CAPÍTULO 3
—¿Entonces lo lograste? —preguntó Dean, curioso.
Estamos sentados en una cafetería cerca del campus. Yo, por mi parte, intento mantener la calma, aunque la sonrisa en mi rostro lo dice todo.
Bebí un sorbo de café, sin poder evitar sonreír.
—Claro que sí. El tal Lucas estuvo a punto de pillarme, pero logré improvisar a tiempo.
—Mmm... —dijo, pensativo—. ¿Sabes quién es tu compañero de cuarto?
—Aún no. Pero espero que no me toque un loco pervertido.
—Según lo que he oído, el equipo de hockey es muy popular. Hay varios chicos guapos, pero el que destaca es el capitán.
—¿El capitán?
—Sí, Alex. Es bastante conocido, no solo por su habilidad en el hockey, sino también por su personalidad.
—¿Qué tiene de especial? ¿Por qué se habla tanto de él?
—Dicen que es un tipo bastante cerrado, que no se abre fácilmente con cualquiera.
—¿Cerrado? —repetí para mí misma, conteniendo una sonrisa. —¿Qué es, una regadera, para andar abriendo y cerrando cuando le da la gana?
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Eso no es todo —dijo Dean, acercándose un poco más a mi oído, asegurándose de que nadie pudiera oírlo.
En la cafetería solo estamos nosotros y el vendedor detrás del mostrador, no presta atención a lo que hablamos. Se inclinó aún más cerca y susurró con aire conspirador:
—Se rumorea que es un pervertido con las chicas.
Abrí la boca, completamente sorprendida, y no pude evitar soltar una risa. La idea me pareció tan absurda que mi respuesta salió casi sin pensarlo:
—Menos mal que soy un hombre.
Mi sonrisa se ensanchó mientras intentaba mantener la calma, pero Dean seguía mirándome con una mezcla de diversión y duda, como si esperara una reacción más seria de mi parte. Su expresión, entre burlona y preocupada, me hizo sentir un poco más relajada, pero, al mismo tiempo, no podía evitar preguntarme si había algo de verdad en lo que decía. ¿Qué tan cierto era el rumor sobre el capital de hockey? ¿Era solo una exageración, o realmente era tan problemático como se decía?
Dean suspiró, como si le pesara seguir dándome consejos, pero no pudo evitar seguir con el tema.
—Solo ten cuidado, ¿vale? No quiero que te metas en líos ni que pase nada raro mientras estés en los dormitorios.
Lo miré de nuevo, pero esta vez con una ligera sonrisa de incredulidad. La verdad es que no me asustaba estar en un dormitorio compartido, rodeada de chicos. Al fin y al cabo, había crecido en un ambiente donde los hombres eran la norma: mi padre, mi hermano, hasta los amigos de él que siempre andaban por casa. Había aprendido a lidiar con ellos desde pequeña, a veces incluso comportándome como uno de ellos: era un poco marimachito, por decirlo de alguna manera.
—No te preocupes, Dean —respondí con un tono confiado, aun sonriendo—. He sobrevivido a estar rodeada de hombres toda mi vida. No creo que esto sea diferente.
Dean me observó un momento, como evaluando si realmente creía lo que decía o si solo lo estaba diciendo para calmarlo. Además, si algo me había enseñado la vida, es que no podía dejar que los rumores o las advertencias de los demás me frenaran.
—Está bien, pero aun así... no dejes que te bajen la guardia, ¿eh? —dijo, levantando las cejas en una mezcla de preocupación y bromista advertencia.
—Tranquilo —respondí, sintiendo cómo la tensión de la conversación empezaba a desvanecerse—. Ya verás que me las apañaré perfectamente.
—Te tomare la palabra, Alex.
La mirada de Dean se perdió en la distancia, como si estuviera mirando algo que solo él veía. Yo seguí su mirada, y entonces lo vi: el equipo de hockey se dirigía directamente hacia nosotros.
—Joder, ¿eso es lo que creo que veo? —murmuró Dean, con una mezcla de incredulidad y sorpresa, sin apartar los ojos de ellos.
Un grupo de cuatro chicos avanzaba hacia la cafetería, su presencia tan imponente que de inmediato se convirtió en el centro de atención. Un chico negro, un coreano, un rubio de actitud relajada y un castaño con el rostro serio y penetrante entraron sin más, como si tuvieran derecho a ocupar todo el espacio.
El ruido que trajeron consigo fueron risas, charlas y el sonido de sus pasos se sintió como una ola que arrasó con el ambiente tranquilo de la cafetería.
Al llegar a la mesa, el rubio, con una sonrisa algo burlona, se giró hacia sus amigos y lanzó una frase al aire, sin el menor intento de disimular:
—...¿Escucharon sobre el nuevo? Se dice que es un poco gay.
La forma en que lo dijo, con una sonrisa juguetona, hizo que los otros tres soltaran una risa cómplice, como si fuera una broma interna que solo ellos entendían. Aunque intenté no prestarles demasiada atención, una parte de mí no pudo evitar escuchar.
¿Gay? Mi cabeza se llenó de pensamientos confusos, y una oleada de incomodidad me recorrió el cuerpo.
Mátenme ya. Ya tengo fama de afeminado.
Un chico blanco, levantó la mirada y, con un tono de voz desinteresado, dijo:
—...Solo son rumores infundados.
Su voz era baja, pero clara, como si quisiera restarle importancia a lo que acababa de decir el rubio. No podía decir si era coreano o chino. Estaba seguro de que el chico había notado que estábamos prestando atención, y su mirada fugaz me hizo sentir como si estuviera evaluando todo lo que sucedía.
Aún con la conversación en el aire, miré a Dean. Él, en silencio, me lanzó una mirada de advertencia. Su rostro mostraba una expresión de "bájale" que no dejaba lugar a dudas.
El rubio, sin embargo, no parecía tener filtros. Su voz volvió a elevarse, como si estuviera seguro de lo que decía.
—...Oh, Yam, no seas ingenuo. Estamos en el siglo veintiuno. Los chicos gay están en todas partes. —Su tono era tan confiado que, de alguna manera, me hizo sentir que estaba hablando de algo tan obvio que no valía la pena cuestionarlo.