Soberanos De Entelequia

CAPÍTULO 8 - PODER ENCADENADO

Khamsin estaba acostumbrado a la humedad, no en balde se había pasado la mayor parte de su vida en Piélago, la cubierta de mar. Sin embargo, ese lugar era absolutamente desagradable. A pesar del radiante sol de la superficie de Heredia, porque era obvio para él que le habían llevado allí, sus mazmorras eran frías, lientas. En la superficie montañosa y árida era fácil olvidar que estaban en una isla, pero todo aquello que era subterráneo, especialmente lo que acababa bajo el nivel del mar, era terriblemente opuesto. El agua freática se filtraba por la piedra y goteaba al interior de las celdas sirviendo de metrónomo para los lamentos. Khamsin nunca había estado encerrado antes. Siempre había escapado de quienes le perseguían. Jamás imaginó que su debilidad por un rostro hermoso le haría acabar allí. Se sentía como un idiota y además seguramente había destrozado la vida de Evadne. Era lo suficientemente adulto como para estar arriesgándose de ese modo. Se lo merecía. Pero ella no. Rezó porque por lo menos hubiera sido capaz de llegar a su hogar a salvo. Si era lo suficientemente inteligente abandonaría ese lugar en cuanto pudiera y buscaría una nueva vida lejos de todos los problemas que él todavía podía causarle.

—Espero que ese viejo mantenga la boca cerrada y no empiece con sus historias. Esa chica parecía de las que se sentiría responsable de idiotas como yo.

Suspiró largamente e hizo un gesto de dolor al intentar acomodarse. Le ardían las muñecas por los grilletes de tosco metal demasiado apretados. Tenía un brazo siempre en alto, con una cadena que caía del techo lo suficiente corta como para no poder bajarlo. La otra cadena sólo tenía dos eslabones y estaba bien clavada al suelo. La postura era horriblemente efectiva. Si no podía unir sus manos no podía crear un Orbe para escapar. Todos sus huesos gemían por no poder cambiar apenas la postura arrodillada y por la constante humedad. No sabía cuánto tiempo llevaba allí abajo, pero debían haber pasado ya varios días. No podía asegurarlo porque no llegaba la luz natural y las visitas de agua, comida o para permitirle orinar, no eran constantes, lo que era muy práctico para que cualquier preso cediera a las peticiones de su carcelero o simplemente para hacerlo sufrir. Las opciones de Khamsin eran limitadas.

Escuchar por el pasillo aquellos tacones le revolvía las entrañas. Conocía esos pasos. Tan altivos, tan firmes, tan atronadores. Dejó caer la cabeza y cerró los ojos, estremecido, pero no rendido. Aún no. La puerta chirrió horripilante al abrirse y los tacones se abrieron camino hasta estar frente a él. Sintió como se inclinaba para ponerse a su altura y mantuvo los ojos cerrados.

—¿Sigues vivo? —preguntó tomándole de la barbilla y alzándole el rostro.

¿Cómo podía hacerle esa pregunta tan calmadamente? Khamsin abrió entonces los ojos antes de responder.

—Para tu desgracia.

Su voz salió más áspera de lo que nunca la había escuchado y su garganta se rasgó del esfuerzo. Necesitaba agua. La mujer alzó la mano y su guardiana, seguramente una Arca, le entregó un vaso de agua. Se lo llevó a Khamsin a la boca, quien bebió torpemente. Estaba cansado e incluso el agua era dolorosa de tragar. Tosió al atragantarse y el dolor le hizo temblar. Las cadenas tintinearon y su cuerpo quería chillar, pero Khamsin se negó a hacerlo. Se preguntó si había algún preso en sus mismas condiciones o él era tratado tan cruelmente por ser especial. Rogó para que ser el único que estuviera sufriendo una tortura así.

—¿Crees que disfruto haciendo esto, Khamsin? —dijo mirándole a los ojos.

No podía entender que siquiera se atreviera a pronunciar su nombre. Logró centrar su mirada y allí estaba. Esa sonrisa era la misma que había visto en el espejo cada mañana al levantarse. Ladina y traviesa. Capaz de conseguir cualquier cosa que se proponga. Cuánto se había aprovechado de ella cuando le había sido útil. Nunca creyó que se volvería contra él a pesar de las advertencias de su padre.

—Si realmente fuera así, serías aún más psicópata de lo que me habían contado.

—¿Cuándo serás capaz de entenderlo? No quiero hacer esto, pero no tengo opción —aseguró acariciando su rostro. Khamsin no tuvo fuerzas para resistirse a pesar del asco que le producía—. El mundo tiene que seguir funcionando. Ni siquiera tú puedes evitarlo, hijo.

—No te atrevas a llamarme así —gruñó como lo haría un animal herido.

Ella bufó y se levantó sobre sus altos zapatos.

—Está bien. Como quieras. He intentado ser amable, Khamsin. Dime de una maldita vez donde están los otros.

—Ya te he dicho que no lo sé —clamó como pudo.

De nuevo esa conversación y cada vez estaba más agotado. Claramente jugaba con ello, hasta hacerle ceder, pero no podía.

—Sí, ya me lo has explicado. Un seguro por si te capturábamos —recordó ella—. Y puede que sea cierto. Pero Mistral sí que lo sabe. Así que dime dónde está tu padre y terminaremos con esto.

—No voy a dejar que le hagas daño. Ya fue suficiente para él con una vida —espetó.

—Fue allí a dónde llevaste a esa Hespéride, ¿verdad? El lugar al que has escapado cada vez que casi te alcanzábamos.

—Ella no tiene nada que ver con esto.

—Hemos localizado a su familia, por supuesto, y les mantendremos bien vigilados por si es lo suficientemente tonta como para regresar. Pero sé que sólo era un divertimento pasajero para ti y ahora le has robado la vida que tenía.



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En el texto hay: fantasia, destino, magia

Editado: 05.04.2025

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