CAPÍTULO 8
No podía dejar de pensar en los entrenamientos. Sí, eran duros, pero, sinceramente, tenía más aguante que la mayoría de los chicos. Ser la única chica en una familia rodeada de testosterona tenía sus ventajas.
Eché un vistazo a mi alrededor, observando el campus. Todo era tan verde y bonito que casi me dan ganas de hacerme una cuenta en Instagram solo para poner fotos.
Mi teléfono vibró en el bolsillo. Era papá.
—¡Calabacitaa! —dijo con ese tono que solo usa cuando quiere saber todo de mi vida.
—Hola, papá, ¿cómo estás? —respondí, sabiendo que esto iba a durar más que una película de acción.
—Quiero verte, hijita —dijo, y no esperó ni medio segundo antes de aceptar la videollamada. —¿Estás comiendo bien, cariño? Te veo un poco pálida... ¿Te están maltratando? ¡Voy y rompo caras!
Papá acercó tanto el teléfono a su cara que casi podía ver los poros de su nariz.
—Estoy bien, papá —dije, sonriendo mientras observaba a Dean venir hacia mí con esa sonrisa estúpida que tiene siempre.
—Te extraño mucho, ¿cómo van las clases? ¿Te estás adaptando? Si alguien te hace algo, ya sabes, dímelo, que me pongo la capa de papá vengador.
—Papá, cálmate. Las clases van de lujo y nadie me ha pegado. Te prometo que todo está bajo control.
Papá todavía estaba en el trabajo, y la verdad, ya le estaba tomando el gusto a este paseo libre por la universidad, aunque extrañaba un poco mi hogar.
—Me alegra oír eso, ¿y los chicos de la clase? ¿Te llevas bien con todos?
—Todo bien, papá. Ningún drama. Si alguien intenta tocarme el pelo, ya sabes que tengo un par de trucos.
—Ay, Alex, qué tranquilo me dejas... —dijo, pero su voz estaba cargada de preocupación.
—Papá... —le llamé, casi en tono de advertencia.
—¿Sí, calabacita?
Sonreí por el apodo.
—Te quiero —dije, sin pensar demasiado. La cara de papá cambió tan rápido como si se hubiera tragado un par de limones.
—Alguien te está molestando —dijo papá, murmurando para sí mismo. Luego giró la cabeza, probablemente hacia los trabajadores—. ¡Chicos, recoged toda la mierda que nos vamos a visitar a Alison! ¡Que se nos mata!
—¡No! Además... —traté de aligerar el tema—. ¿Cuándo no le he pateado el trasero a alguien?
—Mhm, está bien. Pero si alguien...
—Lo sé, papá, te avisaré si no puedo partirle la cabeza —lo corté antes de que soltara su típica amenaza de "descuartizar a alguien".
—Estoy orgulloso de ser tu padre —dijo con una mezcla de sarcasmo y cariño.
—Y yo me alegro de ser tu hija —respondí, sin pensarlo dos veces.
De repente, vi que Dean se acercaba, así que giré la cámara para que papá lo viera.
—¡Gilipolla! —saludó mi padre, con ese tono que hace que todo suene como si estuviera en un bar de mala muerte.
Dean, como siempre, sonrió incómodo. Después de tantos años, todavía no se acostumbraba a que mi padre hablara como si fuera un cantinero borracho.
Le acerqué la cámara a la cara de Dean, quien se limitó a sonreír de manera tensa, pero papá no se daba cuenta de nada.
—Hola, señor Waldorf —dijo Dean, tratando de mantener la compostura.
—¿Estás cuidando a mi hija, cierto? —preguntó papá, con voz grave, como si fuera una amenaza de película. — Tengo un revólver y una bala, y después de tantos años construyendo cosas, tengo buena puntería.
No pude evitar soltar una carcajada. Mi papá y yo éramos la misma persona, la única diferencia es que él no tenía que lidiar con él mismo todos los días.
Dean no sabía qué responder, así que decidí intervenir para salvarlo. Pobre alma.
—¿Cómo está mi hermano? —cambié de tema, con la intención de sacar el foco de él.
—Cada día se está recuperando —respondió papá, y luego hubo un silencio incómodo. De repente, volvió el cantinero borracho. — ¡Que esa material es una mierda...! ¡No, te dije que la de acero!
—Papá, voy a cortar la llamada —dije, anticipando otro episodio épico de papá.
—¡Que no, hijo! ¡Entiende ya! ¡¿Que acaso tienes mierda en la cabeza?!
Dios, es peor que yo.
—Listo, chao —y corté la llamada, dejándolo ahí.
Dean me miró con los ojos como platos, claramente sorprendido.
—¿De verdad acabas de colgarle a tu padre?
—Sí, —respondí con un encogimiento de hombros. — Nadie se mete con mi papá... ni yo misma.
Dean simplemente negó con la cabeza, murmurando:
—Tu padre da mucho miedo.
No podía estar más de acuerdo, pero no dije nada.
Nos sentamos en una banca cerca del campus, y Dean, aún con cara de me quiero morir, comenzó a contarme todos los detalles de lo que pasó en su clase de Derecho. Intentaba mantener la calma, pero su cara lo delataba: estaba molesto.
—No puedo creer que ese tipo nos haya puesto a hacer algo tan complicado. ¡Es un maldito desafío, Alexa! —resopló, tomando un sorbo de su café como si fuera elixir de vida. — Todo lo que me pidió es un dolor de cabeza. Ni siquiera estoy seguro de que me deje aprobar el semestre. Debes ayudarme.
A pesar de su tono de desesperación, yo no podía dejar de sonreír.
—¿Te quejas de un profesor de Derecho y luego me pides ayuda? —le lancé una mirada burlona. — ¿En qué te has convertido, Dean?
Él me miró con cara de "no te soporto", pero yo sabía que, en el fondo, disfrutaba de mi pequeña venganza. Él se encoge de hombros, un poco irritado pero también algo divertido por mi actitud.
—No digas nada, ¿vale? Porque si te cuento cómo me hizo rehacer el maldito ensayo tres veces, vas a estallar de risa.
Me río. No puedo evitarlo.
—Está bien, tranquilo. Solo te faltan cinco meses de tortura. —bromeo, sonriendo más de la cuenta, y, aunque intento no reírme demasiado, no puedo evitarlo.
Dean me mira y aunque parece molesto, sus ojos delatan que se está aguantando la risa. No puede evitarlo.
Cuando Dean se fue, era el momento de cambiarme e ir a la residencia. El sol ya comenzaba a ponerse, anunciando que la noche estaba por llegar. Caminé unas cuantas cuadras sin prisa, disfrutando de la calma, cuando algo me hizo detenerme en seco. Mis ojos se fijaron en una escena que no pude ignorar.