Sobre Hielo

Capítulo 4

CAPÍTULO 4

¿Cómo es posible que me haya tocado el único compañero de cuarto que parece salido directamente de una película de adolescentes ricos y populares?

El capitán del equipo de hockey, el chico perfecto, el tipo al que todos adoran. El que se mueve por los pasillos como si fuera una mezcla entre un dios y un superhéroe. El tipo al que las chicas miran como si fuera el sol en un día nublado. ¿En serio? ¡¿Por qué no me tocó un nerd que se quede en casa todo el día jugando videojuegos?! ¡Esa habría sido una opción mucho más soportable!

Aunque, claro, eso habría sido imposible en este edificio, donde todo el equipo de hockey parece haberse instalado. Genial. El club de chicos perfectos, todos unidos en un solo lugar.

Tan pronto cambié mi fachada de mujer por una de marica, me dirigí a la residencia a desempacar mis cosas.

Ok, debía dejarlo.

Pero en el fondo me resultaba bastante gracioso, solo nunca lo admitiría. Antes me corto la teta.

Un suspiro involuntario se escapó de mis labios mientras pensaba en lo que me esperaba. Pensé que tal vez, si lograba pasar desapercibida, podría esquivarlo todo.

—Ok, basta. No voy a seguir pensando en esto.

Cuando llegué a la habitación, dudé en la puerta. Lucas, el tipo que parecía tener una habilidad sobrenatural para aparecer en todos lados, había sido lo suficientemente amable como para colocar mis maletas en su lugar. No tuve la oportunidad de verlo de cerca ni de intercambiar palabras, lo cual agradecí en ese momento.

Al abrir la puerta, algo me golpeó de inmediato: el olor. Ese aroma masculino a loción de marca cara, tan intenso que casi podía saborearlo.

La habitación era pequeña pero ordenada. Dos camas, dos escritorios, dos mesas de noche. Todo en su lugar, como si alguien hubiera pasado horas asegurándose de que todo estuviera perfectamente alineado.

Pero lo que me llamó la atención fueron los detalles en las paredes. En lugar de pósters de bandas o fotos genéricas de paisajes, ahí estaban: retratos en blanco y negro de jugadores de hockey en plena acción, inmortalizando victorias y momentos épicos. Y, entre esas imágenes, una foto más que se destacó por encima de todas.

Un chico levantando un trofeo, sonriendo con esa seguridad de quien sabe que el mundo está a sus pies. El capitán, por supuesto. Y ahí fue cuando el golpe de realidad me alcanzó con toda su fuerza.

Era el mismo tipo con el que me había tropezado antes de irme. ¡El pervertido!

La sorpresa me dio un vuelco al corazón. ¿En serio? ¿Qué probabilidades había de que me tocara él? Ya había tenido el mal presentimiento de que la vida no me estaba regalando un compañero de cuarto cualquiera, pero ahora me quedaba claro que no podía haber sido más cruel.

—¡Mierda! —musité, apretando los dientes.

Si antes debía tener cuidado con lo que decía y hacía, ahora tenía que multiplicar mi cautela por mil.

Primero, lo más importante: no dejar que me vea como mujer. Si se enteran, me despiden del equipo al instante. Y eso sin contar que podría ser un desastre total.

¿Y si resulta ser uno de esos tipos raritos?

¡WTF!

¿O peor, si intenta ver mis partes íntimas por la noche?

¡Deja de pensar tan turbio!

¡Qué mala suerte tengo, de verdad! En serio, ¿por qué siempre tengo que ser tan paranoica?

—¿Estás bien? —me pregunté a mí misma, sintiendo que me estaba yendo por la tangente.

—Perfectamente, gracias —respondí, tomando aire para calmarme—. Ok, seguimos.

Unos minutos después, decidí ponerme manos a la obra y desempacar algunas cosas que realmente necesitaría. Mi mirada se deslizó hacia la mesita de noche de mi compañero de cuarto, observando qué tipo de cosas tenía un chico como él. Colonia, un llavero, y... una foto de él.

—¿En serio? ¡Qué básico!—pensé, y me reí por lo bajo.

Imaginé que debía hacer lo mismo. Tomé el perfume que le había "robado" a Alexandre, un reloj que me había comprado en una oferta, y... ¿una foto? ¿Qué soy, una loca? ¿Me comí un jabón?

—Claro que no puedo poner una foto mía —murmuré, mirando mi reflejo en el espejo de la habitación. ¿Qué estaba pensando?—. ¿Y si pongo una de cuando era niña junto a mi hermano?

Eso sí. Dejé la foto en la mesita de noche y recogí la maleta más pequeña para ponerla sobre la cama. Tan pronto como abrí el cierre, la puerta se abrió de golpe, y ahí estaba él, parado frente a mí.

Ahora que podía verlo más de cerca, me di cuenta de lo... perfecto que era. Serio, su imagen era la de un modelo de Pinterest, y de cerca era incluso más guapo.

¿Ahora te gusta? —una vocecita en mi cabeza comenzó a burlarse de mí.

¡No!

¡Te gusta! —dijo la vocecita, más insistente.

¡Que no, deja de joder! —me dije, cerrando los ojos un segundo para intentar calmar la situación.

Pero claro, ahí estaba él, mirándome como si yo estuviera haciendo una escena ridícula. Y bueno, lo estaba haciendo.

Lo estás mirando como una tonta —se escuchó mi propia voz interna de nuevo.

¡Que no! —respondí, esta vez con la firmeza de quien sabe que está perdiendo la batalla.

Actúa ya, va a pensar que eres un marica.

—Compañero —saludé, intentando sonar casual, aunque por dentro quería meterme debajo de la cama—. ¿Todo bien, parcero?

¿Parcero? ¿En serio? ¿Qué me pasa?

¿Acaso me convertí en una ñera en un abrir y cerrar de ojos?

Acabas de cagar todo intento de parecer cool, Alex. ¿Qué sigue? ¿Llamarlo "brother" también?

—¿Tú eres el gay? —su voz sonó tan malévola que casi esperaba que se pusiera a jugar con un gato blanco y dijera "muajajajaja" mientras me miraba fijamente.

¿Qué haría un hombre en esta situación? ¿Contestar con un "sí, y qué"? ¿O hacer como si nada y seguir con la charla?

Ay, esto ya se está poniendo demasiado raro.

—Gay —repetí para mí misma, al escuchar lo aguda que sonó mi voz.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

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