Carter
Cuando me acomodé en la mesa del lujoso restaurante, me di cuenta de que probablemente mi cliente, no tuviese ni idea de que eran los Escalopines al Marsala o una sopa de trufas negras.
Era un hombre simple, con gustos simples, al que le faltaban luces, pero le sobraban millones. Porque su abuela, tuvo el buen tino de heredarle su mejor receta de pollo frito y su cadena de restaurantes de comida rápida, comenzó a esparcirse como una epidemia.
Sisters Chicken y Biscuits, era una mina de oro, que no podía escapar de mis manos.
Había convencido a su dueño de que así como las filas de personas esperando por su comida, aparecieron de la noche a la mañana, también podían desaparecer, si no aprendía a mantener vigente la marca.
Lo tenía casi en mi bolsillo, hasta que mi padre, olfateo mis intenciones y envió a mi hermano menor para que lo convenciese de pagar una pauta en su canal.
Sin embargo, no aceptó a ninguno, porque al parecer no solo era poco brillante, sino que, además, era indeciso.
Llevábamos seis meses compitiendo por esa cuenta millonaria con la cadena televisiva de mi padre.
La misma empresa donde yo había dejado los mejores años de mi vida y un año atrás, mi hermano menor había sido nombrado CEO. Por supuesto, con mi ex prometida como flamante directora de Relaciones Públicas.
Si ellos ganaban esa cuenta, la prensa lo llamaría una victoria familiar.
Si la ganaba yo, lo llamarían una venganza.
Y, sinceramente, ya no tenía tan claro cuál de las dos opciones me dolía más.
Apreté el nudo de la corbata mientras repasaba el informe de campaña que pensaba ofrecerle. Todo se encontraba en orden tal como me gustaba, excepto mi humor, que se había roto desde mi primer café. O más bien, desde mi primer choque del día.
Iba a admitir una cosa, esa chica, sabía bien como grabarse a fuego en la memoria de alguien.
Su aspecto, era sin lugar a dudas un completo desastre, aunque había algo en ella, que la volvía desesperante y magnética a la vez.
Tal vez se trataba de la contradicción que representaba. En un principio supuse que era mansa como un cordero, al ver sus ojos enormes, oscuros, que me habían pedido perdón tres veces antes de que yo pudiera respirar. Sin embargo, de un momento a otro se volvió tan mordaz como una abogada Neoyorkina.
No sabía su nombre.
No obstante, seguía viéndola cada vez que cerraba los ojos.
Miré fijamente el documento que estaba frente a mí y no pude evitar sonreír.
Entonces, escuché una voz que no esperaba volver a oír durante lo que me quedaba de vida.
—Carter —. Tragué saliva incapaz de alzar la vista y deseé con todas mis fuerzas que fuese una mala pasada de mi cabeza —. Carter —volvió a llamar, dispuesta a no darse por vencida —. Sé que no quieres hablar conmigo, mucho menos verme, pero necesito que hablemos sobre Nicholas.
Por supuesto. Cualquier cosa importante que deseásemos discutir, iba a tener que ver necesariamente con Nicholas. Porque entre nosotros ya no existía nada, a pesar de que fuimos pareja desde la universidad y estuvimos prometidos durante un año. En ese momento, apenas si éramos desconocidos.
Respiré hondo y todavía no me atreví a mirarla.
—¿Cómo me encontraste? —Mascullé con los dientes apretados.
—Barner, canceló su cita en Langford Medios, con la excusa de que tenía una reunión urgente. No me costó mucho descubrir que se inclina hacia tu oferta. Y eso sería un desastre para la empresa de tu familia. Por eso me vi obligada a buscarte.
Reí con sarcasmo por lo bajo y por primera vez alcé el rostro hacia ella para verla a los ojos después de un año.
—¿No me digas? —Giré la muñeca para mirar mi reloj y vi que estaba a punto de llegar —. Mi cita de las doce está a punto de llegar, así que lamento, no poder concederte más tiempo. Si necesitas hablar conmigo, tendrás que pedir una cita —dije con un tono helado que me resultó extraño al hablar con ella.
—Solo te pido un minuto, Carter —su voz sonó igual que la última vez que nos vimos, cuando le di las bolsas con su ropa: suave, modulada, capaz de disimular cualquier emoción—. No te voy a quitar mucho tiempo.
—No tengo tiempo para ti.
Las comisuras de sus labios se curvaron de forma casi imperceptible. Por lo que supe que ambos estábamos pensando en lo mismo: nunca tenía tiempo para ella y por eso me engañó con mi propio hermano.
—Seré breve —me aseguró —. Langford Medios está a punto de perder la cuenta de Adair Motors. Si tu equipo presenta su propuesta mañana, podrían quitárnosla definitivamente y si también nos arrancas de las manos Sister Ckichen, sería el comienzo del fin. Es tu familia, Carter —murmuró con un tono lastimero —. ¿Por qué no podemos coexistir?
Que ya se sintiera parte de mi familia, me hizo hervir la sangre.
—Si buscas misericordia, has buscado a la persona incorrecta.
—No necesitas una cuenta más, eres el mejor. Ya nos quedó claro y todos saben que tu padre cometió un error. ¿No podrías darnos una tregua?
Casi lancé una carcajada.
—Esa es la idea, Victoria. No competimos por cuentas para perder, lo hacemos para ganar. Que me vengas a rogar declinar es patético, porque así es como funciona el libre mercado. Y no es mi culpa que tu novio sea alguien tan débil e inepto.
Silencio. Luego, dejó escapar un suspiro, en tanto se tocaba el cuello, ese gesto nervioso que hacía cuando intentaba no perder la compostura.
—Solo estoy intentando evitar una guerra entre tus padres y tú.
—No te preocupes, la guerra empezó hace un año.
—Carter… —dudó, y esa vacilación fue más peligrosa que cualquier argumento—. No todo fue tan simple como crees.
—¿Ah, no? —reí sin ganas—. Tal vez no lo entendí bien: me engañaste con mi hermano, te fuiste a vivir con él y ahora me pides que tenga piedad. Quizá me perdí un matiz.
—No digas eso —murmuró, y en su voz había algo que me descolocó. No era culpa. Era dolor, nostalgia —. No fue solo eso. Tú… tú cambiaste, Carter. Dejaste de mirarme. De ver a la gente que te rodeaba. En ese momento, me sentí muy poca cosa a tu lado y no pensé con claridad.