CAPÍTULO 2
Dean estaba en la esquina de mi cama, mirándome con esos ojos suyos que sabían demasiado. No hablaba, solo me observaba, era como si estuviera esperando que dijera algo importante, como si me estuviera evaluando.
Probablemente, pensaba que estaba bromeando, que en algún momento iba a dar marcha atrás, como siempre había hecho. ¿Crees que soy una cobarde? Lo miré de reojo, desafiando su silencio. Yo no tenía tiempo para vacilar. No está vez.
—¿En serio vas a hacer esto? —su voz era suave, como si no estuviera seguro de si quería escuchar la respuesta.
Lo miré con desprecio. Claro que lo iba a hacer. ¿Qué esperas que haga, Dean? ¿Qué me detenga porque tú lo dices?
Me levanté y agarré la camiseta de manga larga negra que había sacado del armario de mi hermano. Sabía que la iba a necesitar. La camiseta era grande, holgada, y por alguna razón, me hacía sentir más fuerte. O al menos, menos vulnerable. Apreté los puños. No necesitaba su aprobación.
—Sí. Lo voy a hacer. —No vacilé.
Dean no dijo nada, solo se dejó caer hacia atrás sobre la cama, pero no podía quitarme los ojos de encima. Su mirada estaba llena de esa duda que nunca lograba ocultar, como si no terminara de creerme, como si aún esperara que me arrepintiera.
A mí me daba igual. No iba a darme vuelta.
—No te preocupes por mí, Dean. —Mi voz salió más dura de lo que esperaba. Como si todo el enojo que llevaba dentro hubiera explotado de golpe. —No necesito que me detengas. Ya tengo claro lo que quiero. Y lo voy a hacer. Ya no hay vuelta atrás.
Dean seguía mirando, pero ya no me importaba lo que pensara. Si no me entiendes, jódete. No iba a esperar a que él, o cualquier otra persona, me diera permiso. Nadie me lo había dado antes, y eso nunca me había detenido. ¿Qué tendría de diferente ahora?
Sabía que a Dean le costaba entender mi tipo de decisiones. Siempre fue el tipo de amigo tranquilo, el que no tenía prisa, el que no se lanzaba a lo loco como yo. Pero eso también era parte de mi encanto. Si no te gusta, no te jodas conmigo. Y por alguna razón, confiaba en que Dean lo entendiera, aunque no lo dijera en voz alta.
Siempre pensé que era gay. La forma en que se movía, los comentarios sobre chicas que jamás me incluían... todo me hacía pensar que no iba a interesarse por mí de esa forma. Y no me importaba. Sabía que nuestra amistad era diferente, más genuina. Pero ahora, cuando me miraba así, con esa mezcla de incredulidad y, tal vez, algo más, no estaba tan segura. Y eso me hacía sentir incómoda.
Pero, ¿quién tenía tiempo para pensar en eso ahora? No era el momento.
—¿Dean? —pregunté, con la voz más baja de lo habitual, como si todo lo que estaba a punto de decir me costara más de lo que quería admitir.
Él levantó una ceja, aún recostado, como si nada de lo que estaba pasando en ese cuarto fuera un problema.
—¿Qué?
Me quedé unos segundos mirando al espejo, mis ojos fijos en el reflejo de alguien que no estaba del todo segura de sí misma, aun así, se obligaba a no dudar. ¿Qué tan lejos podía llegar con esta locura? Todo me decía que no lo pensara más, que no le diera más vueltas. Pero, mierda, esto era real.
—¿Crees que... que soy capaz de hacer esto? —dije, casi en un susurro, mientras me veía a mí misma en el espejo, buscando algo, alguna respuesta que no tuviera que venir de él.
Era una pregunta que me había rondado por días, una que me hacía sentir incómoda, vulnerable. ¿Podía realmente dejar atrás todo lo que había sido?
Dean no dijo nada al principio, como si estuviera masticando la pregunta. Luego se levantó, caminando hacia mí sin prisa, y se quedó quieto, como si estuviera estudiando mi cara, como si mi inseguridad fuera algo que no pudiera ignorar, algo que lo hacía querer entenderme más de lo que yo estaba dispuesta a admitir.
—Lo vas a hacer porque no tienes otra opción, ¿verdad? —dijo al fin, sin rodeos, sin dejar espacio para la duda.
El golpe fue directo, pero, maldita sea, tenía razón. Mi estómago dio un vuelco, pero no pude evitar sentirme extrañamente liberada por su honestidad brutal. Asentí, una pequeña sonrisa apareciendo en mis labios, aunque la verdad, no tenía mucho de convincente.
—Sí —respondí, forzando una sonrisa.
Dean suspiró, como si le diera pena verme ahí, tan confundida pero tan decidida. Y luego, en un gesto que nunca había visto de él, me dio un pequeño empujón en el hombro. No era uno de esos empujones amistosos de siempre, sino uno con algo más, como si me estuviera pasando un poco de su propio valor, aunque a su manera.
—Te ayudo, pero solo porque te conozco. Y porque, honestamente, esto va a ser uno de los desafíos más estúpidos que hayas hecho en tu vida —dijo, una sonrisa que intentaba ser sarcástica, pero que apenas disimulaba lo nervioso que estaba por mi locura.
Eso me hizo soltar una risa baja, casi sin querer. Estúpido, sí. ¿Quién si no yo se pondría a hacer esto en medio de todo? Pero en ese momento, no quería pensar en las consecuencias. Ya me preocupaba todo lo demás. Si fallaba... bueno, eso ya lo vería después. Ahora, tenía que concentrarme en lo que tenía entre manos.
La primera parte fue la más fácil: esconder lo que pudiera del cuerpo. Aunque mi figura no era excesivamente femenina, no tenía ni de lejos la complexión de un tipo. Y si bien eso ya me hacía sentir como una impostora, no era tan complicado como lo otro: el maldito rostro.
Dean me alcanzó un par de camisetas grandes, mucho más grandes de lo que realmente necesitaba, pero me daban lo que necesitaba: un poco de volumen, algo con lo que sentirme más... diferente. Como si me estuviera deshaciendo de algo que ya no quería ser. Algo con lo que pudiera esconderme del mundo, y quizás de mí misma.
Cuando comencé a maquillarme, mis manos temblaban, pero era como si no pudiera detenerme.
—Necesito que esto funcione. —Mis palabras fueron más una declaración de guerra contra mi propia inseguridad que una súplica.