CAPÍTULO 17
Las luces brillaban intensamente sobre la pista, reflejándose en el hielo como estrellas atrapadas en una noche congelada. El rugido del público resonaba en mis oídos, un eco que parecía empujarme hacia adelante. Era el momento de demostrar quién mandaba aquí.
Aiden y yo estábamos en el centro de la pista. Ambos en posición de ataque, listos para el saque inicial. Podía sentir la tensión en el aire, como una cuerda tensa a punto de romperse. Frente a nosotros, el equipo rival se alineaba. Y allí estaba él.
Peter.
Ese imbécil me miraba con una sonrisita que parecía decir "te tengo bajo control". Oh, pobre de él. Si tan solo supiera lo que estaba a punto de pasarle.
Me incliné un poco hacia adelante, ajustando mi postura, y cuando Peter me dirigió una mirada burlona, no pude resistirme.
—Espero que estés listo, Peter —le dije, con una sonrisa dulce, esa sonrisa que solo uso cuando quiero que alguien sienta pánico—. Porque voy a patearte las pelotas tan fuerte que vas a ir llorando a donde tu mami.
Sus ojos se abrieron como platos por un segundo, pero rápidamente trató de recomponerse.
—Veremos si puedes —respondió, pero su voz traicionaba su inseguridad.
Aiden giró la cabeza hacia mí, una ligera sonrisa de complicidad cruzando su rostro.
—Deja algo para los demás, Alexandre.
—No prometo nada —respondí sin apartar mi mirada de Peter.
El árbitro levantó el disco negro, y el momento llegó. Todo el ruido, las luces y el mundo entero se desvanecieron mientras el disco descendía lentamente hacia el hielo.
¡Clack!
El sonido del palo de Aiden golpeando el disco marcó el inicio del juego. En un parpadeo, el hielo se convirtió en un campo de batalla. Patinamos con fuerza, el frío aire rozando nuestras caras, y el ruido de los patines cortando el hielo llenando el espacio.
Peter intentó hacerse con el disco, pero Aiden fue más rápido, como un rayo oscuro deslizándose por el hielo. Yo estaba justo detrás de él, lista para interceptar cualquier intento de los Blackhawk de recuperar la posesión.
Peter finalmente logró interceptar a Aiden, robándole el disco con una maniobra que no podía negar que era bastante buena. Pero yo estaba lista.
Con un rápido giro, me interpuse en su camino, mis ojos fijos en los suyos.
—¿De verdad crees que puedes pasar por aquí? —le dije con una sonrisa burlona.
Peter intentó esquivarme, pero anticipé su movimiento y le arrebaté el disco con una destreza que ni yo sabía que tenía.
—¡Eso es, Alex! —gritó Aiden desde el otro lado de la pista.
Con el disco bajo control, patiné con todas mis fuerzas hacia la portería. El viento rugía en mis oídos mientras los defensas rivales intentaban alcanzarme. Vi un hueco entre el portero y el poste derecho, y sin dudarlo, lancé.
¡Crack!
El disco voló como un misil y se coló en la red.
¡Gol!
El público estalló en gritos, y yo levanté los brazos en el aire, disfrutando del momento. Peter me miró desde el centro de la pista, claramente molesto.
—¿Eso fue suficiente para ti, Peter? —le dije, pasando por su lado, con una sonrisa triunfal.
Aiden patinó hasta donde estaba yo y chocó su palo contra el mío, una celebración silenciosa pero cargada de significado.
—Buen gol, Alex —dijo con esa voz suya que siempre parecía segura de sí misma, como si supiera que íbamos a ganar.
—Gracias, pero aún queda mucha pista para humillar al rival —respondí, echando un vistazo hacia el otro lado, donde Peter parecía hervir de frustración.
El marcador mostraba 1-0 a favor de los Golden Knights, y el rugido del público era música para mis oídos. Aiden me dio una palmadita en el hombro mientras patinábamos hacia el centro para el siguiente saque.
Cuando nos colocamos nuevamente en posición, Peter se inclinó un poco hacia adelante, con esa mirada calculadora que intentaba intimidar.
—Se me hace que te pareces a alguien... —dijo, arqueando una ceja. Su tono pretendía sonar despreocupado, pero el veneno estaba allí, en cada palabra.
No pude evitar soltar una carcajada, lo suficientemente fuerte como para que la escuchara incluso con el ruido del público. Me acerqué un poco, lo suficiente para que solo él pudiera escuchar mi respuesta.
—La única conocida aquí será tu derrota, Peter. Y créeme, va a ser inolvidable.
El árbitro lanzó el disco nuevamente. Esta vez, Peter fue el primero en tomarlo, pero yo no iba a dejarlo avanzar sin luchar.
Patiné detrás de él, alcanzándolo justo cuando estaba por cruzar al área de gol. Con un movimiento rápido, golpeé su palo con el mío y logré desestabilizarlo. El disco salió volando y Aiden, siempre en el lugar correcto, lo atrapó al vuelo.
—¡Vamos, Aiden! —grité, patinando para posicionarme en la delantera.
Aiden avanzó con fuerza, pero los defensores rivales lo cerraron. Sin pensarlo dos veces, me pasó el disco con un pase perfecto que apenas tuve tiempo de interceptar.
Y allí estaba Peter otra vez, bloqueándome el camino.
—No será tan fácil esta vez—dijo con una sonrisa sarcástica, tratando de recuperar su confianza.
—Para ti nunca es fácil, Peter. —Le guiñé un ojo y, con un rápido giro, lo dejé atrás como si fuera un cono de práctica.
La portería estaba a pocos metros, y el portero del equipo rival parecía listo para cualquier cosa. Pero yo también lo estaba. Concentré toda mi fuerza en un tiro dirigido al ángulo superior izquierdo.
¡Clack!
El disco entró como un rayo, y el estadio estalló en gritos de celebración. El marcador ahora era 2-0, y la sonrisa en mi cara era más grande que el hielo bajo mis pies.
Cuando pasé patinando por al lado de Peter, me aseguré de devolverle su mirada llena de frustración con una sonrisa inocente.
—¿Eso es lo que se te hacía conocido? —le dije, levantando una ceja. —Te lo dije: la única conocida aquí será tu derrota.