhalar más aire del que se percató, el fuego no solo quemaba el auto sino que reavivaba ese momento de la explosión. Recordó a las víctimas, los noticieros informando a los heridos y sus posteriores muertes <Ya lo vi en el futuro, eso no pasará aquí. No pasará> la duda sobre sí mismo se elevaba como el humo negro y tuvo que repetirse que todo estaría bien para no desesperarse. Esa tonta líder lo estaba desesperando.

–¿Y si no ven el fuego o el humo? –preguntó la guardiana con una trenza plateada cayendo al lado de su hombro.

La Estrella Soberana se levantó de repente, llevándose la atención de las otras cuatro. –Yo sé lo que hago, este es mi mundo, se cómo funciona. No me va a volver a pasar –concluyó apretando sus dientes con fuerza para evitar gritarles. Ellas lo miraron confundidas sin entenderle–. Si el fuego no los alerta la explosión que provocamos para causarlo de seguro si lo hizo.

Antes de que una pudiera comentar algo, ocurrió lo que dijo. La reja de metal que permitía la entrada de vehículos al almacén se levantó y varias personas salieron. Las guardias y el vigilante enmascarado los observaron desde arriba. –Ahora es nuestro momento.

Su nuevo compañero de negro levantó su brazo para detenerlas. –Esperen un segundo, lo haremos cuando se congreguen más.

Las Elfas Invernales contuvieron sus ganas de actuar, se sentían como un yeti atraído a una trampa de pescado. Los malditos que osaron secuestrar al Príncipe estaban allí afuera, ajenos a ellas, desprotegidos y desinformados. Tenían ganas de saltar sobre ellos ya mismo, y en su lugar los oyeron gritar insultos y ordenes, la gran mayoría volvieron a entrar y a los pocos minutos salieron con baldes de agua para apagar el fuego. En efecto salieron muchos más que la primera vez, formaron varias filas para pasarse los baldes de agua y lanzarla al fuego, otros sacaban tierra del suelo y también la arrojaban al fuego.

La líder notó como su compañero enmascarado pareció ensimismarse <Eso mismo hizo hace rato> la reciente memoria llegó a ella, todos sobre el techo de un edificio cercano y él haciendo eso mismo luego de que cada una le propusiera un plan de acción para entrar. Ante cada solicitud él se ensimismaba y regresaban unos segundos después con una clara y confiada respuesta, y a diferencia de cuando se lo cruzaron al principio ahora las gemas de su corona brillaban con mucha menos intensidad, casi todas las manchas pasaron de amarillas a blancas.

A los pocos segundos la Estrella Soberana regresó en sí y bajó su brazo. –¡Ahora! –gritó la orden como si fuera el líder de todas, y aunque no lo era de igual forma dos de las guardianas lo obedecieron.

Dos de las Elfas Invernales recostaron en el techo sus respectivas grandes maletas y al abrirlas una porción de noche se iluminó por el brillo de la nieve dorada que se guardaba en su interior, daba la sensación de ser oro derretido aunque expulsaba un frio paranormalmente extremo. Las guardias se pusieron de pie, ahora indiferentes al hecho de ser descubiertas o no. Llevaron sus manos a los costados y a la altura de su ombligo, tomaron aire y en sincronía levantaron sus brazos para adelante.

La nieve mágica reaccionó a sus órdenes, guiada por el viento abandonó su reposo en las maletas para alzarse en lo alto como columnas amarillas, faros de luz que hubieran llamado la atención de todos si no estuvieran concentrados en el fuego. Para cuando se percataron ya era demasiado tarde, ambas columnas se lanzaron hacia abajo como si de una avalancha se tratara.

El viento lo barrió todo a su paso y seguido por detrás la nieve dio la sensación de congelar el tiempo, el fuego del auto se apagó al instante, ningún fuego ordinario podría derretir esa nieve. En si todo el auto quedó cubierto por una sabana de escarcha amarilla, al igual que las personas. Todos quienes estaban afuera del almacén sucumbieron a la momentánea tormenta de nieve. Quedaron congelados e inmóviles, la mayoría en posiciones de sorpresa o en intentos inútiles de defenderse.




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