CAPÍTULO 15
Mis ojos se desorbitaron, incapaces de comprender lo que acababa de escuchar. ¿Qué? ¿Acababa de decir eso? La pregunta retumbaba en mi cabeza, pero el resto de mi cuerpo estaba en shock, paralizado.
Todo en mí se detuvo, como si el mundo mismo se hubiera congelado solo para darme tiempo a procesar lo imposible. La confusión comenzó a transformarse en una oleada de emociones caóticas: shock, incredulidad, y una humillación tan profunda que me ahogaba. ¿Cómo podía estar diciendo eso? ¿Por qué lo decía? ¿Cómo se había dado cuenta?
Mi mente intentó encontrar sentido a sus palabras, pero todo se desmoronaba en un mar de dudas. Nada encajaba. Todo lo que había dado por cierto se desintegraba en el aire. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué él, de todos, era quien me lo decía?
Lo miré, mi pecho apretado, intentando mantener la calma, pero las palabras salieron de mi boca sin control, cargadas de una desesperación que no pude contener.
—¿Por qué lo dices?—pregunté, mi voz temblorosa, rota por el miedo a enfrentar una verdad.
Necesitaba una respuesta, necesitaba que me explicara lo que acababa de ocurrir, porque ya no sabía en qué mundo estaba viviendo.
Aiden no respondió de inmediato. Su mirada era fría, vacía, como si no estuviera viendo nada de lo que estaba frente a él, como si estuviera analizando algo mucho más allá de lo que yo podía comprender.
En su silencio había algo... un juicio que me heló por dentro. Finalmente, se inclinó ligeramente hacia adelante, manteniendo sus ojos clavados en los míos. Su rostro, tan distante, tan impasible, me atravesó como una daga.
Y entonces, con esa calma implacable que lo caracterizaba, dijo algo tan definitivo, tan irreversible, que sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba.
—Porque no tienes lo que un hombre tiene.
El impacto de esas palabras me golpeó con la fuerza de un tren. En ese momento, todo mi cuerpo se tensó. Me quedé ahí, inmóvil, incapaz de procesarlo. Sentí como si la tierra bajo mis pies se hubiera desmoronado, como si todo lo que creía haber entendido sobre mí misma se hubiera derrumbado en un instante.
Mierda del diablo.
Vale. Esto era claro de ver.
Me habían cogido.
Y no en el buen sentido.
Durante más de diez minutos, Aiden no había dicho ni una palabra, y ese silencio... ese silencio pesado, denso, se me estaba metiendo en la cabeza como un veneno. Era como si estuviera esperando algo. O, peor aún, como si estuviera decidiendo si me iba a destrozar en pedazos con lo siguiente que dijera.
Miré mi reloj, el tic-tac parecía resonar en mi cerebro, pero no lograba encontrar un sentido a nada. Diez minutos. Su capacidad para perderse en el tiempo era casi... insultante. Como si nada importara, como si no hubiera un millón de pensamientos gritando dentro de mi cabeza, urgentes, frenéticos.
No me atrevía a preguntar sobre el partido. ¿A quién le importaba ahora un miserable juego o humillar al imbécil de Peter?, que le den. ¿A quién le importaba el mundo cuando mi vida estaba a punto de desmoronarse? ¡¿Por qué estaba pensando en eso?! ¡Era tan estúpido!
Todo lo que me importaba era que Aiden cerrara la maldita boca. Pero ya sabía que eso era casi imposible. Estamos hablando de Aiden, el chico con cara de culo, el chico que no sabe lo que es el silencio, que tiene la habilidad sobrenatural de abrir la boca en los momentos más inapropiados, de decir justo lo que nunca quiero escuchar. ¿Por qué no podía ser como los demás, callarse y esperar a que la tormenta pasara?
Lo único que me quedaba era levantarme, recoger mis cosas y largarme a casa. A casa, donde podría esconderme bajo las sábanas y olvidar que había existido siquiera una conversación. Una loser. Eso era lo que era. Una loser que no podía ni siquiera mantener un puto disfraz durante unos minutos sin que todo se viniera abajo.
Pero lo peor, lo más aterrador de todo, había sido su pregunta. Esa maldita pregunta. "¿Eres una mujer?" Lo dijo como si fuera una cosa tan normal, tan simple. Como si no estuviera destruyéndome por dentro, como si no estuviera rasgando mi alma a pedazos.
Después se quedó ahí, mirándome. De pies a cabeza, como si estuviera buscando algo, como si estuviera diseccionándome sin piedad, como si estuviera viendo lo que nadie más había visto. Y eso me ponía más nerviosa de lo que podría haber imaginado. ¿Qué estaba pensando? ¿Por qué me miraba así? Qué quería de mí?
Claroooo... El plan lo había hecho terriblemente mal.
No solo tenía que preocuparme por cambiar mi cara, como si eso fuera suficiente para ocultar toda esta mierda. No, ahora tenía que pensar en todo lo demás. Todo lo que no había considerado. Y eso me estaba destrozando.
¿Qué más tenía que ocultar? ¿Qué otras cosas había dejado al descubierto sin darme cuenta? Porque ahora me sentía como una fraude, como si todo lo que había construido se estuviera desintegrando ante mis ojos, pedazo por pedazo. ¿Por qué no podía simplemente desaparecer?
La ansiedad se me subió por el pecho como una ola. Empecé a hiperventilar, como si la habitación se estuviera cerrando a mi alrededor. ¿Y si ya era demasiado tarde?, ¿Y si lo había perdido todo?
Pensamientos caóticos, me azotaban la mente a toda velocidad. No podía dejar de pensar en todas las cosas que no había hecho bien, todos los detalles que había pasado por alto. ¿Qué más me quedaba por perder? ¿Mi cordura? Mi dignidad? Mi vida?
Dignidad no tienes hace rato.
¡Ahora no, perra!
¡Vale!
Cada segundo que pasaba en silencio era como una condena. Y todo lo que quería hacer era huir. Esconderme. Borrar todo esto de mi memoria. Pero no podía. Porque Aiden seguía ahí, con su maldita mirada de hielo, esperando una reacción.
Mi pechonalidad no era un problema, no. El problema era no tener un miembro. Eso sí que había sido un maldito problema.