Sobre Hielo

Capítulo 5

CAPITULO 5

Al día siguiente, antes de que Aiden despertara, salí de la habitación y cerré la puerta con suavidad.

Un rato después, me encontraba en la pista de patinaje. Era el mismo lugar donde entrenaba el equipo de hockey, aunque ellos no llegarían hasta las 8. Todavía eran las 6.

Decidí comenzar a calentar. Estiré los músculos y moví la cabeza de un lado a otro. No pude evitar que mis pensamientos se desbordaran, invadiéndome por completo: el campus, lo que estaba haciendo. Fingiendo ser Alexandre, rodeada de chicos guapos.

Que mala suerte.

Uh, ya lo sé. Cállate.

Una hora después, me sentí lista para algo más desafiante. Me preparé para ejecutar el Axel. Mi corazón latía con fuerza. Con un par de pasos firmes, me lancé hacia adelante, impulsándome con fuerza sobre el hielo. Mis patines se deslizaban suavemente, y la sensación de libertad me envolvía por completo.

El silencio de la pista era absoluto. No había caos, ni distracciones, solo el sonido sordo de mis patines sobre el hielo.

Al llegar a la curva, recogí mis brazos y giré la cabeza hacia atrás. En ese instante, mi cuerpo se elevó, mis piernas se cruzaron en el aire, y una mezcla de adrenalina y concentración se apoderó de mí. Cada giro parecía desafiar el tiempo; los segundos se estiraban mientras flotaba en el aire.

Cuando completé la rotación, ajusté mi postura para aterrizar con precisión. El impacto fue firme, pero controlado; mis patines volvieron a tocar el hielo con suavidad, deslizándose hacia adelante con gracia.

La emoción de haberlo logrado me recorre como una corriente eléctrica, y no puedo evitar sonreír mientras escucho los aplausos resonar en la pista.

Giro para ver quién me está observando, y cuando los veo, mi sonrisa se congela en mi rostro, transformándose en terror.

—Mierda.

Solo ha pasado una hora, ¿qué hacen ellos aquí? ¿Cómo es posible?

El chico rubio, con una expresión de admiración, se acerca y dice, sin poder ocultar su entusiasmo:

—¡Eso ha sido increíble!

Mi estómago da un vuelco.

Me acerco al borde de la pista, con pasos rápidos y decididos, como si el hielo pudiera tragármelo.

—Gracias. —murmuro, intentando que mi voz suene natural, pero apenas logrando ocultar el nerviosismo.

—¿Y ya está? —pregunta el rubio, entre risas. Me giro para seguir mi camino, buscando una salida elegante.

—Espera. —La voz del chico moreno me detiene en seco. Al girarme, sus ojos negros, como el abismo me observan con curiosidad. Mi pulso se acelera. —Parece que te he visto antes.

—¡No! —grito casi sin pensar. En cuanto escucho el eco de mi propia voz, me doy cuenta de lo ridículo que suena y bajo la cabeza, mirando hacia el suelo, para disimular la vergüenza. —Es... imposible. —murmuro, más para mí misma que para él, con una risa nerviosa que no llega a ser convincente.

—Sí, yo también la he visto. —El chico blanco asiente, como si tuviera en una revelación. Si mal no recuerdo, su nombre es Yam.

¿Yam? ¿Como Yim y Yam?

—Ayer... —dice Aiden, con una indiferencia que me desconcierta.

¿Por qué su tono suena tan distante? Con Alexandre parecía mucho más abierto, pero ahora, tiene esa cara de culo.

Intento reaccionar rápido para no quedarme como una tonta sin respuestas. No quiero que piensen que soy un pez fuera del agua, así que improviso lo primero que me viene a la cabeza.

—Sí, eso es... —digo, con rapidez, forzando una sonrisa nerviosa. —De todas formas, debo irme.

Antes de que pueda dar un paso, Yam me intercepta con una pregunta.

—¿Es por nosotros? —dice, frunciendo el ceño.

¿Será que ya sospechan algo? Mi estómago da otro vuelco, pero logro mantenerme firme.

—No. —respondo rápidamente, buscando una excusa convincente, pero el miedo me hace tropezar con mis palabras. —Solo... solo tengo cosas que hacer.

Joder.

Tu no eres asi.

¿Y cómo soy, conciencia?

Una respondona.

Bueno, perdóname, no puedo hacer eso ahora.

El chico rubio parece no convencerse, pero Yam, mucho más perspicaz, me observa como si estuviera intentando descifrar un acertijo complicado.

—Está bien... —murmura, dándome una mirada que parece mezclar duda con curiosidad. —Nos vemos entonces.

—Espera, ¿a dónde vas? ¿Por qué no te quedas? —Chase me lanza la invitación con esa sonrisa suya, medio burlona, medio intrigante.

—No. Solo tengo que ir a un lugar. —Mi voz sale más tensa de lo que quisiera.

Aquí, justo aquí, sobre el hielo, pero como Alexandre.

Cada palabra me pesa. Parezco un gordo al que le meten comida por la fuerza. Mi vida es como un meme. Empezó siendo algo gracioso, pero ahora me pregunto cómo llegué aquí.

Chase, al parecer, no capta mi incomodidad y sigue hablando sin detenerse.

—Nunca practicamos a esta hora. Pero hoy decidimos hacer una excepción para que el nuevo se adapte. —Su tono tiene esa chispa de superioridad que solo alguien como él podría proyectar. —Por cierto, ¿dónde diablos está?

¡Santa vaca!

¡Me cago en toda la leche!

Mis piernas se sienten de gelatina, y el frío del hielo se me clava más que nunca.

Este es el día de mi muerte. Me van a descubrir, lo sé.

Me quedo parada, como una idiota, mientras escucho sus palabras resonando en mi cabeza. Necesito irme, pero no puedo. Debo escuchar, ¿verdad? Necesito saber cómo van a seguir las cosas.

Todos se giraron hacia Aiden, quien, con la tranquilidad de quien acaba de presenciar un accidente, se limitó a encogerse de hombros.

—No lo sé. —dijo con un tono tan relajado que parecía que estaba hablando del clima. —En cuanto desperté, su cama estaba vacía. —Hizo una pausa dramática, lanzando una mirada cómplice al grupo. —¿Saben qué es lo raro?

El silencio cayó de golpe. Era como si alguien hubiera presionado el botón de pausa en una película. ¿Qué demonios es lo raro?



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

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