El brillo de una cadena dorada se desvaneció en polvo estelar luego de que su usuario llegara a la cima de un edificio, el techo transparente le permitía ver que el interior debajo era un cuarto de máquinas por lo que no se preocupó en ocultarse a los bordes. La respiración debajo de la máscara de teatro blanca era acelerada, el vigilante de la noche se encontraba cansado, su cuerpo estaba agotado y pedía un descanso que no llegaba jamás.
La Estrella Soberana se sentó en el borde del edificio, asegurándose de que no hubiera personas cerca, tenía que ser más cuidadoso ahora que era considerado un criminal. Logró sentir como su cuerpo lloraba de alegría al abrazar un descanso por fin, aunque para su desgracia eso era algo que no duraría mucho.
Metió su mano enguantada en un bolsillo del pantalón y sacó un pequeño frasco, al abrirlo cayeron un par de pastillas marrones. El vigilante no dudó en ingerir todas esas vitaminas y energía de golpe, ignorando la advertencia médica del frasco de no tomar bajo ninguna circunstancia más de una. Ya llevaba demasiadas rotaciones ignorando eso y nada malo había ocurrido, pensaba que solo se trataba de una advertencia más para que las personas no abusaran del producto.
Mientras hacía tiempo para que las pastillas hicieran efecto la Estrella Soberana cerró sus ojos, las tres gemas de su corona brillaron con intensidad y utilizó su visión para escarbar en el futuro. Se vio a sí mismo revisando las noticias de la tarde en su celular cuando lo encontró, una cuenta informativa hablaba sobre un robo efectuado pocas noches antes, la noche de hoy.
Cuando las gemas dejaron de brillar el vigilante de negro regresó al presente. –Es a pocas calles –se dijo a sí mismo y se puso en marcha. Una larga cadena dorada apareció enrollada a su brazo y controlándola mentalmente la lanzó a la punta de otro edificio, sus músculos se lamentaron un poco pero él los ignoró dejándose caer para balancearse.
Luego de moverse un par de calles se detuvo en el techo de un edificio de tres pisos, la otra estructura a la derecha no estaba pegada sino que tenía unos metros de distancia, lo que generaba un callejón oscuro entre ambos <Que desordenados son los trabajadores públicos> pensó molestó frunciendo el ceño debajo de la máscara <No guían las ramas de los arboles Isigis para que alumbren los callejones, y bueno, pero al menos en esta época del año podrían colocar lámparas>.
Los trabajadores públicos estuvieron estas rotaciones instalándolas al lado de los árboles de hojas caídas para reemplazarlos en el tiempo frio, pero solo hacían eso. No pensaba en la comunidad para la que trabajaban ¿podían ver más allá de su tarea? ¿Cuestionarse que alumbrar un lugar estrecho y oscuro podría hacerlo menos peligroso? No, claro que no. Últimamente se habían vuelto unos inútiles, igual que las fuerzas del orden que debían mantener la paz en la ciudad y aun así ignoraban la influencia cada vez mayor del crimen organizado.
La Estrella Soberana salió de sus pensamientos cuando notó a alguien caminando, era el mismo joven que salía en la publicación de su visión del futuro. Eso solo podía significar que quien iba a robarle ya estaba dentro del callejón esperando, oculto entre las sombras <Maldito, podría hacer algo productivo en vez de esperar a alguien para asaltar>. Él consideraba que su sociedad era muy avanzada y organizada, le frustraba ver que algunos vándalos se comportaran como depredadores salvajes, ocultos y esperando a sus presas.
No era tan tarde en la noche como otras veces, los vehículos aún se veían con frecuencia en la calle y había muchos civiles caminando por la vereda. El joven en específico pareció frustrarse al no poder atravesar el muro de personas que tenía delante <Llevará prisa para ir a algún lugar> dedujo el vigilante. Eso debe haber sido lo que lo llevó a tomar un atajo, a meterse por un callejón oscuro en la noche.
Siempre sería preferible llegar tarde a un sitio a no llegar. Pero bueno cada uno vive su vida.
Un sonido atravesó su capucha y llegó a los oídos de la Estrella Soberana, el depredador en las sombras no era un experto que digamos. Incluso desde la cima del edificio él pudo escucharlo, percatarse, bajó la mirada y vio como unos tachos de basura se movían. La persona debía estar oculta detrás, emocionada o nerviosa por lo que iba a ocurrir <¿Sera un novato?> Alguien con más experiencia no se delataría haciendo un ruido tan fuerte.
Y aun así el joven que se adentraba a la oscuridad no se percató, iba ajeno a la realidad escuchando música y mirando el celular. No fue hasta que llegó a la mitad de su recorrido por el callejón que el depredador se lanzó y la presa quedó paralizada del miedo, al menos al principio. Cuando la ladrona sacó un arma eléctrica y le apuntó en el pecho al joven este soltó un grito muy fuerte, pero duró poco segundos porque la mujer lo golpeó en la cara haciéndole callar y pareció exigirle algo.
Los demás civiles fuera de callejón se percataron, aquel grito disonante rompió sus burbujas personales regresándolos a la verdadera realidad en la que viven. Unos pocos se acumularon en la entrada del callejón intentando ver qué pasaba, y así fueron multiplicándose. Todos espectadores pero ningún protagonista, presenciando el robo a mano armada como si fuera una serie o película más del montón.
<Mientras más personas haya menos tomaran acción, piensan que alguien más lo hará y se quedan estáticos> al menos tan equivocados no estaban porque para eso estaba él. Para eso fue bendecido por un regalo de las Doncellas, para hacer lo que otros no se atrevían.
El joven le entregó sus cosas a la mujer y esta volvió a golpearlo en la cara, la multitud expectante pareció preocuparse más. Y cuando la ladrona salió corriendo por el otro lado del callejón fue que el vigilante de la noche actuó, utilizó su cadena sujeta a una esquina para lanzarse hacia abajo. A mitad de su trayectoria invocó una pared de luz brillante y amarilla provocando que la ladrona chocara junto a esta.
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Editado: 17.12.2025