Soberanos De Entelequia

CAPÍTULO 2 - LA NOCHE MÁS LARGA I

Desde lo alto del robusto torreón de tosca piedra gris enmohecida, el centinela vigila. La noche del solsticio de invierno es la más importante para los Arcas. Apagan los candiles de aceite, las hogueras y todos los faroles colocados en las entradas de las casas y bailan, beben y festejan en la noche únicamente con la luz reflejada por los astros. La casualidad ha querido que esa noche se viera brillar llena y radiante en el firmamento una de las dos lunas que se observan desde allí, pero es la equivocada. Parterre permanece oscura e invisible mientras que la aldea es iluminada por la corrompida luna Légamo. como si fuera un espía, siempre observando, siempre impasible ante sus alegrías e infortunios. Sim embargo, hoy poco parece importarle a los Arcas. A la mayoría.

—Esto no me gusta —farfulló Viso sin obtener siquiera una reacción de su compañero, así que continuó hablando—. Hemos perdido toda nuestra cultura. Nuestras tradiciones ya no significan nada.

Para ser tan joven, era muy quejica y refunfuñaba sin cesar.

—En tiempos de nuestros abuelos, una noche como esta sería considerada un mal augurio. Se habrían encerrado bajo la madera del zoncal y rezado y hecho ofrendas al recuerdo de los Inconmensurables —gruñó con la esperanza de que su compañero estuviera de acuerdo con él.

Crisol le miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué? ¿Qué significa esa mirada? —pronunció molesto.

—Pensaba en que no estoy seguro de si estás aquí por voluntad propia o si te han apartado de la fiesta y puesto en el turno de guardia para que no les fastidies mientras festejan —respondió Crisol.

—Estoy aquí porque da mal fario celebrar hoy tal estando nueva la luna Parterre y porque creía que eras el único que podría compartir mis preocupaciones. Y, sin embargo, tú te burlas de mí —dice dándole la espalda, mirando hacia el lado contrario del muro de piedra, hacia el interior de la muralla.

—¿Y qué te hizo pensar que yo entendería tu postura? —preguntó con absoluta y confusa sinceridad— ¿Cuándo he dado yo señales de ser más supersticioso que los demás?

Viso había sido criado por sus abuelos puesto que sus padres habían fallecido en una contienda cuando él aún estaba en la niñez, pero Crisol noy divertida cuya actitud vital jamás había entendido ni compartido.

—Bueno... eres prácticamente el heredero. Pensé que, ya que a la soberana sí le importan las tradiciones, habría elegido a alguien con sus mismas tendencias.

—Está muy claro lo que la soberana vio en mí y no fue vehemencia en mis creencias, Viso —declaró con calma. Efectivamente, el porqué era algo que todos sabían.

—Por supuesto, no hay nadie más fuerte y diestro entre los Arcas Australes. ¿¡Qué digo!? El mayor de todos los Arcas de la cubierta de Manigua —expresó elevando los brazos al aire con teatralidad—. No es como para poder ignorar tus habilidades.

—Igualmente, yo no seré jamás nada parecido a un heredero. Edén liderará —le recordó Crisol.

—Ya, pero tú permanecerás siempre como su mano derecha —recalcó Viso.

—Eso será si me escoge como su paladín.

Viso rio abiertamente y Crisol no se preocupó en mirarle siquiera.

—Es muy tarde para poder llegar a pensar que vas a poder deshacerte de esa responsabilidad —se mofó—. Eres su vínculo. ¿A quién más podría…?

—¡Crisol! —La dulce voz de Aura siempre se volvía demasiado estridente para Crisol al gritar.

Ambos centinelas se asoman desde lo alto de la torre de cuatro pisos de altura y contemplan a la menuda mujer, que se hace aún más pequeña desde lo alto. Llevaba un kosode llamativo de colores brillantes, verdes, rojos y amarillos, ajustado a la cintura con un cinturón rojo que combinaba mejor de lo que Crisol podría apreciar jamás. A pesar de la alegría que siempre desprendía, Aura reservaba sus vestimentas más coloridas para situaciones especiales como esa. El resto del tiempo, los suaves colores pastel eran sus aliados. Algo tan sutil como eso otorgaba paz a su ajetreado y peculiar hogar. Lo que no cambiaba nunca en el estilo de Aura, ya fuera durante festejos o no, era . Era habitual, aun así, encontrarse larguísimos cabellos por toda la casa y, cuando ella colaboraba en la cocina, era fácil que acabaran en la comida también, lo que ponía a Umbría de muy mal humor. La delgada Umbría era, de los tres actuales vínculos de Crisol, el más antiguo. A los pies de la torre, junto a Aura, mantenía, como era costumbre, una calma férrea por mucho que gritara su compañera. Su kosode era azul oscuro con algunos dibujos sinuosos en blanco marfil, mucho más sobrio que el de Aura, por supuesto. Si había diferencia entre ese y los que usaba diariamente, Crisol no sabía verla, pero de seguro sería de un material más distinguido, aunque el color, la falta de luz y la sobriedad de la mujer lo hicieran ver como si fuera de lo más común.

—¿Ocurre algo?

—No encontramos a Edén. ¿Sabes dónde está? -pregunta Aura preocupada.

El hombre es parco en palabras. Tan solo suspira y comienza el descenso de la torre. Ni siquiera espera el consentimiento de su compañero de vigilancia. Cuando se encuentra de frente con sus vínculos, Crisol sostiene ambos brazos de Aura con cuidado tratando de calmarla, pero Umbría habla primero.

—Ya le he dicho que no debería preocuparse tanto. Estará por ahí haciendo lo que siempre hace. Lo que mejor se le da. Nada.

Crisol sabe que las palabras de Umbría son brutales debido a la gran diferencia que hay entre su personalidad y la de Edén. Ella es la responsabilidad en persona, mientras que Edén tiende a relajarse con demasiada facilidad. Crisol estaría preocupado si se tratara de envidia, pero no es así. Es el inquebrantable sentido del deber lo que hace que Umbría no encaje con Edén. Mantener una unión así no es fácil. Y a pesar de todo ella también está allí, apoyando a su compañera, buscando a Edén. Por suerte, Aura no da problemas. Aunque tal vez se preocupe demasiado.



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En el texto hay: fantasia, destino, magia

Editado: 13.01.2025

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