CAPÍTULO 10
No sé cuánto tiempo pasó, pero en cuanto vi la hora en mi teléfono, sentí que me bajaba la bilirrubina. Era tardísimo.
—¡No puede ser! —exclamé, mirando la pantalla. —¡Tengo que irme ya! Si no llego antes de las doce, voy a dormir fuera de la residencia y nadie quiere eso.
Nicole, que ya se había acomodado en su cama con un montón de revistas de moda esparcidas por toda la habitación, me miró de repente, con una expresión cómplice.
Habíamos estado hablando de todo un poco: películas, chicos (obviamente), cosas sobre moda que ni siquiera sabía que existían, y hasta las últimas tendencias en skincare.
Algo tan típico entre chicas, ¿no? Pero, curiosamente, me sentía cómoda. Incluso cuando me puse a hablar de mis rutinas de ejercicio y lo importante que era el cardio para mantener el metabolismo, Nicole estaba súper atenta.
—Ay, ya sé —dijo Nicole, levantándose de la cama y mirando la hora también—. Te entiendo. Yo también tengo que regresar antes de que la residencia se cierre. Si no, me quedo a dormir con mi hermano, y no quiero estar aquí.
—¿Aiden?—repetí, sin poder evitar una sonrisa.
Nicole frunció el ceño de inmediato, y su cara pasó de relajada a totalmente molesta en cuestión de segundos. Si su expresión fuera un emoji, definitivamente sería ese con los ojos entrecerrados y la boca en línea recta, como si estuviera a punto de explotar.
—Sí, Aiden —dijo, con un tono seco y casi sarcástico, como si el nombre de su hermano fuera una maldición. —Lo último que quiero es quedarme atrapada con él. A veces parece que vive en otro planeta. Siempre con su actitud de "yo soy el mayor, soy el sabio y el que tiene la razón".
Su voz sonó algo burlona, pero en el fondo era claro que la frustración con su hermano no era solo superficial. Me imaginé a Aiden siendo ese tipo de hermano sobreprotector que tiene un radar de superioridad instalado en la cabeza.
Pero también pude ver la pequeña chispa de cariño detrás de la queja, como si, a pesar de todo, Nicole tuviera un cariño algo enredado con su hermano.
—A veces me dan ganas de decirle que se relaje un poco. —Nicole hizo una mueca de frustración y luego se relajó al instante, como si el solo hecho de hablar de Aiden ya la hubiera agotado emocionalmente.
Yo traté de no reírme, porque en ese momento me imaginé a Aiden con su típica cara de no estoy para bromas, mientras Nicole se desahogaba.
—Sí, ya te entiendo —respondí, intentando suavizar la atmósfera—. El hermano mayor siempre tiene ese poder de hacerte sentir como si no pudieras respirar sin su permiso.
Nicole soltó una risa divertida.
—En serio, Alexandra, si alguna vez te atreves a quedarte, te juro que Aiden te va a mirar como si fueras una amenaza nuclear —dijo Nicole, sonriendo mientras se acercaba a la puerta. —Así que mejor apúrate.
Miré de nuevo la hora, y en ese momento no pude evitar un pequeño suspiro. Si no me iba ya, Aiden probablemente me estaría mirando con esa expresión de ¿quién te invitó?
Nicole iba a recoger algunas cosas para irnos juntas, y yo la esperaba en la sala. Mientras bajaba por las escaleras, solo pensaba en una cosa: Ojalá Dios me viera y no me mostrara a Aiden.
Pero, claro, estábamos hablando de Alexandra Waldorf, la chica capaz de encontrar un conflicto en cualquier situación. Y, por supuesto, no iba a poder evitar hacer alguna tontería en el camino.
Cuando llegué a la puerta, Aiden me esperaba, cruzado de brazos, como una especie de animal enjaulado, esperando que me acercara para darme su mirada de desprecio. Su postura rígida y esa expresión en el rostro me hicieron preguntarme si realmente era humano o solo un robot programado para ser insoportable.
Entonces, mi boca no se pudo callar y, antes de que pudiera pensar, solté:
—¿Por qué estás en esa esquina como la mierda de un gato?
Aiden no movió un músculo. Su mirada, cargada de desdén, me atravesó como una flecha. Ni siquiera hizo el intento de responder. Simplemente, levantó una ceja, como si todo el mundo, incluido yo, fuéramos insignificantes.
—¿Te da placer ser tan insoportable? —le pregunté, sin poder evitarlo. Mi sarcasmo era como un impulso automático.
Él no dijo nada durante unos segundos. Luego, sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, que no alcanzó ni por un segundo a parecer amigable.
—No es que me caigas mal —dijo, su tono frío como el hielo—. Es solo que eres una completa extraña para mí. No entiendo por qué estás aquí.
Su voz era cortante, hiriente, y me dejó sin palabras por un momento. ¿Una extraña? Solo había venido a acompañar a su hermana, y ya estaba recibiendo la etiqueta de intrusa. Genial.
Mi instinto fue retomar la batalla, pero antes de que pudiera abrir la boca, Aiden cerró la puerta con un golpe seco, dejándome parada en el umbral con cara de tonta.
Me quedé ahí unos segundos, mirando la puerta cerrada como si fuera el fin del mundo. Pero luego me di cuenta de algo: Aiden me había cerrado la puerta en la cara. Y eso... eso era algo que no podía dejar pasar.
Sin pensarlo, empecé a golpear la puerta con los nudillos.
—¡¿Qué te pasa?! —grité, mi paciencia ya al límite. No tenía miedo de ser ruidosa. —¡Idiota!
Desde dentro, escuché un suspiro. Y finalmente, la puerta se abrió, pero solo lo suficiente como para mostrar su cara, que ahora tenía un toque de irritación.
—¿Qué quieres ahora? —dijo, casi sin aliento, como si estuviera haciendo el mayor esfuerzo de su vida para tolerarme.
Yo lo miré fijamente, mis ojos desbordando sarcasmo.
—¡Que me dejes entrar, o me quedaré aquí todo el maldito día haciendo ruido hasta que reconsideres tu actitud! No soy tu enemiga, solo una persona que trata de tolerarte, por ahora.
Aiden me miró por un largo momento, sus ojos entrecerrados, antes de resoplar de forma molesta.
—Eres una molestia. —murmuró, abriendo la puerta un poco más, como si me estuviera haciendo un favor.