La aldea de Ébano estaba sumida en una profunda tristeza. La tragedia cernida sobre ellos se sentía en el ambiente en forma de un silencio sepulcral en las calles. Era como si toda la felicidad hubiera sido arrebatada de ese lugar. Había una extraña sensación de vulnerabilidad por haber sido atacados en la noche del solsticio. Era un sentimiento prácticamente desconocido para una especie como los Arcas. Pero lo que provocaba el silencio era la solidaridad por el adalid y su familia. Muchos de ellos ni siquiera conocían a Umbría, menos aún en persona, pero todos respetaban a Crisol. Además, también formaba parte de la familia el heredero. Había sido un fuerte golpe en el orgullo de los Arcas y si afectaba a su próximo soberano no podía quedar impune.
Aquella primera noche había sido el caos. Crisol había corrido en su forma Nadir tras su vínculo y lo que se encontró primero fue a su hermana adoptiva atrapada cruelmente en un gran cepo. Era de lo que los animales habían advertido a Edén. La pierna de Etérea había quedado aprisionada creando una cruenta herida. Luchaba por evitar perder su fuerza y volver a cambiar de forma pues, si lo hacía, una trampa pensada para enormes bestias haría trizas su pierna en la forma Zenit. Crisol se había valido de toda su fuerza para abrir la trampa y sacar a Etérea. Reticente y pidiéndole que la abandonara allí y buscara a Umbría, cambió de forma para que Crisol la cargara. La mitad del camino rechinaba los dientes, evitando gemir de dolor incluso en esa situación, y la otra mitad quedó inconsciente por el dolor y la pérdida de sangre. Al regresar a la aldea la dejó en brazos del primer guardia que encontró y ordenó, a pesar de su profundo dolor, que nadie corriera a buscar a Umbría. Todos los Arcas disponibles debían hacer una batida y eliminar del bosque de cristal esas inmundas trampas que se aseguraría de saber quién había colocado. Si una de esas trampas apresaba a uno de sus niños, que correteara inocentemente por el bosque, podía ser fatal. Asumiendo el riesgo, por supuesto, Crisol sí volvió corriendo a buscar el rastro de Umbría y de los que se la habían llevado. Pero no tuvo suerte. No entendía como, pero se habían esfumado. Pasó toda la noche con el hocico pegado al suelo intentando encontrar una pista, pero nada. ¿Cómo podía ser posible? Era muy complicado atravesar el bosque de cristal para cualquiera que no fuera un Arca o un animal. Era sencillo perderse y avanzar por las peculiaridades del bosque. Alguien huyendo debería dejar, además, un rastro de cristales rotos allí por donde pasara. Era imposible, no se podía burlar a un Arca en su territorio. Al día siguiente, cuando las trampas fueron todas encontradas y retiradas, los mejores rastreadores de la aldea de Ébano se pusieron a buscar a Umbría también. Cualquier rastro podía suponer la victoria o una oportunidad, al menos. El pueblo perdió toda esperanza cuando llegaron rastreando hasta el río Kiloh. Si no habían encontrado nada hasta llegar a ese límite natural sería imposible encontrarlos. El Kiloh no se podía cruzar sin una embarcación, pues era tremendamente caudaloso y si disponían de una ya estarían muy lejos de su alcance. A pesar de ello, Crisol descendió por la orilla del río e incluso la ascendió sin mucho criterio ni optimismo. Siguió corriendo de un lado a otro hasta desgastar sus músculos, pero no pudo encontrar nada. A medida que los días iban pasando, las posibilidades de encontrar a Umbría eran cada vez más pequeñas. Tras cuatro días de largos turnos, Arrebol, el alfa, ordenó abandonar la búsqueda. Le preocupaba que la aldea quedase desprotegida en esos momentos de tanta confusión y ya todos sabían que Umbría había, de alguna manera, sido obligada a abandonar el bosque. Puede que incluso ya no estuviera en la cubierta de Manigua. La gente empezó a preocuparse por Crisol, que no había obedecido a Arrebol y seguía buscando por su cuenta. Llevaba días en el bosque sin regresar a casa. No podían culparle, Umbría era su vínculo. Había habido varias personas, entre ellas amigos cercanos, que habían ido a buscarle y que le habían encontrado aún en pie, buscando. Sin embargo, parecía agotado y le costaba mantener una conversación. Finalmente, al sexto día, fue su madre la que intervino. Solar cargó comida, agua, uno de sus kosodes negros y un listón de seda del mismo color y se adentró en el bosque en su forma Zenit. No pudo evitar, por el camino, tratar de encontrar alguna señal del secuestro de su querida Umbría. Cualquier pequeña pista en ese denso bosque, no tanto ya de ella sino de sus secuestradores, podía significar la diferencia. Sólo necesitaban un motivo, un porque para saber a quién se enfrentaban, quién había cometido semejante crimen. Tal y como esperaba, Solar no halló nada útil. Sí encontró sin problemas a su hijo merodeando, más bien vagando, sin rumbo y con el hocico en el suelo, pero caminando con un paso torpe y lento, desorientado. Tal era el punto de su debilidad que no detectó su presencia hasta que ella ya estaba muy cerca. En ese estado no encontraría ningún rastro incluso aunque lo tuviera delante. Solar le llamó.
—Ven aquí —ordenó con cariño, pero con cierta firmeza.
Sólo ella, que por algo era su madre, podía dar órdenes a Crisol y que este obedeciera sin rechistar. El enorme Arca se acercó a la mujer, tan pequeña a su lado. Para los Arcas, mantener su forma Nadir durante tantos días le hacía perder lentamente su raciocinio y acababan siendo todo instinto. Y cuando una bestia de ese tamaño sufre de hambre, sed, cansancio y dolor puede ser peligrosa. Pero por mucho que sufra siempre distinguirá a su madre.
—Debes comer, debes dormir y, sobre todo, debes regresar a casa.
El arca soltó un gruñido, que casi era un quejido, con las pocas fuerzas que le quedaban.