UN HIELO FINO
—Entonces... tu nombre es Alexandre —dijo el chico de anteojos, subiéndose los lentes mientras me miraba con evidente desconcierto.
La computadora frente a él parecía absorber toda su atención. Esperaba que, en algún rincón de su pantalla, estuviera registrando mi nombre en los dormitorios del equipo de hockey.
—Sí, ese es mi nombre. ¿Hay algún problema? —respondí con calma.
El chico me miró nuevamente y luego sacudió la cabeza como si la idea de que algo no estuviera bien fuera absurda.
—Creo que necesito ir al optometrista a revisarme la vista —comentó, sin dejar de mirarme de manera algo extraña.
Apreté los labios, intentando mantener una expresión seria, de esas que se supone demuestran "hombría".
—Lo siento, amigo —añadió con un tono casi mecánico—. Es que... te ves algo afeminado.
¡Alerta roja!
Oh, no. Ya la había cagado.
—¿Disculpa? ¿Ahora juzgas por cómo me veo? ¿Qué te crees, hombre? ¡Venga ya! —respondí, subiendo el tono de mi voz, y haciendo un esfuerzo para sonar lo más masculina posible.
El chico se quedó en silencio por un momento, aparentemente desconcertado, pero se calmó. La verdad es que mi intento de sonar más grave lo había dejado tranquilo.
Y ahí estaba, jugando con la idea de que él pensaba que era un chico. No, no lo era. Soy una mujer.
Y seguro que ahora te estarás preguntando, ¿qué demonios hace esta loca intentando entrar a los dormitorios de los hombres?
¿Es una pervertida?
Depende del punto de vista, claro. ¿Vas a ver cuerpos musculosos y torsos desnudos?
Ay, por Dios.
¡Tú también lo quieres ver!
Pero ese no es el punto de la historia. Déjame contarte.
Todo empezó el día que me rechazaron para hacer patinaje artístico, que ha sido mi sueño desde que tengo uso de razón.
¿Y por qué me rechazaron?
Porque no cumplía con los requisitos.
¿Y cuál era el maldito requisito?
No había alojamiento.
¡Maldita sea!
Eso sí que no lo iba a aceptar. Me rechazaron solo porque no tenía un lugar en los dormitorios de chicas.
Y seguro que pensarás: ¿pero era el único alojamiento disponible?
Te cuento. Los apartamentos fuera del campus eran carísimos, y quedaban demasiado lejos. No había otra opción.
Así que me vi obligada a mudarme con los chicos del equipo de hockey.
Te estarás preguntando cómo lo logré, ¿no? No fue tan complicado infiltrarme. Todo gracias a mi hermano, Alexandre, quien iba a jugar en el equipo, pero, desafortunadamente, se lesionó y no pudo empezar la temporada. Entonces llegué yo, su hermana gemela, a terminar lo que él no pudo.
Desde pequeños, mi hermano y yo aprendimos a jugar al hockey. Crecer cerca del hielo y practicar patinaje siempre fue lo que más me apasionó. Mi sueño más grande, claro, era convertirme en una patinadora artística reconocida.
Así que, ¿cómo me llamo?
Soy Alexandra.
Y esta es mi historia... sobre el hielo.