Soberanos De Entelequia

PRÓLOGO

«Las siete sangres se arrodillarán o perecerán. Y consumido por las más poderosas fuerzas del cosmos, la Terna Lunar llegará a su fin.», así finaliza cada uno de los insondables vaticinios. Los soberanos, elegidos por el maná y sin poder escapar de su destino, compaginan sus privilegios con una constante sensación de calamidad que se aproxima inexorable. Protegidos en Parterre, gobiernan sobre las dos lunas inferiores y si fuera necesario, sobre un planeta yermo. Demasiado lejos para involucrarse lo suficiente, demasiado aterrorizados de ser ellos quienes finalmente cumplan los terribles augurios. Una posición demasiado delicada como para decantarse inequívocamente por un único bando. E incluso ante la imposibilidad de saber quién posee la completa razón en una discordia, aun cuidadosos y precavidos, sus decisiones deben ser absolutas. El poder mismo les convocó y estuvieron obligados a responder. El maná concede poder a quien considera merecedor, pero ¿cómo saber si fueron escogidos por verdadera voluntad o mero azar? ¿Quién es realmente digno de dominarlo? ¿Es la responsabilidad de tenerlo la que les hace serlo o simplemente deben llegar a lo más alto y fingir, tratando de conseguirlo, sin, tal vez, nunca lograrlo? Y, aun así, es obligación del soberano convencer a todos de obedecer ciegamente, porque de lo contrario todo puede derrumbarse. La paz, por la que se luchó con tanto fragor, perdida por entregar su delicada existencia a quien jamás lo mereció. El peso de semejante responsabilidad puede ser demasiado para un solo ser o quizá sea digno sólo quien sea capaz de soportarlo. Un destino incierto, solitario, aun rodeado de aduladores y, quién sabe si, ineludible. En Entelequia nacieron, en Heredia se formaron y alzaron poderosos, en Parterre lideran y en Légamo acabarán sus recuerdos.

Yamtso, el inconmensurable, cruzaba el endeble puente hecho de tablones de madera y cuerda raída. Bajo él se abría el vacío. Sin motivos para temer caer, Yamtso agitaba su abanico con la mano izquierda a pesar de ser diestro. Lo hacía con una elegancia natural igual que su caminar. No sólo era madera endeble, sino también antigua y podrida, pero no se partiría bajo su peso. Todo Evanescedor apoyaba en el suelo una cantidad tan nimia de su peso corporal que podían equilibrarse casi sobre un hilo, pero igualmente necesitaba una base sobre la que sostenerse. Mas, el primer soberano de los Evanescedores dominaba su propia gravedad. Sí, Yamtso podía volar. Lideraba una larga compañía de Evanescedores consumidos por la guerra, ancianos, niños y heridos seguían a su nuevo líder por caminos sinuosos en busca de un hogar en el que hallar la paz. Yamtso se detuvo en mitad del camino, giró el rostro y miró hacia el horizonte en el que no había más que nubes y sonrió.

—¿Todo está bien, mi señor? —le preguntó la niña que se había empeñado en viajar a su lado. Yamtso era un hombre joven, delgado, elegante, serio, extremadamente bien educado y delicado. Puede que algo altivo y no muy diestro al tratar con niños. Sin embargo, esa niña le miraba con una devoción que hacía que sus ojos brillaran ilusionados. A pesar de que había sido bien criado entre la nobleza de su pueblo, aún no entendía lo que ella veía al mirarle, ni lo importante que era para todos. Su salvador, su rey. Incluso habiendo liderado la batalla y entregado la paz a los suyos con gran esfuerzo pese a su juventud, todavía no era capaz de concebir en lo que se había convertido, un inconmensurable.

—No es nada, pequeña niña —mintió sin poder eliminar la sonrisa de su rostro.

Volvió a fijar su vista en el horizonte. Allí en algún lugar, Yamtso lo supo. Le miraba a él, a su heredero. No conocía su nombre, ni su rostro, ni su género; pero ya sabía que, como le había sucedido a él, sería su deber enfrenar grandes retos.

—No desesperes, hijo mío. Estaré a tu lado.

El Evanescedor despertó sobresaltado y desconcertado. Que sueño tan extraño. Yamtso, al igual que el resto de los inconmensurables, había fallecido hacía mucho tiempo. Una vez fueron los seres más poderosos, necesarios en una época convulsa, despiadada y sin ley. Los primeros soberanos. Pero ya poco quedaba de ellos. De Yamtso no se conservaba más que su abanico y su retrato en el sacrosanto baptisterio. Sus recuerdos y su legado se habían difuminado con el todopoderoso, imbatible y despiadado paso del tiempo.

Miró a su alrededor para comprobar que seguía donde debía, tirado en el diván de la pequeña biblioteca de su hogar. El libro que había estado leyendo y con el que se había dormido había caído al suelo. Lo levantó dando gracias porque no se había torcido ninguna hoja y lo depositó sobre el escritorio abarrotado de más volúmenes. Abrió la ventana y puso la mano en alto para taparse los ojos del radiante Sol. Atravesó parte de la pared y el alfeizar con su cuerpo vaporoso en la forma Nadir y salió por la ventana al exterior. Esa mañana había pocas nubes en el cielo y el sol les abrazaba con fuerza. Por suerte para los Evanescedores, la piel de su forma Nadir no sufre sus efectos. La gente caminaba a su alrededor o planeaba muy cerca del suelo en sus largas túnicas de colores claros. Le saludaban inclinándose correctamente y él devolvía el saludo de forma gentil, cordial y serena. Luego aspiró aire con fuerza, alzó la mirada al cielo azul claro y se elevó muy por encima de las casas, desde donde podía divisar toda su hermosa ciudad natal dividida en islas que flotaban en el vacío unidas por puentes colgantes. La observó con añoranza a sabiendas de que pronto tendría de abandonarla y tal vez no volvería jamás a verla.

***

Hola!! Bienvenido a mi historia. Espero que te encante. Déjame un comentario si te gustó. Es mi propósito de año nuevo, ojalá que os guste tanto como para darme ánimos para continuarla hasta el final :D



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En el texto hay: fantasia, destino, magia

Editado: 13.01.2025

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