Sobre Hielo

Capítulo 16

CAPÍTULO 16

Por dentro, me partía de risa. Pero no cualquier risa, no. Era esa risa mental maquiavélica que te hace parecer loca. Porque, vamos, nadie en este mundo tenía la suerte cósmica que yo. ¿Ser chantajeada por el maldito Aiden? Claro que sí, porque la vida es generosa conmigo... en desgracias.

Y para colmo, ni siquiera podía consolarme insultándolo. No tenía un pelo de feo. Era de esos hombres que parecen sacados de una fantasía prohibida. El tipo podía protagonizar una novela romántica y ser el villano principal al mismo tiempo. Y sí, era guapo. De esos guapos que te hacen cuestionar tus valores y tus decisiones de ropa interior.

Pero conmigo no. ¡Ja!, No soy tan fácil. Yo soy un iceberg emocional, una muralla china impenetrable... aunque, siendo sinceros, lloré viendo un comercial de perritos adoptados la semana pasada.

No me digas. Eres más fácil que un nivel tutorial de un videojuego para niños.

¿Y tú desde cuando hablas?

Desde que me parió mi madre.

Quizás no estaba muy cuerda después de todo.

Definitivamente, mi salud mental está en modo últimos días de oferta en diciembre.

Mientras tanto, ahí estaba él. Aiden, alias; el demonio caliente. Me lanzó una de esas miradas de pies a cabeza que podrían derretir el Ártico.

¿Y qué estaba haciendo yo? Obviamente, todavía no había terminado de cambiarme. ¿Cómo se supone que me concentre si este hombre entra al cuarto y me suelta cosas como: "Eres una mujer"?

¡Cada vez que lo recuerdo, me hierve la sangre! ¿Cómo terminé atrapada en sus malditas garras? Si esto fuera un juego de mesa, yo sería esa ficha vieja y mordisqueada que nadie quiere usar.

Terminé de alistarme. O bueno, después de luchar con los patines como si fueran una misión épica en la que estaban en juego las vidas de todos los pandas del mundo. Cuando finalmente lo logré, una pregunta me atravesó como un rayo:

—¿El partido no ha empezado todavía?

Aiden sonrió de medio lado. Esa clase de sonrisa que te hace sentir como si acabas de firmar un contrato con el diablo sin leer la letra pequeña. Era aterrador verlo así.

—¿Crees que estaría tan tranquilo si fuera así? El partido se retrasó media hora —soltó, con una calma que podría arrancarle los nervios al Dalai Lama.

¡Maldito Aiden calculador! Mi cerebro ya estaba imaginando cinco formas de devolverle el golpe, pero ninguna de ellas sería legal. Bueno, al menos todavía podía buscar a Peter y aplastarle las pelotas...

Que hables como una dama, joder.

¿Me odias?

Aquí vamos otra vez con las locuras...

¡No! Dime, ¿me odias?

Estupendo. Ahora mi conciencia no solo es sarcástica, sino que además se ha apuntado a clases de drama. Perfecto. Justo lo que necesitaba para completar mi paquete premium de locura interna.

Ahora mismo voy a hacerte pensar que te estás volviendo loca y necesitas amor.

¿Qué tiene que ver eso con...?

—¡Mueve el culo, Alexandre! —demandó, con una autoridad que me sacó de mi ensimismamiento—. ¿O debo decir Alexandra?

Ahí estaba otra vez. Ese tono suyo, cargado de suficiencia y chulería, como si acabara de ganar un trofeo por ser el mayor imbécil en un radio de 50 kilómetros.

Le lancé una mirada de reojo tan matadora que, si las miradas fueran cuchillos, ya estaría con un juego completo de cubiertos clavados en el pecho.

Me mordí la lengua. Porque la palabrota que tenía en mente era tan fuerte que un pastor probablemente habría organizado un exorcismo para mí en ese mismo instante.

—¡Vale! No seas un idiota ahora.

—Tarde —respondió Aiden, encogiéndose de hombros con la arrogancia de alguien que sabe perfectamente lo insoportable que está siendo.

Me frustraba. Su actitud, su tono, su manera de estar ahí como si tuviera todas las respuestas del universo. ¿Qué había cambiado? ¿Que ahora sabía que era una mujer y no un hombre? ¡Qué revelación, Sherlock!

—¿No te interesa saber por qué lo hice? —le solté, cruzándome de brazos, intentando mantener algo de dignidad mientras el calor subía hasta mis mejillas.

Aiden inclinó la cabeza, como si estuviera considerando si me daba el privilegio de su atención.

—Quizás sí... pero hablaremos más luego.

¡Fantástico! Ahora resulta que este hombre es director de mi agenda emocional.

Con un suspiro cargado de resignación, terminé de alistarme. Ajusté los patines con más fuerza de la necesaria, imaginando que eran su cuello. Cuando por fin estuve lista, nos dirigimos a la pista.

El pasillo parecía más largo de lo normal, o tal vez era mi cerebro tratando de estirar el tiempo para evitar lo inevitable. Cada paso era un recordatorio de que estaba atrapada en esta locura, y Aiden no hacía nada para aliviar mi tensión.

En cuanto entramos, una ráfaga de luces parpadeantes me cegó. Cerré los ojos un segundo, parpadeando para ajustar mi vista.

—¡Demonios! —mascullé entre dientes, mientras intentaba recuperar la compostura.

La voz del interlocutor resonó con claridad, como si tuviera un micrófono directo a mi alma.

Los chicos lanzaban el disco de un lado a otro, pero sus movimientos eran torpes, mecánicos. Sus rostros estaban cargados de preocupación, como si la presión del momento los estuviera aplastando.

—¡Joder! ¡¿Dónde demonios estaban?! —rugió Logan, lanzando su stick contra el hielo con un ruido seco que resonó en toda la pista—. ¡Faltan 2 minutos para la competencia!

Sus ojos se clavaron en nosotros, primero en mí, con mi cara de "me atropelló un avión extraterrestre", y luego en Aiden, que sonreía como si hubiera ganado la lotería.

—¿Por qué diablos Aiden Mrazik está sonriendo? —espetó Chase, levantando las manos en un gesto de incredulidad—. ¿Va a caer dinero del cielo?

El comentario desató una risa nerviosa en los chicos, pero yo apenas podía reaccionar. ¿Qué había de divertido en esta situación? Si alguien me miraba a mí, juraría que estaba protagonizando el tráiler de una película de desastre.



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En el texto hay: amorodio, romance, hielo

Editado: 03.01.2025

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