Sobre Hielo

Capítulo 6

CAPÍTULO 6

Reaxona, plis.

—Disculpen la demora. No vi el mensaje.

—¿Andas con la hora pegada al culo?, ¿o qué?—dijo Aiden, su voz cargada de impaciencia, como si el tiempo estuviera perdiendo la batalla contra su furia contenida.

Mis piernas temblaban como gelatina. Nadie decía nada. El ambiente se volvía denso. Un chico nuevo apareció, completamente ajeno al drama, como si se hubiese teletransportado desde el espacio exterior. Ah, claro, el portero. Se veía un poco más grande que los demás, y tenía esa mirada que solo los veteranos saben poner: mezcla de "te voy a enseñar la vida" y "no sabes lo que acabas de hacer".

Con la gracia de un pato sobre hielo, patiné hasta quedar frente a ellos.

El portero me miraba como si acabara de hacer una travesura monumental. Su cara era un poema de incomodidad: cejas perfectamente arqueadas, labios fruncidos, mirada de "este niño está en serios problemas"... lo típico cuando te descubren comiéndote la última galleta en casa.

—No vi el mensaje. Ayer me dijiste que el entrenamiento era a las 8.

—A ver, niño, —empezó el cara de culo de Aiden con tono de profesor de esos que te hacen sudar—. Si yo digo que es a las 8, el equipo tiene que estar aquí media hora antes. ¿Me entendiste?

Asentí como si fuera un robot al que le acaban de programar.

—Sí, entiendo... y... lo siento.

—¡Venga ya, Aiden! Solo es el primer día, vamos a dejarlo pasar, ¿vale?

Agradecí al universo, o mejor dicho, a la Virgencita de Guadalupe, por ese "dejarlo pasar". Si no, hoy me tocaba hacer una tarea que no sabía ni cómo empezar.

—Bien —resopló entre dientes, como si me estuviera perdonando una vida entera de fechorías.

Gracias, Yam. Ya siento que te amo.

—Ven, acércate —dijo el chico negro, cuya voz tenía ese tono que solo los verdaderos capos saben manejar, relajado pero con autoridad.

Ahora que me había calmado un poco, y sin riesgo de ser devorada por la furia del capitán, miré a los demás con más atención. Los observé de cerca, sin el estrés de tener que evitar una regañina mortal, y me di cuenta de que estaban más definidos de lo que pensaba. Como si fueran personajes sacados de un videojuego de acción, con músculos, miradas intensas, y alguna que otra cicatriz que hablaba de batallas épicas.

—Soy Logan.

El chico negro era alto. Su piel era oscura, pero brillaba con un brillo saludable, y su postura tenía ese aire relajado de alguien que sabe exactamente quién es, sin necesidad de hacer ruido.

—Yo soy Chase.

Este chico, de cabellera rubia desordenada, tenía ese estilo despreocupado de los que no se esfuerzan en encajar, pero lo hacen de todos modos. Era el tipo de persona que hacía que cualquier camiseta vieja y unos jeans rotos parecieran sacados de un desfile de moda.

—Y yo soy Yam.

Al escuchar ese nombre, mi cerebro automáticamente comenzó a hacer la conexión: ¡K-drama! Sin poder evitarlo, mi mente hizo la comparación, y no pude evitar sonreír un poco. Este chico, de cabello negro azabache, piel de porcelana y ojos rasgados, definitivamente tenía ese aire de protagonista de dorama. Era el coreanito perfecto, pero también tenía algo de malo, como si detrás de esa cara angelical hubiera una historia que contar.

—Yo soy Alexandre. Pero mis amigos me dicen Alex.

Todos se paraban allí, con sus distintos encantos. No eran modelos de revista, pero cada uno tenía algo que te hacía mirar más de una vez. Y si los ponías juntos, parecían sacados de una de esas historias épicas que te cuentan en las películas, donde cada uno tiene su propio papel, pero juntos hacen algo grandioso.

—Sí, hemos escuchado algunas cosas de ti —dijo Chase, con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera descubierto un gran secreto.

Yam, el más serio del grupo, le dio un golpe disimulado con el pie, como tratando de apagar el fuego que su amigo había encendido. Pero Chase no se detuvo, no, claro que no. Este tipo disfrutaba de la atención.

—¿Es verdad que vendes condones? —preguntó, alzando una ceja con una expresión casi traviesa.

Yo me quedé paralizada, sin saber si reír o esconderme bajo el suelo.

—Mejor estar preparado para todo, ¿no? —respondí con una sonrisa nerviosa, intentando que mi cara no se pusiera más roja de lo que ya estaba.

A ver, no era un crimen ser precavida, ¿verdad?

—Lo admito —Chase levantó el pulgar—. Es de los míos.

En ese momento, se acercó y pasó un brazo por mi hombro con tanta fuerza que sentí que me iba a romper en cuatro.

Traté de sonreír, pero seguro que mi cara de "ayuda" era evidente. Miré a los otros chicos, pero... ¿por qué diablos Aiden me estaba mirando así? Esa mirada penetrante, como si estuviera buscando un pecado oculto en mi alma. ¿Qué hice? ¡¿Qué hice ahora?!

Apreté los dientes y aparté la mirada rápidamente, como si pudiera desaparecer de la faz de la tierra.

—Basta de charla. A lo que vinimos —interrumpió Aiden con voz firme, como un comandante que acaba de tener suficiente de las tonterías.

El ambiente cambió al instante, y la tensión aumentó. Aiden tenía esa aura de autoridad que no podía ignorarse. Él no iba a perder tiempo con chismes ni bromas.

—Es hora de probar las habilidades de Alexandre. Espero que no nos decepciones, compañero.

Con esas palabras, la atmósfera se volvió más pesada, más competitiva. No era solo una conversación amistosa entre chicos, no. Ahora se trataba de un desafío, de una prueba que, por alguna razón, sentía que definiría mucho más que solo mis habilidades.

Era como si en ese momento, todo estuviera en juego. Un examen sin preguntas, solo acción. Y yo, francamente, no tenía idea de qué esperar, pero no podía dejar que me vieran dudar.

Hora de la verdad.

Y hora de no quedar como una mariquita.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

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